Jornada tercera de
“QUIERE
EL AMOR SER DOLENCIA” O “LA
MUERTE
DEL
CONDE DE VILLAMEDIANA”
(Breve
dramatización con tintes trágicos
sobre
el notable suceso histórico,
acontecido
durante el
Siglo
de Oro en
Madrid)
ESTAMPA I
Alcoba
del rey.
EL REY FILIPO-. ¡Quién pudiera imaginar
una traición semejante!
VELÁZQUEZ-. No concibo en este instante
que os hubieran de engañar…
EL REY FILIPO-. En este mismo lugar
hallé el pliego de mañana.
Lo firma Villamediana,
hombre en quien tanto creía,
pues mi inocencia se fía
con nobleza soberana.
(Pasa el pliego a Velázquez)
VELÁZQUEZ (leyendo)-.“Quiere el amor ser amor,
y, como amor, hace mal,
que su rayo celestial
da licencia a mi dolor.
Y es mejor ser desertor
en ese camino triste
que sentir que se desviste
el alma que tanto anhela,
porque el alma se consuela
cuando el amor no resiste.
Y, en un verso prodigioso
quiero vuestro rostro atento
a los sonidos del viento,
si es que os rozare alevoso.
Porque pienso que es hermoso
hallar en vuestra figura
el sabor de la dulzura
que nos promete su amor”.
Este es sin duda un traidor
que hacia la muerte se apura…
Dice con alto fervor:
“Que pues lo quiere Cupido,
he de verme yo vencido
a la luz de vuestro amor.
Y, pues me hacéis el favor,
quiero yo en vuestros abrazos
amarrarme a vuestros brazos,
unirme ya a vuestro beso,
entregándome al exceso
de verme en tan tiernos
lazos.
Que, puesto que he de sufrir
la flecha de amor sincero,
he de deciros que os quiero
y que quiero sucumbir.”
EL REY FILIPO-. ¿No habré de
querer morir,
pues me arrancan la
esperanza?
Mas pide el alma venganza
y es venganza lo que quiero.
Y acaso me desespero,
porque tal vez no me es fiel
mi dulce reina, Isabel,
a la que yo tanto quiero.
VELÁZQUEZ-. Y aquí dice: “Mi,
señora,
compararos con el día,
es poco y la brisa fría
quiere encender otra aurora.
Por eso os consagra a Flora
el color de ese cabello
que, sin decirlo, es tan
bello,
que es tan bello como el sol,
cuando, tras alto arrebol,
es reflejo en vuestro cuello.
Por eso os he de aclarar
que por vos la muerte pido,
si de este amor me despido,
que es este amor singular”.
EL REY FILIPO-. No puede un
rey soportar
este dolor que me hiere,
mas es preciso que espere,
porque pide la nación
mi firmeza y decisión,
por más que me desespere.
¡Oh, situación espantosa!
VELÁZQUEZ (sigue leyendo)-. “A fuerza de soberana,
sois para mí, en la mañana,
una fragancia olorosa.
Acaso sois vos la rosa,
la bella flor del rosal,
quizá un lirio matinal,
pues la mañana se vierte
y en vuestra belleza advierte
esa gala celestial.
Que ha de ser adoración
vivir para ser amores,
pues es sentir los dolores
en el mismo corazón.
Y es que me hacéis gran
traición,
porque en vos siento ese frío
que derrota el albedrío
del alma que, enamorada,
se hace con vos alborada
que se refleja en el río.
Por esa, señora mía,
dejadme morir, si muero,
pues esta muerte prefiero
a morir sin compañía”.
EL REY FILIPO-. Ya la cosa se
sabía,
y alguien la carta dejó
en mi cuarto.
VELÁZQUEZ-. No fui yo.
EL REY FILIPO-. En verdad que
lo imagino,
pues no sois hombre mezquino.
¿Vos no habéis sido?
VELAZQUEZ-. Yo no…
Prosigue el texto diciendo:
“Esta flecha del amor
ha causado tal dolor
que ya me voy consumiendo.
Y muero aquí, a lo que
entiendo,
de vuestro afecto sentido,
que es capricho de Cupido
sentir el mal que yo siento,
pues es palabra en el viento
el verso que se ha perdido.
