jueves, 10 de julio de 2014

Muerte de Villamediana II





Jornada segunda de
“QUIERE EL AMOR SER DOLENCIA” O “LA MUERTE
DEL CONDE DE VILLAMEDIANA”
(Breve dramatización con tintes trágicos
sobre el notable suceso histórico
acontecido durante el
Siglo de Oro en
Madrid)



ESTAMPA I

Salón del interior del palacio real.

EL DUQUE-. Teje tapices hermosos
la soberbia, cuando es sueño,
que es su perfil halagüeño
con los nobles poderosos.
EL MARQUÉS-. Todos son avariciosos
y quieren mayor grandeza,
pero el imperio tropieza
y cede, con ser imperio,
cuando queda en cautiverio
la razón de su nobleza.

EL CARDENAL-. Por eso es razón de ser
para quien sirve en su oficio
exponer el grave juicio
que en tal caso podréis ver.
EL ANCIANO-. Y sabed que debe ser
la prudencia buen consejo,
que os lo dice quien, ya viejo,
siente esta ruina cercana,
porque se vuelve temprana
como el alba y su reflejo.

EL VALIDO-. Yo os diré que si es bravío
el espíritu español
tiene más bravura el sol
y tiembla cuando hace frío.
EL BARÓN-. Que, muerto su señorío,
es al crepúsculo, acaso,
la tristeza del ocaso,
la ruina de lo que fue
y el oro en el que se ve
cuando da su último paso.

EL CARDENAL-. Y, pues vil es Inglaterra,
sabed que en otras naciones
los plebeyos y barones
quieren tal vez otra guerra.
EL ANCIANO-. Flandes en odio se encierra,
si acaso se dice: “España”,
que no llamaré patraña
a su sed de libertad,
porque sienten, majestad,
contra vos enorme saña.

EL VALIDO-. Y, pues en ruina el estado,
no hay para guerras dinero,
con mi consejo yo espero,
veros mejor orientado.
EL CARDENAL-. Evitar el altercado
de otra guerra es lo prudente,
que quien obra sabiamente
puede tal vez perder menos,
y sois, entre los más buenos,
quien de todo sois consciente.

EL BARÓN-. No es ese buen pensamiento,
y al deciros esto digo
que hasta un mísero mendigo
muestra menos desaliento.
EL MARQUÉS-. Porque, de sangre sediento,
el enemigo mezquino,
quiere cortar el camino
de quien la debilidad
muestra ante tanta maldad
y ante tan gran desatino.

Que es más prudente, señor,
entrar mil veces en guerra
que humillarse ante Inglaterra
y entregarse a su terror.
EL VALIDO-. Vive en España un valor
que es el de nobles soldados,
cuando defienden, airados,
de su rey los poderíos,
porque son hombres bravíos
y dignos de ser premiados.

EL CARDENAL-. Que en esta España gallarda
cuida de no ser cobarde
el pecho alegre, el alarde
que solo la muerte aguarda.
EL MARQUÉS-. Y sostiene la alabarda
con gracia el alabardero,
cuando la lanza el lancero
y el ballestero la flecha,
porque pronto se despecha
quien es orgullo y acero.

EL DUQUE-. No ha de morir, majestad,
esta grandeza que siente
el español más valiente,
en tanta necesidad.
EL MARQUÉS-. Mostrad firmeza, mostrad
la fuerza y la gallardía
de la gente que, bravía,
sabrá morir en combate,
si es que España se debate
contra el mal y la herejía.

EL ANCIANO-. Porque es justo y es cristiano,
porque es lo que quiere Dios,
y es justo que queráis vos,
pues sois noble soberano.
EL CARDENAL-. No dejéis que tan temprano
muera la gloria española,
ni dejéis el alma sola
de esta sagrada nación,
pues es último bastión
que la buena fe enarbola.

EL MARQUÉS-. Conviene aquí ser prudente
y hacer con gran discreción
lo que pide la nación
y el sentimiento decente.
EL DUQUE-. Porque el ánimo inclemente
de un enemigo mezquino,
pinta al rey como asesino
de sus reinos y naciones,
porque todo son traiciones
en el orbe peregrino.

