EPÍLOGO
Quiere el amor ser dolencia
de
todos bien celebrada,
que
la voz enamorada
pierde
siempre la prudencia.
Y,
si dicta la conciencia
lo
que la ciencia responde,
nadie
sabe cuándo y dónde
puede
pisarlo la suerte,
que
es capricho de la muerte,
alcanzar
a un joven conde.
Pues
quizás el rey la quiere,
ya
que, si es bella Isabel,
es
el monarca tan cruel
que
la sospecha lo hiere.
Y,
si la muerte quisiere
de
quien, bravo, no se esconde,
será
preciso que ronde
al
conde su esbirro vil,
pues
una vez entre mil
podrá
darle muerte al conde.
Que,
a caballo, de mañana,
dicen
que el enamorado
hubo
un clavel arrojado
a
la hermosa soberana.
Y,
con la brisa temprana,
sin
saber cómo ni adónde,
sabe
bien lo que responde,
si
la razón se despeña,
la
reina al amor que sueña,
si
es amor el joven conde.
Por
eso el joven amante
Juan
de Tasis, trovador,
puede
morir por amor,
que
el amor es delirante.
Y
es que fue bravo y galante
como
quien nunca se esconde,
y
no sabe cuándo y dónde,
mas
una noche la muerte
le
traerá su negra suerte
al
blanco rostro del conde.
Que
dice Madrid entero
que
nunca tuvo piedad
la
grandiosa majestad
que
se calla el mentidero.
Mas
se sabe de un coplero
que
a los rumores responde,
que,
por donde el mundo ronde,
sabrá
decir, en la lid,
lo
que sospecha Madrid
sobre
si matan del conde.
Pues es don Filipo cruel,
si
previene cornamentas,
pues
un rey, a fin de cuentas,
quiere
esposa siempre fiel.
Y
es amarga como hiel
la
maldad de quien se esconde
sin
saber cómo ni dónde,
sin
permiso de la ley,
con
el mandato de un rey
que
ordena matar a un conde.
Y
es que el ánimo asesino,
levanta
curiosidades
en
las jóvenes beldades
que
se quejan del destino.
Porque
dicen desatino,
según
el rumor responde,
que
maten, sin saber dónde,
de
modo cruel y violento,
a
un hombre de tal talento
y
con el rango de conde.
Pues,
muerto Villamediana,
lloran
todas sus amantes
la
ternura y los instantes
del
ocaso a la mañana.
Y
la misma soberana
dicen
que al aire responde,
cuando,
sin saber a dónde,
del
viento sigue en las manos,
porque
no fueron humanos
los
enemigos del conde.
Y
en pocos romances quiere
decir
el vulgo verdades,
aunque
contar mezquindades
es
lo que siempre prefiere.
Es
este un caso que hiere
a
un monarca que se esconde,
sin
que la muerte le ronde
como
a su mal enemigo,
que
puede ser buen testigo,
después
de muerto, el buen conde.
Que,
muerto ya el buen amante,
muerto
el joven trovador,
llora
la reina su amor
con
su dolor delirante.
Y
este silencio inquietante
habla
al miedo que responde
a
la gente cuándo y dónde
dieron
muerte al más valiente,
que
sigue estando caliente
la
sangre del joven conde.
TELÓN Y FIN
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
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