De este modo, soberana,
amante y señora mía,
sed vos la noche en el día,
si se funden de mañana.
Y, al pasar la hora temprana,
siendo fuego en que me
abraso,
sed esa noche, al ocaso,
que el día borra, sencilla,
en los campos de Castilla,
donde pierdo yo mi paso.
Y sabed que, a vos rendido,
estoy dispuesto a la muerte,
pues que juzgáis esa suerte
el más noble cometido.
Que es morir agradecido
suspirar por ese amor
que ha causado mi dolor
y las pasiones que hieren,
ya que matarme prefieren
vuestros ojos, su color.
Que a tal mal me he
resignado,
y, pues me siento morir,
es lo lógico decir
que es morir enamorado.
Vuestro pecho envenenado
culpable será a deshora
cuando reviente en la aurora
por ventura del amor
ese dorado color
que la mañana atesora.”
Dice: “Sois vos el inicio,
la razón, la sinrazón,
el amor y el corazón,
la ilusión, si ha de vivir,
cuando el pecho ha de latir
por tan honda desazón.
Y, pues es deber amar,
quién os ama, dueña mía,
que no tenga la osadía
de cruzar por vos el mar.
En esto debe esperar
el alma que desespera,
que, esperando a que me hiera
todo lo que es mar en calma,
la tormenta llega al alma
entre firme y traicionera.
De este modo, reina mía,
mi dulce y clara Isabel,
sois amarga como hiel
y al tiempo la luz del día.”
EL REY FILIPO-. Dejadlo, por vida mía,
que ya lo he leído y siento
que desfallece el aliento
y que el alma se atormenta,
porque sale de la cuenta
que me causen tal tormento.
VELÁZQUEZ-. La reina será inocente
de todo cargo, señor,
mas es osado el valor
de quien firma.
EL REY FILIPO-. Es un demente.
Es un joven inconsciente
que a la muerte precipita
el corazón que palpita
por imprudentes amores.
VELÁZQUEZ-. Sentirá vuestros rigores,
pues por amores se agita.
Mas decid si era un amigo.
EL REY FILIPO-. Hombre fue al que tuve
estima.
VELÁZQUEZ-. Pues que Cristo lo redima,
que en esto no me desdigo.
EL REY FILIPO-. No he de ponerme al
abrigo
de quien, alegre, traiciona
a quien porta la corona,
porque un hombre coronado
no debe verse burlado
por esa risa burlona.
Haré por tanto que muera
y que pague la traición,
porque me da el corazón
que esto mancha mi bandera.
Pero lo pide la espera,
y he de esperar la venganza,
que es regusto, en la esperanza,
tener que esperar un tanto,
que reclama mi quebranto
el valor y la pujanza.
ESTAMPA II
Pórtico
del palacio del rey.
EL DUQUE-. Dejadme tomar aliento
y que os diga, buen marqués,
estas nuevas que he de daros,
pues que todo salió bien.
EL MARQUÉS-. Contadme, duque, contadme,
que tengo en vos mucha fe,
que sois hombre de palabra.
EL DUQUE-. Escuchad lo que hice ayer:
Después de que vos me disteis
el pliego, quise comer
buena caza, que el sirviente
hace siempre tal merced.
Y miré por la ventana,
desde donde pude ver,
yendo a caballo a la caza,
a su majestad el rey.
Por otra parte, dijeron
que Velásquez fue al taller
donde sus pinturas tiene,
y dije: “¡Aprovecharé!”.
EL MARQUÉS-. Entonces os atrevisteis.
EL DUQUE-. Yo, que de valor me armé,
hice beber a un criado
una droga que yo sé.
Muy pronto sintió el sopor,
y entonces vine y quité,
con cuidado, de su cinto
la llave que vos sabéis.
EL MARQUÉS-. De modo que lo habéis hecho.
EL DUQUE-. Fui al aposento del rey,
y, deshaciendo su cama,
la infausta letra dejé.
Y la dejé entre las sábanas,
pues si es un fino papel,
habrá de verlas acaso
al acostarse el buen rey.
EL MARQUÉS-. Entonces el rey
sospecha,
y si ya sospecha el rey,
ya la muerte espera al conde.
EL DUQUE-. Pues todo ha
salido bien.