Y se debe castigar
a quien merece la muerte,
ya que merece esa suerte
quien no queda en su lugar.
EL MARQUÉS-. Y es insolente atacar
a las tropas, con dureza,
cuando con alta destreza
contienen a los traidores,
que esos infames señores
nunca tuvieron nobleza.

EL DUQUE-. Porque es el genio insolente
del holandés mal amigo,
y propiciar el castigo,
no es obrar correctamente.
EL CARDENAL-. Y pues obra bravamente
y sin ninguna prudencia,
la muerte es la mejor ciencia
para una soberbia así,
que os he de decir que sí,
sin faltar a la conciencia.

EL VALIDO-. Por esa razón espero,
majestad, que me digáis
si acaso digno juzgáis
que cumpla el castigo el fuero.
EL ANCIANO-. Y, si decís sí, yo infiero
que debo darle la muerte,
y no merece otra suerte,
a los ojos de la ley,
quien, contra su mismo rey,
tiene osadía tan fuerte.

EL CARDENAL-. Y, al castigar la herejía,
no habrá de ser cosa extraña
que Dios premie al rey de España
por su gracia y su valía.
EL MARQUÉS-. Porque la furia no enfría,
si acaso quiere, en verdad,
salvar a la cristiandad
este católico estado,
a su credo sujetado
por la fe y la dignidad.

EL REY FILIPO-. Mañana decidiré,
que son cuestión importante
lo que vos en este instante
me decís, y así lo haré.
Sabed que lo pensaré,
y os daré mi decisión,
comentando la razón
por lo que ha de suceder
la guerra, si debe ser,
y lo pide la nación.

Que otras cuestiones, señores,
tienen mi pecho embargado,
porque es asunto de estado,
si se es rey, el mal de amores.
Se me suben los colores
solamente de pensar
que la reina pueda hallar
mejor entretenimiento
que su rey, cuando está atento
a su simple respirar.

Que, pues soy hombre cumplido,
quiero premiar ese amor,
pues no es lógico el rigor
en quien es un buen marido.
Que, alevoso y atrevido,
quiero dar de mi rosal
una rosa celestial
a quien del rey es esposa,
y eso, señores, es cosa
que pueda entrañar el mal.

Y he de hacer que pronto muera
la frialdad que su pecho
suele mostrar al acecho,
manteniéndome a la espera.
Porque tan rara quimera
debe ya tener su fin,
y he de llevarla al jardín
para que quiera a su rey
como lo manda la ley,
siendo mi claro jazmín.

Que mucho tiempo he dejado
que esté en sus habitaciones,
y quiebran los corazones
el amor que se ha sellado.
Yo, que estoy enamorado,
quiero ver viva la llama
que en mi pecho se derrama
por la flor de mi vergel,
puesto que vive Isabel
para ser siempre mi dama.

ESTAMPA II

Pasillos del palacio del rey.

EL DUQUE-. Quiere el rey a su señora
a la luz de que es atento,
que es con ella diligente
y un perfecto caballero.
EL MARQUÉS-. La reina, según sé yo,
ha encendido los comentos,
del vulgo con los rumores
de los nobles y plebeyos.

EL DUQUE-. No hagáis caso a los rumores,
que suelen gustar al pueblo
falsedades que la envidia
inventa en su menosprecio.
EL MARQUÉS-. No hago caso a los rumores,
pero me consta que es cierto
que la reina ama a un amante
ni muy mozo ni muy viejo.

EL DUQUE-. Es eso decir asuntos
de gravedad, y prefiero
recordaros que el monarca
no quiere tal desacierto.
EL MARQUÉS-. He sabido de un escrito
que, redactado en buen verso,
promete tiernos amores
entre curiosos conceptos.

EL DUQUE-. Sabéis vos perfectamente
que los poetas modernos
escriben con tono ambiguo
lo que con claro los viejos.
EL MARQUÉS-. No digáis que me equivoco,
porque cuanto digo es cierto,
y el amante de la reina
es viejo enemigo vuestro.

EL DUQUE-. Nunca tuve yo enemigos
del rey en su noble séquito,
que siempre he sido cordial
y a nadie le hecho desprecios.
EL MARQUÉS-. Pero es que Villamediana
ha tenido enfrentamientos
con vuestra noble familia,
que ha insultado a varios miembros.

