“EL PUERTO
PERMANECE SILENCIOSO”
El puerto permanece silencioso,
como un suspiro
triste ante las luces
que muestran las
estrellas solitarias
que brillan,
temblorosas, en la noche.
Y, al tiempo que
los viejos marineros
descienden las
pendientes, sin apuro,
el faro alumbra
el mar y su belleza,
bañada por el
beso de la luna.
Las aguas se adormecen y bostezan
en ese lecho
suave, pues las olas
a duras penas
llegan con la furia
que suelen
cuando el mar está bravío.
Son horas de
paciencia en ese llano
inmenso,
inabarcable y majestuoso
que va de un
horizonte a otro horizonte,
tejiendo el
infinito entre sus manos.
Y duermen las gaviotas, pues esperan
el alba que se
tiende milagrosa,
mostrando los
caminos de su vuelo
a zonas
apartadas que se pierden.
Se siente en el
ambiente ese salitre
que hiere, que
se eleva y que deleita
el gusto del que
busca, en cada ruta,
llenar su red
con todos los cardúmenes.
El pueblo va quedando tras la popa,
y el agua va
agitándose en la boca
del puerto que
contempla tanta calma
y ve partir al
mar a los pesqueros.
Mas hay noches
de furia y de tormentas,
de azotes
repentinos de las olas
que arrancan,
caprichosas, cuando quieren,
un grito que se
vuelve todo espuma.
Y es grito tenebroso, es grito lleno
de rabia, de
dolor y de coraje,
un grito que se
pierde en lo lejano,
hiriente con los
pobres pescadores.
Las últimas
semanas de septiembre
los mares se
violentan, se violentan
las aguas, las
espumas y los vientos
que agitan esas
olas hacia tierra.
Después la calma, beso de la espuma
que llena, con
la lluvia de septiembre,
las páginas de
un libro de poesía
que escribe las
tragedias cotidianas.
Y es un letargo
bello el del sosiego
que vuelve con
aromas moderados,
llenando el aire
fresco de humedades
que saben a
paisajes en el norte.
Y al fin el alboroto repentino
que quieren las
gaviotas en las playas
que sufren ese
aliento que nos roza
con el azote
airado del nordeste.
De fondo los
murmullos de la espuma
que gime, que
lamenta la tristeza
del mar, del mar
calmado que disculpa
las furias de
otras veces con su calma.
Y el alba, repentina en las alturas,
dejándonos sus
brillos encendidos,
perdidos en la
altura de los cielos,
sorprende a los
que pescan en los mares.
Y giran los
albatros por el aire,
mostrándonos las
alas extendidas,
trazando con su
vuelo los dibujos
de un círculo
imperfecto que se quiebra.
La arena de las playas ve otras veces
los ocles
esparcidos por doquiera,
después de las
tormentas que el otoño
decide, si es
que viene el tiempo malo.
Las redes, el
sedal, el aparejo
valdrán de nuevo
a viejos marineros
que luchan con
el viento y su chillido,
volviendo al mar
en sus embarcaciones.
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
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