EL MARQUÉS-. Conviene, pues
es así,
ser discreto, pues es tal
este caso, que el peligro
mal nos pudiera alcanzar.
EL DUQUE-. Nadie sospecha.
EL MARQUÉS-. ¿Seguro?
Que pudieran sospechar
y acusarnos de mentira.
EL DUQUE-. Eso nunca ocurrirá.
Sabed vos que nadie ha dicho
ni mentira ni verdad
en este raro prodigio,
y que nada nos dirán.
Y acaso es que nadie sabe,
pues las lenguas, si han de
hablar,
tendrán miedo a decir algo.
EL MARQUÉS-. Entonces nadie
dirá.
Imaginaba yo esto,
que no es mal imaginar,
que el rey llamara a los
jueces
para al mal conde juzgar.
EL DUQUE-. Si es cuestión de
honor os digo
que no se puede juzgar,
pues tal cosa el adulterio
es acaso publicar.
Y no es correcto arriesgarse
y exponerse a tanto mal,
publicando deshonores
que a España no habrán de
honrar.
Por eso todos se callan,
y en esto es justo callar
y que nunca se investigue.
EL MARQUÉS-. Pienso que
pronto será.
EL DUQUE-. No ha dicho el
monarca,
que calla su majestad,
pues no quiere que se aireen
estas cuestiones.
EL MARQUÉS-. Normal.
De tonto no tiene un pelo
y sabe que ha de callar,
que no quiere la deshonra.
EL DUQUE-. Mas al conde ha de
matar.
En lo tocante a nosotros,
nadie dirá nunca nada,
pues nada se ha de decir
contra la gente más rancia.
Si rancio es nuestro
abolengo,
si rancia es la noble casa,
las sospechas peligrosas
no serán una amenaza.
Y, pues que vos sentís miedo,
aunque es lógico que el alma
en esto tanto se asuste,
la cuestión dejaré clara.
Nosotros nada sabemos
del mensaje, de la carta,
de mentiras ni de escritos,
ni del vil Villamediana.
El rey le dará el castigo,
pues alguien, si el rey lo
manda,
a de salir en su busca
para poder darle caza.
Morirá el conde, marqués,
por mi mano y vuestra gracia,
y sus torpes fechorías
quedarán al fin vengadas.
EL MARQUÉS-. Hacedme caso,
buen duque,
que esta es cuestión delicada
y debe tener prudencia
quien puede perder el alma.
El rey es listo y pretende,
imagina y no descansa
que un complot alguien
pergeña
aquí, dentro de su casa.
Recordad, mi buen amigo,
que de esto no sabéis nada,
y no hay que hablarlo con
nadie,
pues no hay que decir
palabra.
EL DUQUE-. Acaso me tenéis
miedo.
EL MARQUÉS-. Miedo acaso.
EL DUQUE-. Pues no es nada.
Buen marqués, estad
tranquilo,
que muera Villamediana.
EL MARQUÉS-. Villamediana,
advertido,
el fatal momento advierte,
porque yo sé que ha sabido
el destino que le viene.
EL DUQUE-. Es osado y es
soberbio,
pero, pues todos se mueren,
sabiendo de su destino
ha de temer a la muerte.
Mas yo no entiendo qué sabe,
no entiendo yo como hubiere
de saber lo que le aguarda.
EL MARQUÉS-. Noticia pienso
que tiene:
que es posible que la tenga
por la boca del sirviente
al que dejé irse con vida,
que es preciso que se entere.
EL DUQUE-. Es arriesgado.
EL MARQUÉS-. No es cierto.
El conde verá que tiene
al rey ya como su enemigo,
temeroso de la muerte.
Y por eso ha de escaparse,
y, en huyendo a donde fuere,
querrá el rey que lo
persigan,
que no le envidio la suerte.
En todo caso el destino
ya esta echado, y es fuerte
esta suerte que le aguarda,
que es la que ninguno quiere.
Morirá Villamediana,
y consolará su muerte
a tanta gente ofendida,
pues que ofendió a tanta
gente.
EL DUQUE-. ¿Y si viene a por
nosotros?
No es posible defenderse
con esa espada tan diestra,
pues que a los más diestros
hiere.