EL DUQUE-. Es atrevido el muchacho
y la atención con sus versos
reclama de los poetas
con políticos sucesos.
Ha hablado de los privados
y es azote de los nuestros,
que nos trata de ladrones
y de traicionar al reino.

Es procaz y es atrevido,
es rebelde y no es ingenuo,
que tiene doblez su lengua,
y es más malo que Quevedo.
EL MARQUÉS-. Es a veces satiroso,
que, en lo que yo voy leyendo,
ataca, sin apiadarse,
y luce el mayor ingenio.

EL DUQUE-. No está el mundo para rimas,
y lo que está sucediendo
es que a la reina seduce,
haciendo mengua a su reino.
EL MARQUÉS-. Si queréis vos los papeles,
de su mano cada pliego
habrán venido a la mía,
que al tanto estoy del suceso.

EL DUQUE-. Sabed, marqués, que es preciso
y que diré que sí quiero,
que, si vos tenéis la prueba,
su muerte tan solo espero.
EL MARQUÉS-. No querrá el rey perdonarlo,
porque es atrevido juego
el juego al que alegre juega,
según lo que siempre infiero.

EL DUQUE-. Podréis verlos esta tarde,
que son numerosos versos
los que a Isabel le dedica
entre atrevido y violento.
EL MARQUÉS-. Un hombre de su linaje
debiera, según yo pienso,
poner límite al instinto
y dar calma a su deseo.

EL DUQUE-. Sabed que es Villamediana
un hombre muy mujeriego,
pues ha tenido amoríos
y los ha dejado luego.
EL MARQUÉS-. Debe tener enemigos
entonces en todo el reino,
que pocas veces se llora
a quien resulta soberbio.

EL DUQUE-. Tiene la gracia de muchos,
y en este acontecimiento
es justo tener gran calma
y hacer las cosas con tiento.
EL MARQUÉS-. ¿Y cómo un hombre tan malo,
mantiene amigos tan buenos
y tan grades simpatías,
según me lo estáis diciendo?

EL DUQUE-. Es él galán y es valiente,
sabe bien escribir versos,
y asombra todos, pues sabe
el arte del rejoneo.
EL MARQUÉS-. No sobran en toda España,
entre autores de mil versos,
los valientes que se agiten
y jueguen a ser toreros.

EL DUQUE-. No todos tienen hacienda,
no tienen linaje y pienso
que él es noble y más gallardo
que muchos otros.
EL MARQUÉS-. Es cierto.
Pero es hombre peligroso
con sus afilados versos,
si despiadado critica
a los que le son adversos.

EL DUQUE-. Tal vez la envidia lo llena.
EL MARQUÉS-. Tiene tal atrevimiento
que no estoy de ello seguro,
pero no es un hombre bueno.
Quieren todos que Filipo
acabe con él y luego
se ocupen de sus funciones
gentes de rancio abolengo.

EL DUQUE-. ¿Y no hay peligro al decirle
al rey lo que están haciendo
la reina y el joven conde?
Porque es gran atrevimiento.
EL MARQUÉS-. Preciso es hacer que llegue
a sus manos, en silencio,
el manuscrito del conde
y que él se decida luego.

EL DUQUE-. Mas ¿cómo llevarlo al rey,
si este puede, descontento,
no querer hacernos caso
y negarse a darnos crédito?
EL MARQUÉS-. No habremos de dar la cara,
pues en ese enfrentamiento,
si piensa el rey que es mentira,
no será poco severo.

EL DUQUE-. Es salpicar a la reina,
y ella es dueña de su reino,
y yo os digo que la quiere,
que la adora, según creo.
EL MARQUÉS-. No le ha tomado cariño,
no es que la quiera, yo pienso
que está al tanto del asunto
y a los cuernos tiene miedo.

EL DUQUE-. Señor marqués, es posible,
pero ignoro quien es diestro
para dejarle la nota
donde tiene su aposento.
EL MARQUÉS-. Pensaba en vos, buen amigo,
o quizás el camarero,
que entra en sus habitaciones
si el alba recorre el cielo.

