jueves, 3 de julio de 2014

Romance

José Ramón Muñiz Álvarez
"EL CABALLERO Y LA HIJA DEL VENTERO"
(Romance)


–Decid vos, pues se os admira
junto al pie de una montaña,
qué os trajo por estos pagos,
en vuestra yegua alazana.

–Quiso la ambición de gloria,
que, al cabo, la quiere el alma,
que la buscase en la guerra
y en la guerra la encontrara.

–Si la ambición es de gloria,
bien hacéis yendo a buscarla,
mas no hay guerra en este reino,
ni aun en toda la comarca.

–La guerra ya la he encontrado,
que en ella batí las armas,
y son cuatrocientos moros
los que pasé por la lanza.

–Si son cuatrocientos moros,
vuestro valor os avala,
que seguro que el gran duque
os dio premio en esa andanza.

–Cuatrocientos son los moros
que cayeron en venganza
de cuatrocientos cristianos
que murieron en batalla.

–Téngalos Dios en su gloria,
porque la gente esforzada
debe gozar de su premio
junto a las almas más santas.

–Y cansado de la guerra,
vengo buscando posada,
que descanse las heridas
y el cuerpo repose en cama.

–Tiene el villorrio una venta
y en ella sabe en la jarra
el agua cual dulce vino,
si es que dulce sabe el agua.

–De los caminos cansado
quiero el descanso que aguarda
a quien le han molido el cuerpo
en las refriegas más bravas.

–Abrid presto, posadero,
que lo pide el que cabalga,
el que habita los senderos
y siente rendida el alma.

–Decid vos, pues se os admira
empuñando así la espada,
qué os trajo por estos pagos,
en vuestra yegua alazana.

–La voluntad del descanso
que al fatigado aliviara,
tras tantos años de guerra
y haber batido las almas.

–Decid vos, pues que, llegado,
sentís la sed y la gana,
si queréis yacer tan solo
o si queréis fresca el agua.

–El agua que a vino sabe
es el agua para el alma,
que también pide descanso
tras la larga cabalgada.

–Si descanso el cuerpo pide,
aquí se le ofrece al alma
que descanse entre bordados
y las sábanas más blancas.

–Y, pues me dais hospedaje,
dejad ya que la garganta
descanse de tanto esfuerzo,
y dadme a probar la jarra.

–No ha de faltar, señor mío,
mas que entregarme las armas,
y dejarme vuestra yegua,
que llamaré a la muchacha.

–Oh, claros ojos callados
que en el fondo de la jarra
decís que está el agua fresca
para el descanso del alma.

–Oh, mirar del caballero
que combatió en la batalla
y viene buscando alivio
de las heridas causadas.

–Pasa conmigo la noche,
que las estrellas aguardan,
porque siempre son discretas,
a que llegue la mañana.

–Con vos dormiré esta noche,
que entre las sedas y holandas,
será vuestro lecho gloria,
antes de llegar el alba.

–No esperemos pues la cena,
porque la alcoba callada
sabrá ponerle remedio
a las poderosas ansias.

–Sed prudente, caballero,
porque mi madre es anciana,
mas siente y oye los ruidos
si el silencio los delata.

–No ha de saber que te quiero
y que hasta hacerte mi amada,
tendré roto el firme pecho
que en tu boca se desata.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

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