Que él es grande con la
espada,
según lo que se me advierte,
y más de uno ha probado
de su filo amarga muerte.
EL MARQUÉS-. No soy hombre de
imprudencias,
mas no falta el mayor brío
en mi pecho, siempre noble,
pues es mi genio encendido.
Y no he de temer a alguno,
que nunca temí a un bandido
ni a un canalla en plena
calle,
y el conde morirá hoy mismo.
Morirá si no se escapa,
buscando en Lisboa abrigo,
pues le será necesario,
teniendo en Madrid peligro.
Y no sabrá, con desprecio,
quedarse, pues tiene aviso.
EL DUQUE-. Es un hombre muy
soberbio,
de lo cual vos sois testigo.
EL MARQUÉS-. ¿Teméis que os
busque y que os mate?
Solo es un hombre, y os digo
que la prudencia precisa
tendremos donde es preciso.
No debe saber el rey
quien quiso poner su escrito
sobre su lecho, que es cosa
que tiene el mayor peligro.
Traidores seremos ambos
si se sabe del delito
del manejar al monarca.
EL DUQUE-. Eso lo tengo
entendido.
Lo que no entiendo, marqués,
es saber con qué motivo
dejasteis a su criado
partir con vida.
EL MARQUÉS-. Yo insisto:
de matarlo, eso sería
en este lugar, el mismo
que vos pisáis, y matarle
sería un grave homicidio.
En cambio, no habrá problema
con dejarlo partir vivo,
pues, tras avisar al conde,
escapará del peligro.
ESTAMPA III
Interior del palacio del conde.
ESCUDERO-. He de anunciaros,
señor,
pues por desgracia ha pasado,
algo desafortunado.
EL CONDE-. Solo me importa el
amor.
Hacedme, pues, el favor,
y habladme de la hermosura
que me llena de dulzura
y de feliz simpatía.
¿Llevasteis la carta mía?
ESCUDERO-. La prisa, señor,
me apura.
Dejadme, señor, contar
lo que esta misma mañana
sucedió, porque no es vana
la cosa que he de contar.
EL CONDE-. Pienso solo en
encontrar
esa esperanza secreta
que en el pecho se concreta
como reina de mi entraña,
pues ella es reina de España
y el corazón lo respeta.
ESCUDERO-. Tiene, señor,
importancia
lo que he de decir.
EL CONDE-. Espero,
pues eres fiel escudero,
que comprendas.
ESCUDERO-. ¡Qué arrogancia!
EL CONDE-. Es el amor
abundancia
de cuanto en el mundo es
bueno.
ESCUDERO-. Ese amor es un
veneno
que os ha cegado.
EL CONDE-. El amor
es el veneno mejor,
si nos entierra en el cieno.
ESCUDERO-. Vos me disteis un
recado
que no he podido cumplir.
EL CONDE-. ¡Cómo que no! Con
decir
que no puedes, me has fallado.
ESCUDERO-. Pero, señor,…
EL CONDE-. El mandado
era fácil.
ESCUDERO-. Peligroso,
según pienso.
EL CONDE-. Tonterías.
¿Cómo lo hiciste otros días?
ESCUDERO-. Todo ha sido
desastroso:
pues tarde llegué al palacio,
os he de explicar que fue
porque, yendo, tropecé,
y hube de ir luego despacio.
Y un hombre de pelo lacio
me salió al paso, y sabía
la razón que me traía,
que al cuello me echó la
espada.
EL CONDE-. ¿Qué quería?
ESCUDERO-. De mí nada,
pero contra vos venía.
Y reclamaba el escrito
como prueba de traición,
que comprende el corazón
que eso es traición y delito.
Colgarán un sambenito
sobre el nombre y la nobleza
que disfruta la grandeza
que tiene vuestro linaje
y harán con vos un ultraje,
que no ha de faltar dureza.
EL CONDE-. ¿Pero cómo ha
sucedido?
Mas decídmelo con calma.
ESCUDERO-. Mil dudas siento
en el alma,
puesto que estoy confundido.
EL CONDE-. ¿Y bien?
ESCUDERO-. Que fui
sorprendido,
pues el escrito quería
un hombre cuya hidalguía
pude ver en su mirada,
orgullosa y elevada
como su brava osadía.