EL DUQUE-. No imagino que Velázquez
quiera asumir tales riesgos,
que no es hombre mentiroso
y es en la corte hombre nuevo.
EL MARQUÉS-. Entonces sois el que queda,
y lo haréis entreteniendo
al pintor, que entre las sábanas
halle el rey el documento.

EL DUQUE-. Seré entonces sospechoso,
y tiene peligro hacerlo,
por lo que, sin un engaño,
he de decir que no quiero.
EL MARQUÉS-. En fin, que entonces no es justo
hacer lo que pide el reino
para salvar a la patria
y al rey al que yo defiendo.

EL DUQUE-. ¿Y cómo es que vos, marqués,
pues sois osado, y no miento,
no osáis a llevar a la alcoba
del rey los osados versos?
EL MARQUÉS-. Mi parte es hallar la carta,
la vuestra es vengaros luego
del hombre cruel que critica
a vuestro rancio abolengo.

EL DUQUE-. El caso es que no quisiera,
que seguro no me siento,
y, pues me hacéis admitirlo,
lo admitiré: me da miedo.
EL MARQUÉS-. ¿Quién entonces se atreviera?
Alguna menina, pienso,
podría, o algún enano,
cualquiera si no es acierto.

EL DUQUE-. ¿Y quién a la reina trajo
la mancha de tales versos?
Pues es justo la persona
que pudiera resolverlo…
EL MARQUÉS-. ¿Lo haréis vos? Sois hombre duro,
cuando menos maquiavélico,
que no es justo que os lo niegue
ni lo afirme con despecho.

EL DUQUE-. Mas bien es hacer justicia,
y, pues es justo, lo haremos,
que saben los cortesanos
lo que no saben los cielos.
EL MARQUÉS-. Quedo tranquilo, buen duque,
que me alegra bien saberlo.
EL DUQUE-. No hallará perdón el conde
por su gran atrevimiento.

ESTAMPA III

Pórtico del Palacio del rey.

EL REY FILIPO-. Raro caso el de Isabel,
que rechaza mis amores,
que me niega los favores
huyendo de mí tan cruel.
Y es amargo como hiel
sentir el desdén maldito,
porque comete delito
cuando tan cruel me desdeña,
porque la tengo por dueña
y es dura como el granito.

Oh, raro bloque de hielo
que, con terrible maldad,
ignora mi dignidad
y llena mi desconsuelo.
Y por eso yo me duelo,
que en mi lecho la quisiera,
pero ella alarga la espera,
que son así las mujeres
por privarnos de placeres,
pues eso nos desespera.

En todo caso es dichoso
sentir por ella este amor,
mas me llena de furor
ese ademán enojoso.
Y, puesto que soy su esposo,
si atrevida me provoca,
debo beber en la boca
ese amor tan encendido
con que inspira mi sentido
y el instinto se desboca.

Que me siento derrotado
cada vez que voy con ella,
pues con finura se estrella
su comentario malvado.
Pues es siempre despiadado
el ingenio que ella gasta,
y ha de ser cosa de casta
que pueda, con toda ley,
desgastar a un noble rey,
pues me agota y me desgasta.

Y puesto que es tal amor
el que siento, siento acaso
que con sus ojos me abraso
y que soy ira y terror.
Me ha negado su favor,
su bondad, su voluntad
y me ha humillado, en verdad,
pues habla toda la corte
de que nadie es el consorte
de esta esquiva majestad.

¿Qué hacer entonces, pues sé
que me veré en la derrota
si una dama me derrota
de este modo? Mas sí haré,
que tal vez inventaré
la manera de que espere
por fin al que tanto hiere,
para cerrar esta herida
que se aferra, decidida,
cuando hacer daño prefiere.

Que no ha de ser culpa mía,
pues que no le hecho yo daño,
y es un caso tan extraño
como su rara osadía.
Siempre se muestra tan fría
que, soportando el rigor,
siento en las manos sudor,
porque me sudan las manos,
algo que en los soberanos
pudiera causar pudor.

