José
Ramón Muñiz Álvarez
“LOS
AMORES DE DON SANCHO” O “LAS NOCHES
SIN
SOSIEGO”
(breve
composición dramática
en
verso y a modo de
entremés)
ESTAMPA
I
Plazuela
de la villa, ante la que los ociosos se entretienen con rumores.
MARCOS-.
Siempre sobre lo amoroso
son
hermosas las canciones
que
nos cantan los sucesos
de
delicados amores,
y es
lo cierto que así cantan,
en las
salas de la corte,
ante
el rey y ante su séquito
los
más nobles trovadores.
FERNÁN-.
Bello ejercicio es de ingenio.
MARTA-.
Suelen ser altas cuestiones
las
que canta una espinela
que
hable de viejas pasiones.
FERNÁN-.
Tienen las trovas más bellas
en
estos tiempos su nombre,
que
hay quien las silvas escribe,
y
quien sonetos mejores
que
enseñan el amor bello
a los
viejos y a los jóvenes.
MARTA-.
Es preciso que así sea,
porque
se llenan las noche
de la
más dulce esperanza,
después
de que el sol se pone.
Pero
nadie nos las canta.
CARLOS-.
¿Para qué quieres canciones?
Tu
piensa en hacer bordados
y
déjate ya de amores
hasta
que tengas marido.
MARTA-.
He de esperar.
CARLOS-.
¿No conoces
a
Pascualillo el del campo?
Con él
quiere que te goces,
yendo
tras la romería,
después
de llegar la noche.
MARTA-.
¡Ya basta! ¡Hay que ser prudente!
¡Qué
dirán estos señores!
Dirán
que me han educado
como
no le corresponde
a una
doncella de clase
de
esta villa.
Risas
de todos.
CARLOS-.
No os asombre
el
orgullo de esta gente.
FERNÁN-.
Saben lo que corresponde.
Pausa.
MARTA-.
Y ahora, si queréis, Carlos,
porque
puede dar lecciones
el que
la música sabe,
cantadnos
bellas canciones,
porque
la música prende
en los
altos corredores
un
fuego que las estrellas
no
alcanzan con sus colores.
Carlos
toma su instrumento y comienza a tocar, mientras ella dice:
Y
haced que suenen los ecos
y que
se escuchen acordes
y
compases que nos hablen
de la
mañana y la noche,
como
en aquellos lugares
en
tiempos mucho mejores
en que
amaban los amantes
cuando
corrían las noches.
FERNÁN-.
Habréis de cantar, buen Carlos,
que se
hacen obligaciones
esas
quejas que demandan
las
querellas, los amores,
las
tristezas y alegrías
que,
en los campos y las cortes
hace
travieso Cupido,
siendo
lo suyo derroche.
MARTA-.
Cantadnos, amigo Carlos,
cantad
baladas del norte,
tal
vez romances de España,
de los
viejos infanzones,
de las
gentes que combaten,
de sus
callados blasones,
las
espadas orgullosas
y la
guerra en mil naciones.
Dejando
de tocar:
CARLOS-.
De todo lo que se canta,
relataré
mis razones
como
en los siglos de antaño
lo
hicieron los trovadores.
Y no
es menester romances,
porque
mienten las canciones
del
amor que no contaron
los
más viejos cronicones.
Podréis
escuchar las penas,
el
dolor, las desazones
que el
pecho quiebran con gana,
cuando
ya el alma se rompe.
Podréis
escuchar los llanto
que le
canta, cada noche,
si a
su balconada acude,
don
Sancho ante los balcones.
Y en
la balconada canta,
porque
canta los amores
de
doña Aldonza que suele,
querellarse
de sus voces.
Risas
de todos.
Yo que
sus males denuncio,
hago
saber los amores
al que
peregrino pase
y a
los pícaros que corren.
Escuchad,
pues lo que os canto
son
las más tristes canciones
que al
mundo madrugan tristes
si un
triste amor las compone.
Empieza
a cantar, acompañado de la cuerda:
Sueña
el amante vencido,
ya que
el amor lo convence,
que,
aunque Cupido lo vence,
él es
el mismo Cupido.
Y,
pues vive entretenido
en
causarnos gran dolor,
sueña
el amor que es amor
y
nos vence con alarde
porque
el ánimo cobarde
se
resigna en su dolor.
Sueña
el amante que llora
el
placer de la alborada
que
descubre la nevada
bajo
la luz de la aurora.
Y,
viéndola bella, llora,
porque
le niega el favor
la
dama que le da amor
y
lo vence con alarde,
porque
el ánimo cobarde
se
resigna en su dolor.
Sueña
el ángel niño y ciego
que
todo ve a su albedrío
que
tiene un reino vacío
donde
juega bien su juego.
Y, si
priva de sosiego
a
quien le sirve el licor,
dice
el amor que es amor
y
nos vence con alarde,
porque
el ánimo cobarde
se
resigna en su dolor.