El caso es que todo el mundo
dice saber el suceso,
y es el caso un gran exceso,
que es un crimen nauseabundo.
EL CONDE-. ¡Parece que te
confundo!
Porque yo bien te enseñado
que has de ser hombre
esmerado
porque es el amor altivo
lo que da razón al vivo
en un mundo desolado.
ESCUDERO-. Yo tengo grandes
temores
a que seamos prendidos,
que, como a viles bandidos,
nos harán sufrir horrores.
EL CONDE-. No son crimen los
amores,
que son bello sentimiento.
ESCUDERO-. Vendrán como el
mismo viento
a darnos muerte, señor.
EL CONDE-. ¿No pide acaso el
amor
de la ventura y contento?
En todo caso, es lo cierto
que hay peligro en este caso,
y, aunque de amores me
abraso,
tengo el ánimo despierto.
Y, pues el temor advierto
en tu pecho, amigo mío,
si bien te faltó allí el
brío,
sé que eres hombre sincero,
que por ser fiel escudero,
eres en quien más confío.
Por eso haré, pues es justo,
en premio a ser tan valiente
que el dinero suficiente
te entreguen.
ESCUDERO-. Yo no me asusto.
Mas, señor, no es de mi gusto
que me den muerte por nada.
EL CONDE-. Esta daga
envenenada
del amor mata al amante
con dureza de diamante,
si vive el alma acabada.
Pero no hay amor en ti,
que eras solo recadero.
ESCUDERO-. Por eso, señor,
espero
poder partirme de aquí.
EL CONDE-.También lo digo,
que si
hay peligro en la aventura,
justa será la tortura
en quien ama delirante,
que no el que nunca fue
amante
ni por amores se apura.
Respecto a mí, con la espada
puesta en la mano derecha,
haré a la muerte una endecha
con la voz enajenada.
Morir no me importa nada
si esto es morir por amor,
pero, pues puede el dolor,
he de pensar solo en ella,
puesto que sufre la estrella
que me ampara en su fulgor.
Pues si el rey lo considera
y le ilustran el suceso,
caerá en Isabel el peso,
que ni es justo ni lo espera.
Y si es preciso que muera
alguien, yo soy el culpado,
que, si al rey he
traicionado,
es la reina tan honesta
que solo decir me resta
que a este caso la he
arrastrado.
Y no quiero que lamente
los versos que yo le envío,
pues que tiene el alma brío
para lanzarse valiente.
Y la muerte, en su torrente,
podrá ver un alma nueva,
la que ya en su mano lleva,
que, sin llegar la mañana,
morirá Villamediana
del amor dando la prueba.
ESCUDERO-. El camino a
Portugal
puede ser buena salida,
sin renunciar a la vida.
EL CONDE-. Es el destino
fatal.
ESCUDERO-. No debéis, tras
este mal,
sino partir.
EL CONDE-. No quisiera,
que del amor no se espera
este abandono y soy fiel
a la más bella Isabel
que ninguno resistiera.
Sabré morir, que la muerte
ya no es cosa que me asombre.
ESCUDERO-. Vos sois, señor,
todo un hombre,
pero es negra vuestra suerte.
EL CONDE-. Es posible que no
acierte
con una decisión tal,
pero es el amor un mal
que me lleva de cabeza.
EL ESCUDERO-. Saberlo me da
tristeza,
que es un destino fatal.
EL CONDE-. No me importa que
la vida
huya de mí.
ESCUDERO-. Pero muerto,
presto estaréis, que es
cierto
que llegarán enseguida.
Así el ánima encendida
quiere escapar.
El conde-. Yo no temo,
y por amores me quemo,
porque quien siente el amor
piensa que todo dolor
no es llegar hasta el
extremo.
Quiero dejarme morir
para que ella, en su
recuerdo,
sienta el pensamiento tierno,
que es suficiente sentir.
Poco queda por sufrir
si ya la muerte me acecha.
ESCUDERO-. Del amor es cruel
la flecha
que produce la locura.
EL CONDE-. Ya su veneno me
apura
y su maldad me despecha.
Pero será algo dichoso,
si es por amores, morir,
que no se puede vivir
sin ánimo valeroso.