Isabel, clara figura,
brillo de mar, sol hermoso,
aire que vuela en reposo
y que luego se apresura;
noche fresca, sombra oscura
que me llena de tormento,
cuando alcanza el pensamiento
que el cielo quiere alcanzar,
alma de amor, luz solar,
beso dejado en el viento…

Y, sabiendo que es mi esposa,
siendo mi esposa, es de ley
que brinde su amor al rey,
sin mostrarse rigurosa.
En todo caso es hermosa,
y, si la debo esperar,
bien me habré de contentar
con alguna otra zagala,
aunque ninguna la iguala,
si he la verdad de contar.

De este modo, si arrogante,
parece acaso más bella,
que en el aire es una estrella
que se enciende delirante.
Hubiera sido mi amante
si no fuera mi mujer,
puesto que intuyo el placer
que haya siendo ella tan viva,
porque, con mostrarse esquiva,
es más hondo mi querer.

Y dudo con gran disgusto
en este punto, que es grave
que me rechace, y lo sabe,
porque sabe que no es justo.
Tal vez es negarme el gusto
de poderla seducir,
o quiere hacerme sufrir,
conciente de que la adoro,
que la aprecio como al oro,
ya que llena mi vivir.

En todo caso diré,
que no es tal gran demasía,
que quisiera hacerla mía,
y pues quiero, sí lo haré.
En mi lecho la tendré,
y obtendré de su rigor
esa palabra de amor
que no acaba, por herirme,
todavía de decirme,
para aumentar mi fragor.

Que si alguna vez supiera
que la reina no me es fiel
sería infeliz aquel
que a tocarla se atreviera.
Y de ser así, quisiera
yo mismo arrancar la entraña
de quien mis amores daña
y me lleva al deshonor,
que no ha de saciar su amor
en mi lecho gente extraña.

Que el rey es rey y el amor
del rey es tan elevado
que es una cuestión de estado
y se pena con rigor.
Y, si me causa dolor
la cruel infidelidad,
¿no lo ha de hacer la maldad
de encontrarme la mentira
de quien engaña y conspira
contra una alta dignidad?

En todo caso lo digo,
lo digo porque sincero
le repito que la quiero
y en sus manos soy mendigo.
Y, pues a amarla me obligo,
hago de mi corazón
una hoguera de pasión
en que morir lentamente,
pues sé que este amor se siente
en tan triste desazón.

Y para colmo los males
que aquejan el señorío,
porque ya no tienen brío
los orgullos nacionales.
No me parecen normales
esas rabias sin por qué,
el desencanto que sé
que debe sufrir España,
porque exista tanta saña,
la que yo combatiré.

Y es tiempo de decadencia,
de dolor y de amargura,
que la vida se me apura
y me cansa la paciencia.
¿Y no tiene ella conciencia
de que el marido combate,
que en la guerra se debate
y que merece el amor
que le niega su rigor,
si mis amores combate?

No alcanzo yo a comprender
lo quiere y lo que espera,
aunque dejo que me hiera,
pues es ella una mujer.
Y tamaño proceder
es noble y es generoso
en quien es un buen esposo
porque quiere ser querido,
que siendo yo su marido
no debo ser alevoso.

En fin, que si no me quiere,
si no me deja de herir,
tal dolor he de sentir
sin que el pecho desespere.
Y dado que ella prefiere
que espere, debo esperar,
pues ella sabrá llegar
a mi lecho, si es el caso,
aunque de amores me abraso,
si soy sol donde ella es mar.

Que queda el hombre abatido,
derrotado en su lamento,
perdido en el pensamiento,
en todo caso vencido,
con solo haber advertido
la inocencia en la mirada
que no es tan afortunada
como el alma que la adora,
que si ella es la misma aurora,
quiero alcanzar la alborada.

ESTAMPA IV

ESCUDERO-. Pues he llegado tarde,
cruzando los caminos
que llevan hasta aquí, cansado vengo,
y hablar, señor, quisiera,
con una dama hermosa y de ojos claros.
Quizás la conozcáis:
es dama de la corte
y tiene alta la frente y despejada,
tan blanca como el hielo
que cuaja tras noviembre en cada parque.

EL MARQUÉS-. ¿Es ella la muchacha
que suele, con la reina,
perderse entre las fuentes y caminos,
gozando estos jardines,
las sombras y el correr del viento fresco?
Si es ella, sabed, joven,
que suele retirarse
en horas más tempranas, porque suelen
querer su compañía
los reyes, cuando llega ya el crepúsculo.

