jueves, 10 de julio de 2014

Muerte de Villamediana (epílogo)




EPÍLOGO

Quiere el amor ser dolencia
de todos bien celebrada,
que la voz enamorada
pierde siempre la prudencia.
Y, si dicta la conciencia
lo que la ciencia responde,
nadie sabe cuándo y dónde
puede pisarlo la suerte,
que es capricho de la muerte,
alcanzar a un joven conde.

Pues quizás el rey la quiere,
ya que, si es bella Isabel,
es el monarca tan cruel
que la sospecha lo hiere.
Y, si la muerte quisiere
de quien, bravo, no se esconde,
será preciso que ronde
al conde su esbirro vil,
pues una vez entre mil
podrá darle muerte al conde.

Que, a caballo, de mañana,
dicen que el enamorado
hubo un clavel arrojado
a la hermosa soberana.
Y, con la brisa temprana,
sin saber cómo ni adónde,
sabe bien lo que responde,
si la razón se despeña,
la reina al amor que sueña,
si es amor el joven conde.

Por eso el joven amante
Juan de Tasis, trovador,
puede morir por amor,
que el amor es delirante.
Y es que fue bravo y galante
como quien nunca se esconde,
y no sabe cuándo y dónde,
mas una noche la muerte
le traerá su negra suerte
al blanco rostro del conde.

Que dice Madrid entero
que nunca tuvo piedad
la grandiosa majestad
que se calla el mentidero.
Mas se sabe de un coplero
que a los rumores responde,
que, por donde el mundo ronde,
sabrá decir, en la lid,
lo que sospecha Madrid
sobre si matan del conde.

Pues es don Filipo cruel,
si previene cornamentas,
pues un rey, a fin de cuentas,
quiere esposa siempre fiel.
Y es amarga como hiel
la maldad de quien se esconde
sin saber cómo ni dónde,
sin permiso de la ley,
con el mandato de un rey
que ordena matar a un conde.

Y es que el ánimo asesino,
levanta curiosidades
en las jóvenes beldades
que se quejan del destino.
Porque dicen desatino,
según el rumor responde,
que maten, sin saber dónde,
de modo cruel y violento,
a un hombre de tal talento
y con el rango de conde.

Pues, muerto Villamediana,
lloran todas sus amantes
la ternura y los instantes
del ocaso a la mañana.
Y la misma soberana
dicen que al aire responde,
cuando, sin saber a dónde,
del viento sigue en las manos,
porque no fueron humanos
los enemigos del conde.

Y en pocos romances quiere
decir el vulgo verdades,
aunque contar mezquindades
es lo que siempre prefiere.
Es este un caso que hiere
a un monarca que se esconde,
sin que la muerte le ronde
como a su mal enemigo,
que puede ser buen testigo,
después de muerto, el buen conde.

Que, muerto ya el buen amante,
muerto el joven trovador,
llora la reina su amor
con su dolor delirante.
Y este silencio inquietante
habla al miedo que responde
a la gente cuándo y dónde
dieron muerte al más valiente,
que sigue estando caliente
la sangre del joven conde.

TELÓN Y FIN

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

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