Y puesto que estoy gozoso,
llamaré a voces la muerte,
que es preciso que despierte
la muerte que en todo anida,
que, si pierdo yo la vida,
no quiero distinta suerte.
ESTAMPA IV
Alcoba de la reina. El rey entra violentamente
con la carta de Villamediana
en la mano.
EL REY FILIPO-. ¡¡Pudiera ser
acaso una mentira,
que hallar los versos de
Villamediana
posados sobre el lecho de mi
alcoba
parece querer ser mayor
ofensa!!
¡¡El rey de las Españas
deshonrado,
dejado en un ridículo
evidente,
perdido ante las burlas de
los necios,
el pueblo y las naciones
enemigas!!
¡¡No puede consentirse que en
la corte
le traigan a la reina los
mensajes
los bajos ministriles de un
ingenio
soberbio como pocos y
atrevido!!
¡¡Yo soy el rey, y puede el
soberano
hacer matar a quienes lo
deshonran,
burlándose en su cara de este
modo,
que quiero claridad en este
asunto!!
¡¡Decidme vos, señora, que
sois reina,
qué pintan estos versos y
estos pliegos
echados en mis sábanas,
decidme
por qué Villamediana os los
dedica!!
¡¡Pues siempre hace el
silencio a los culpables,
y espero que digáis lo que
sucede,
que no he e consentir que sus
escritos
salpiquen vuestra fama y la
honra mía!!
ISABEL-. ¡Y cómo tenéis eso,
don Filipo,
que no he de atinar nunca a
que me digan
cómo llegó ese pliego a
vuestras manos,
las menos indicadas, como es
lógico!
Sabed que es solo un juego
cortesano
y no hay que remover estos
asuntos,
que luego solo traen
complicaciones:
el conde solo quiso hacer
elogios.
EL REY FILIPO-. El pliego
llegó a mí y es suficiente:
lo tengo en estas manos
temblorosas
que nunca imaginaron las
maldades
que encienden la traición de
vuestro pecho.
No sé quien lo dejó sobre mi
cama,
y acaso poco sé de lo que
quiere
la mano que dejó el papel
maldito,
mas ahora ha de morir
Villamediana.
ISABEL-. Dejadlo así, señor,
pues las poesías
son solamente un juego y él
es noble,
y quiere ser galante con su reina,
en atención a mí y a vuestra
gracia…
EL REY FILIPO-. No puedo
perdonar lo que ha ocurrido,
pues esto compromete
deslealtades
que todos imaginan en mi
lecho,
razón de sangre, honor y
nombradía.
No puedo verme en boca de la
gente,
mostrarme deshonrado, que un
monarca
se debe al poderío del estado
que debe defender con mano
diestra.
Y al margen de la gloria del
estado
está la religión, la causa
noble
que alienta a los espíritus
católicos
contra las herejías
protestantes.
ISABEL-. Pensad que es un
papel sin importancia.
EL REY FILIPO-. ¡¡No puedo
imaginar que digáis eso…!!
ISABEL-. No habrá más cartas
ya, pues os prometo
que habré de poner fin,
discretamente,
a tanta tontería y poca cosa.
Pensad vos, mi señor, que es
solo esgrima
que juegan los ingenios con
palabras.
EL REY FILIPO-. Pues no es mi
honor un juego para nadie.
Mañana morirá, y es culpa
vuestra:
no puede deshonrar a un rey
un conde,
mandando esos escritos a
quien quiere
poderse entretener con la
lectura.
Su muerte será el bien de la
corona
y habrá purgado todos sus
pecados
para encarar a Dios, cuando
lo encuentre.
Mas es vuestra conciencia
responsable
de todos estos actos, no la
mía,
que culpa tenéis vos al
consentirlo:
jamás debisteis darle esa
esperanza.
No es propio de una reina
hallar amantes
que escriban indecencias y
ternezas,
que soy vuestro marido y es
respeto
dejar de hallar tan bellos
esos cantos.
ISABEL-. ¿Acaso no sois
hombre generoso
para dejar vivir al joven
conde,
sabiendo que él es fiel en la
política
y acusa solamente a los ladrones,
cuando su pluma hiere a
malandrines
que quieren destrozar el
claro imperio
que habéis de defender? No es
buena cosa
que obréis de tal manera,
pues no es justo.