ESCUDERO-. La dama que yo digo
es bella como el alba,
y muestra en su sonrisa la hermosura
que tienen los granizos
frecuentes en los meses del invierno,
pues es hija de nobles,
amiga de la reina
y vive en el palacio, donde todos
la quieren y la aprecian,
sabiendo bien sus muchas cualidades.

EL MARQUÉS-. No en vano, ella es la dama
que cuida de la reina,
que Dios proteja siempre, pues acaso
es una bendición
en esta corte llena de misterios.
Por eso don Filipo
la quiere y la valora,
que es hombre de carácter sosegado
y sabe darles premio
a quienes le son fieles y le sirven.

ESCUDERO-. Es ella, ya no hay duda.
Si fuerais tan amable,
decid que estoy aquí con un recado
que pide la prudencia
que suelen los espíritus discretos,
pues es cosa importante
y habré de darle en mano
un pliego que me mandan que le entregue,
que es cosa que no espera
y habré de darle ya lo que me dicen.

EL MARQUÉS-. Sabed que la conozco,
que sé lo que os envía
el buen Villamediana, enamorado
como jamás alguno
de los que se rindieron por pasiones.
La joven me lo dijo,
y dijo que esperase
para coger el pliego en vuestra mano,
pues este es un asunto
que debe ser tratado con prudencia.

Si acaso no ha venido,
sabed que la retiene
la reina, que está enferma en estos días,
pues siéntese cansada
y pena sin que puedan serenarla.
Los médicos pidieron
que guarde cama un día
por ver si se repone de sus males,
y habremos de entregarle
la carta de la forma más discreta.

Pues sé que es un secreto
lo que la carta dice,
que son amores todo lo que viene
escrito de su puño,
si el conde es una pluma tan ilustre.
Yo haré que llegue pronto
la carta junto al lecho
donde la reina tiene su descanso
y busca reponerse
del peso que la aflige y desconsuela.

No puedo, señor mío,
pues no se me permite,
dejar el pliego a nadie que lo quiera,
pues tiene las palabras
que escribe mi señor, el noble conde.
Decidle a la doncella
que pone sus cuidados
en nuestra soberana que se acerque
y ya sabré yo darle
el pliego que me manda Juan de Tasis.

EL MARQUÉS-. Acaso me ofendéis.
ESCUDERO-. Sabed, señor, que nunca
habré yo de ofender a buena gente:
no en vano, soy persona
que tuvo educación en un palacio.
Mas debo obrar, señor,
según las instrucciones
que tengo recibidas del buen conde,
que quiere ser discreto
en caso peligroso como es este.

El buen Villamediana
no quiere que la mano
de extraños toque nunca los escritos
que escribe para damas
de gran reputación y de solera.
Debierais comprenderlo:
el caso es que la reina
con más razón que nadie ha de ser justa
y fiel a su marido,
y no debe ser puesta en la picota.

Pudiera ser que alguno
quisiera deshonrarla,
diciendo al vulgo todos los amores
que siente, pretendida
de un hombre que la adora y que la quiere.
Si el rey supiera de esto
tendríamos problemas
y el conde moriría sin remedio,
tal vez ajusticiado,
pues puede un rey hacer tal cosa.

EL MARQUÉS-. ¡Entonces vos sabéis
que hacéis una traición,
trayéndole la carta a vuestra reina,
y, siendo bien consciente,
venís aquí al palacio con escritos!
¡Y no es vuestro peligro
ni acaso el de la dama
lo que hace que el espíritu se agite,
sino que al rey Filipo
le hacéis esta traición con insolencia!

ESCUDERO-. ¿No sois vos nuestro cómplice
para decir así de mi linaje
llamándome traidor gratuitamente?
¿O acaso es que buscabais
perder al noble conde con engaños?
No entiendo yo ese juego
que se hace tan confuso,
mas no he de daros nada, que este pliego
no soltará mi mano
si está de Dios que no hayan de estorbarme.

