–Nunca olvidéis, don
Fernando,
pues que sois de cuna rancia,
que el rey os honra y distingue,
después de tales hazañas.
Y, por ser hombre valioso,
siendo vos de sangre brava,
quiere en premio daros algo,
si es mejor que daros nada.
Esto al conde don Fernando,
con la luz de la alborada,
la gente le dijo y, presto,
voló donde el rey estaba.
Porque pudo llegar pronto,
que, en una yegua alazana,
con el apuro del viento,
llegó donde el rey posaba:
–Bienvenido, don Fernando,
que, tras ver esa campaña,
por buen soldado os saludo,
gente de sangre tan brava.
–El pie he de hincar ante
vos
y ante vuestra soberana,
que todo rey tiene reina
y siempre es placer honrarla.
–Sabed que sois gran
soldado.
–Sabed que sois buen
monarca.
–Sé que sois limpio de
sangre.
–Vos de nobleza probada.
Y don Fernando, de pronto,
llegó, con romper el alba,
orgulloso, en el camino,
porque en la corte lo honraban.
Y todo el mundo fue a verlo,
y, en viéndole, le gritaban
por ser un hombre tan bravo
al entrar en la batalla.
Y por ser hombre valiente
explicó que lo premiaba
el rey, que, al ser soberano,
ha de ser un gran monarca.
Porque en su mano le puso
aquella brillante espada,
que ciñe por la cintura,
enfundada en una vaina.
Y, pues es tan generoso
el rey con la gente osada,
por ser osado en la guerra
como duque lo llamaba.
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
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