Hubiera imaginado más
católico,
más justo y más humano
vuestro juicio,
mas sois un asesino como
todos
aquellos que se acercan y que
os hablan.
¿Y habréis de conducirle ante
el cadalso,
frente a ese populacho
maloliente?
Tal vez mandéis soldados que
le maten
sin darle la ocasión de
defenderse.
Mas no es el proceder de
gente noble.
EL REY FILIPO-. ¡Y qué es el
proceder de noble gente!
¡Tal vez la presunción en
nada propia
de quien unió sus lazos a un
monarca!
¿Es forma de ser fiel la
forma vuestra,
que invita a que las gentes
sepan esto?
Tal vez tenga la fama de
carnudo
y sirva esto de burla ante la
plebe…
ISABEL-. Tenéis que exagerar
y hacer comedia
según entiendo yo, pues,
inseguro,
dejáis que alguien anónimo os
maneje,
haciendo que matéis a un
hombre digno.
Si hicierais que se fuese
desterrado,
tal vez os ahorraríais la
vergüenza
de hacer ver a la gente que
su muerte
es signo del oprobio que os
atrapa.
EL REY FILIPO-. Entonces es
verdad, y, deshonrado,
tan solo la venganza es la
manera
de hallar la paz, la calma y
el respeto
de todos los que habitan mis
naciones.
Entonces es verdad, Villamediana
pretende a mi señora, que es
mi reina,
que no ha de haber perdón
para el malévolo
que viene a seduciros a la
corte.
ESTAMPA V
Pórtico
del palacio del rey.
EL MARQUÉS-. Todo, señor, ha
salido
como cabría esperar.
EL DUQUE-. ¿Al conde van a
matar?
EL MARQUÉS-. Y lo tiene
merecido.
Y, si la llama ha encendido
en la reina del amor,
merece mayor dolor,
pues el castigo es más fiero
con quien es tan lisonjero
con la reina y el honor.
EL DUQUE-. Él insultó a
nuestra gente,
nuestra sangre, su nobleza,
mas su lujuria es bajeza
de un pecador indecente.
No tendrá un trato clemente
ese canalla maldito.
Leyó el rey aquel escrito
y querrá, al fin, enojoso,
con un aire rencoroso,
que se pague ese delito.
EL MARQUÉS-. Todo al fin se
ha enderezado,
y no hay que tener temores.
EL DUQUE-. ¿Castigarán sus
temores?
EL MARQUÉS-. Debe ser
asesinado.
EL DUQUE-. ¿Cómo es eso?
EL MARQUÉS-. Me ha llamado
el rey a sus aposentos,
y me habló.
EL DUQUE-. Grandes momentos.
EL MARQUÉS-. Desde luego,
pues el rey
no ha de acudir a la ley
para calmar descontentos.
EL DUQUE-. Decidme cómo ha de
ser.
EL MARQUÉS-. La reina queda
encerrada
en su lecho, destrozada,
llorando como mujer.
EL DUQUE-. Podrá acaso
parecer
que también ella es culpable.
EL DUQUE-. Mas pagará el
miserable,
el mismo Villamediana,
antes de que la mañana
muestre su luz agradable:
que me dijo el soberano
que, pues yo era gran amigo,
pues ante el rey yo me
obligo,
lo considerase un hermano.
Y, estando con esto yo ufano,
me dijo: “Quiere el destino
que os suplique, aunque es
mezquino,
la muerte de un pecador,
porque reclama mi honor
la labor de un asesino:
sabed que yo necesito
gente prudente y callada,
y de esto no diréis nada,
seréis losa de granito.”
Dijo luego: “Solicito
vuestro prudente consejo,
pues que sois un hombre viejo
y mostráis alto saber.”
EL DUQUE-. Por lo que se
puede ver
al rey lo tenéis perplejo.
EL MARQUÉS-. Y le dije:
“Majestad,
sabed que soy hombre fiel,
pero mi espíritu es cruel
si es cosa de dignidad.
Podéis decir la verdad
que os aflige y atormenta.”
Y respondió: “Haced cuenta
de que tengo un enemigo
que ha de morir sin testigo,
porque mi honor amedrenta”.
Y añadió: “No he de vivir
hasta estar al fin vengado,
pues que así me han provocado
y así me debo sentir.”