(El duque desenvaina y pone su espada
en la garganta
del escudero:)

EL MARQUÉS -. Si no me dais la carta
la muerte vendrá pronto,
que habré de daros muerte e un segundo
(sabed que un solo tajo
me sobra para daros muerte presto).
ESCUDERO-. Si sois hombre de honor,
dejad que desenvaine,
que es justo que los hombres se defiendan,
y yo sabré luchar
y daros mil lecciones con la espada.

(El escudero entrega el pliego)

EL MARQUÉS-. Sabed que es vuestro dueño
un hombre muy soberbio,
un hombre cuyo genio es excesivo,
y es bueno con la espada,
pues es tal vez la mano más mañosa.
Mas son muy poderosos
los muchos enemigos
que tiene repartidos por el reino,
pues piden ya su vida
en pago a los ataques que reciben.

Os dejaré marchar.
Decid, en todo caso,
que el pliego está en mis manos y el monarca
no ha de tardar en ver
que el conde y que Isabel fueron amantes.
Decidle, de este modo,
que el rey querrá su vida
en pago por la ofensa, porque es grave
querer gozar amores
que nacen en el pecho de una dama.

ESCUDERO-. Es tal vuestra dureza
que haréis lo que destruya
amores poderosos que se encienden
en pechos inocentes,
pues no tienen la culpa de buscarse.
No es justo lo que hacéis,
que juzgo que es un crimen
echar tales condenas sobre espíritus
que sienten las pasiones
de un modo tan sincero y tan hermoso.

EL MARQUÉS-. No estáis en vuestro juicio.
El pliego es una prueba
que sirve como claro testimonio
de que hubo pretensiones
de un adulterio regio, que es terrible.
Dad gracias, porque os dejo,
y, ya que vais con vida,
mostrad que sois prudente y no bizarro,
pues puede que la espada
la empuñe nuevamente,
si quiere daros muerte el duro acero.

No en vano, si quisiera,
podría dar las órdenes
y haceros prisionero, porque en esto
razón hay suficiente,
que es tema de importancia lo ocurrido.
Partid, hablad al conde,
dejadle con aviso,
pues pronto ha de morir el que cantaba
en verso las diatribas
a nobles insultados por su boca.

ESTAMPA V

Pasillos del palacio del rey.

EL MARQUÉS (leyendo)-.“Quiere el amor ser amor,
y, como amor, hace mal,
que su rayo celestial
da licencia a mi dolor.
Y es mejor ser desertor
en ese camino triste
que sentir que se desviste
el alma que tanto anhela,
porque el alma se consuela
cuando el amor no resiste.

Y, en un verso prodigioso
quiero vuestro rostro atento
a los sonidos del viento,
si es que os rozare alevoso.
Porque pienso que es hermoso
hallar en vuestra figura
el sabor de la dulzura
que nos promete su amor”.
¿Se puede escribir mejor?
EL DUQUE-. Es buena literatura:

tiene el conde gran talento
para toda la poesía.
EL MARQUÉS-. Sí, lo tiene en demasía,
que toma su verso aliento.
Pero traerá el sufrimiento
y el hondo pesar, sin duda,
hablar la verdad desnuda
y dejarse al arrebato
de regalar, sin recato,
lo que su lengua no anuda.

Sigo leyendo, señor:
“Que pues lo quiere Cupido,
he de verme yo vencido
a la luz de vuestro amor.
Y, pues me hacéis el favor,
quiero yo en vuestros abrazos
amarrarme a vuestros brazos,
unirme ya a vuestro beso,
entregándome al exceso
de verme en tan tiernos lazos.

Que, puesto que he de sufrir
la flecha de amor sincero,
he de deciros que os quiero
y que quiero sucumbir.”
EL DUQUE-. Poco queda por decir,
salvo que está condenado,
pues al rey ha deshonrado
al decir lo que ya dijo,
porque al monarca maldijo
si se dijo enamorado.

EL MARQUÉS-. Dice más: “Quiero, señora,
compararos con el día,
porque ya la brisa fría
quiere encender otra aurora.
Por eso os consagra a Flora
el color de ese cabello
que, sin decirlo, es tan bello,
que es tan bello como el sol,
cuando, tras alto arrebol,
es reflejo en vuestro cuello.

Por eso os he de aclarar
que por vos la muerte pido,
si de este amor me despido,
que es este amor singular”.
EL DUQUE-. Y le rey lo habrá de encontrar
sobre su lecho dejado.
EL MARQUÉS-. Está el conde sentenciado
y ha de pagar sus errores,
su maldad y los amores
que a desgracia lo han llevado.

¿Queréis más? Sigue la cosa:
“A fuerza de soberana,
sois para mí, en la mañana,
una fragancia olorosa.
Acaso sois vos la rosa,
la bella flor del rosal,
quizá un lirio matinal,
pues la mañana se vierte
y en vuestra belleza advierte
esa gala celestial.

Que ha de ser adoración
vivir para ser amores,
pues es sentir los dolores
en el mismo corazón.
Y es que me hacéis gran traición,
porque en vos siento ese frío
que derrota el albedrío
del alma que, enamorada,
se hace con vos alborada
que se refleja en el río.

Por esa, señora mía,
dejadme morir, si muero,
pues esta muerte prefiero
a morir sin compañía”.
Expresa melancolía
esta lectura y se ve
que el conde ignora que haré
que pague bien su maldad,
pues es alta dignidad
la que yo castigaré.

En fin, que sigo leyendo:
“Esta flecha del amor
ha causado tal dolor
que ya me voy consumiendo.
Y muero aquí, a lo que entiendo,
de vuestro afecto sentido,
que es capricho de Cupido
sentir el mal que yo siento,
pues es palabra en el viento
el verso que se ha perdido.

De este modo, soberana,
amante y señora mía,
sed vos la noche en el día,
si se funden de mañana.
Y, al pasar la hora temprana,
siendo fuego en que me abraso,
sed esa noche, al ocaso,
que el día borra, sencilla,
en los campos de Castilla,
donde pierdo yo mi paso.

Y sabed que, a vos rendido,
estoy dispuesto a la muerte,
pues que juzgáis esa suerte
el más noble cometido.
Que es morir agradecido
suspirar por ese amor
que ha causado mi dolor
y las pasiones que hieren,
ya que matarme prefieren
vuestros ojos, su color.

Que a tal mal me he resignado,
y, pues me siento morir,
es lo lógico decir
que es morir enamorado.
Vuestro pecho envenenado
culpable será a deshora
cuando reviente en la aurora
por ventura del amor
ese dorado color
que la mañana atesora.”

EL DUQUE-. Profético me parece
este verso tan hermoso,
pues hallará ese reposo,
según a mí me apetece.
Que pronto desaparece
el imprudente y malvado,
y es el conde tan osado
que diré de la osadía
que confunde noche y día
y se dice enamorado.

EL MARQUÉS-. Y pues se sabe el oficio
de dar más belleza al verso,
entre galán y perverso,
quiere regalarse al vicio.
Dice: “Sois vos el inicio,
la razón, la sinrazón,
el amor y el corazón,
la ilusión, si ha de vivir,
cuando el pecho ha de latir
por tan honda desazón.

Y, pues es deber amar,
quién os ama, dueña mía,
que no tenga la osadía
de cruzar por vos el mar.
En esto debe esperar
el alma que desespera,
que, esperando a que me hiera
todo lo que es mar en calma,
la tormenta llega al alma
entre firme y traicionera.

De este modo, reina mía,
mi dulce y clara Isabel,
sois amarga como hiel
y al tiempo la luz del día.”
Esta copla yo querría
que el rey, pues es tan celoso,
leyera del alevoso
de quien desplantes recibe,
porque dirá que, si vive,
esto resulta engorroso.

EL DUQUE-. Es preciso, ha de morir,
que debe saberse muerto,
ya que es su destino cierto,
pues no sabe dónde huir.
EL MARQUÉS-. Pero es que debo decir
que me alegrará su muerte.
EL DUQUE-. Él es listo y todo advierte,
y tal vez sepa encontrar
donde fugarse, un lugar
donde encontrar mejor suerte.

Que puede encontrar el camino
a otras zonas, a otra tierra,
quién sabe si en Inglaterra
puede encontrar su destino.
EL MARQUÉS-. Tal cosa es un desatino,
pues si se va, será tal
que se irá hasta Portugal,
donde será perseguido,
pues el rey es resentido.
EL DUQUE-. El conde acabará mal.


2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

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