Con ello vino a decir
que, Villamediana muerto,
será grande el desconcierto
en la corte madrileña,
que no es la corte pequeña,
y hablan muchos sin acierto.
Después se puso en mis brazos
y me dijo su pendencia.
EL DUQUE-. Tendréis al fin la
influencia
que os darán tan altos lazos.
EL MARQUÉS-. Yo lo tomé en
mis abrazos
por darle mayor consuelo,
diciendo que el Dios del
cielo
nos habría de orientar,
y me dijo: “Han de matar
a quien me causa este duelo.
Pero debe ser secreto
este asunto delicado,
puesto que estoy mancillado
y es preciso ser discreto.”
Habló de un texto, un soneto
y una copla o algo así.
Y, a la luz de lo que vi,
me pidió el rey, decidido,
que contratase al bandido
y matase a quien le oí.
EL DUQUE-. Pues digo que en
esa empresa
seré vuestro compañero,
porque sé de un tabernero…
EL MARQUÉS-. Pero queda una
sorpresa.
EL DUQUE-. ¿Una sorpresa?
EL MARQUÉS-. Si pesa
al monarca alguna cosa,
es que se vuelve enojosa
la forma de obrar así.
EL DUQUE-. Conforme me quedo
sí.
Mas la venganza es golosa.
Quisiera participar
en esta cuestión, amigo.
EL MARQUES-. Y a daros parte
me obligo,
que vos mismo habréis de
estar.
Mas os he de anticipar
que quiere el rey sus
soldados,
que valientes son, y osados,
y mil veces se han batido
y el enemigo vencido
nunca los vio derrotados.
Me dijo el rey “Esa gente
podrá al fin, de esta vegada,
matarlo de una estocada,
mostrando un genio
inclemente.
Y no debe, el indecente,
ese cruel Villamediana,
escapar, que, a la mañana,
quiero saber ya que es cierto
que el mal conde ya está
muerto
desde la hora más temprana.”
Yo le dije: “Así será,
pues que vos me lo pedís,
porque, si vos lo decís,
es cosa que así será.”
Y el caso es que ocurrirá
esta noche si me apuro,
que hacer las cosas procuro,
si no es con la misma ley,
hacer el gusto del rey,
contra ese canalla impuro.
Y es impura su maldad,
impura su villanía,
su insolencia y la osadía
con que esconde la verdad.
Su frívola liviandad
es a mi ver cosa mala,
y esto es algo que lo iguala,
no a la plebe, en su
honradez,
sino a gentes de doblez
a la que nunca se avala.
EL DUQUE-. ¿No dijo más?
EL MARQUÉS-. Dijo: “Presto
sabremos que ya ha ocurrido
el suceso merecido
contra quien más yo detesto.
Prudente seréis en esto,
que ha de ser cosa secreta,
y bien nos valdrá una treta
para darle muerte al conde,
pues sus amores no esconde,
ya que a su rey no respeta.”
Y confesó que, cansado,
si a la reina bien quería,
por ella se resentía,
sintiéndose derrotado.
Después se dijo agotado
y añadió: “Seré dichoso,
pues soy marido celoso,
cuando me digan que muere
quien a mi dama prefiere,
entre osado y alevoso.”
EL DUQUE-. Entonces que muera
el conde,
porque será celebrada
la muerte más esperada
de quien nunca bien responde.
Que no sé cómo ni dónde,
mas es cosa de prudencia
obrar con mayor conciencia
que quien, creyendo en la
suerte,
se condena a dura muerte,
creyendo amor su dolencia.
Que juega a ser trovador
quien suspira como amante
en relación delirante,
inventando su dolor.
Pues de la reina el favor
nunca ha de ser cosa sana,
si, al morir Villamediana,
pues se dice enamorado,
su cuerpo será enterrado
al correr de la mañana.
EL MARQUÉS-. Pagará sus
mezquindades
y su traición contra el rey,
que, sin respeto a la ley,
pronunció mil falsedades.
EL DUQUE-. Y no faltan
dignidades
que no quieran verlo muerto.
EL MARQUÉS-. Pero habrán de
verlo, cierto,
que, ya el momento cercano,
pronto verá el soberano
que ha tenido un gran
acierto.
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
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