De
esta manera, amoroso,
huye
quien era sensato,
mas lo
alcanza el arrebato,
para
echarlo en hondo foso.
Allí
sufre el que, gozoso,
quiso
el amor sin pudor,
y
el que no quiso el amor
que
lo vence con alarde,
porque
el ánimo cobarde
se
resigna en su dolor.
Y,
porque vos, dueña mía,
sois
testigo de mi duelo,
os
dedico el desconsuelo
que
con su llama me enfría.
Pues,
porque es gran osadía,
se
aparta de este rigor
el
que sabe del amor
y
no confunde el alarde
con
el ánimo cobarde
que
hace más fiero el dolor.
Acabada
la canción, todos aplauden.
FERNÁN-.
Es hermosa esa canción
que
nos llena de alegría,
porque
enciende lo que enfría,
cuando
enciende el corazón.
MARTA-.
Es hermosa y es razón
escucharla
y aplaudir.
FERNÁN-.
Es escucharla morir,
pues
contiene gran pesar,
que no
dejo de llorar
por lo
que hube de sentir.
Mas os
diré en cualquier caso…
MARCOS-.
Bellos son, que es lo que digo,
que,
de estos versos testigo,
los
oigo y de amor me abraso.
FERNÁN-.
Yo me he quedado en un paso
de
hacerme piedra con ello.
MARTA-.
Lo cierto es que es verso bello
y
hasta el fondo me ha llegado.
FERNÁN-.
Os lo diré: me ha gustado.
CARLOS-.
Yo estoy dichoso por ello.
Vuelve
a cantar otra canción don Carlos:
Quiere
el amor maltratar
al que
se entrega a su sueño,
pues,
convertido en su dueño,
solo
le queda mandar.
Y,
pues ha de gobernar
sobre
nosotros Amor,
causan
sus flechas dolor,
causa
su daño placer,
que
es misterio conocer
la
maldad de su rigor.
Y,
pues vivo enamorado,
quiere
amor que me consuma
y de
mi fuego presuma
como
un loco equivocado.
Y me
siento acelerado
en las
manos de un traidor,
porque
quiere mi dolor
confundido
en el placer,
por
si llego a conocer
la
crueldad de su rigor.
Los
demás comentan sus canciones:
MARTA-.
Expresa muy bien amores
esta
dulce melodía,
cosa
que no conocía,
y los
versos…
FERNÁN-.
¡Los mejores!
MARCOS-.
Pero son hondos dolores
los
que siente allá en el pecho
el que
llora con despecho
esos
terribles desdenes,
que no
serán para bienes
si
Cupido está al acecho.
ESTAMPA
II
En
la alcoba de Aldonza, que se entretiene bordando, donde ella habla
con su aya:
ALDONZA-.
Quiere mi padre, en su enfado,
darme
castigo, que es cierto
que
anoche estaba despierto
y oyó
a ese mozo alocado.
AYA-.
Ya lo escuché, y lo cantado
era
todo gran belleza,
pues
son versos de tristeza
esos
versos que cantó.
ALDONZA-.
Pero mi padre lo oyó
y me
habló con aspereza.
Por
eso fui a confesar,
por
eso hablé con el cura,
que me
dijo: “Tú procura
hacer
bien”.
AYA-.
Es bien obrar.
ALDONZA-.
Pero, si vino a cantar
bajo
esta gran balconada,
no
tengo culpa de nada,
pero
me culpan a mí,
que
eso sucede.
AYA-.
Pues sí.
ALDONZA-.
Mala suerte.
AYA-.
Pues no es nada.
Porque
ese muchacho apuesto
canta
bien, que, enamorado,
se
coloca a tu mandado
con un
gesto tan honesto.
ALDONZA-.
¿Qué me importa a mí su gesto,
si,
con venir a cantar,
a mi
padre hace saltar
con su
impaciencia y enfado?
Ese
muchacho es malvado.
AYA-.
¡Si no deja de penar!
ALDONZA-.
No pido yo esas canciones
sobre
materia amorosa.
AYA-.
¡Ay, doña Aldonza! Eso es cosa
de sus
calladas pasiones.
ALDONZA-.
No deben los corazones
entregar
su sentimiento.
AYA-.
Pero si lo lleva el viento
al
palacio del amor…
ALDONZA-.
No he de darle mi favor
ni
admitir tal casamiento…
AYA-.
Poco sabes de la vida,
pues
que tienes poca ciencia.
ALDONZA-.
Mucho se de la prudencia
en que
vivo complacida.
AYA-.
Esa decencia encendida
puede
luego ser amor.
ALDONZA-.
Lo será de alguien mejor,
que es
esa verdad desnuda.
AYA-.
Tú dale parte a la duda.
ALDONZA-.
No he de hacerle tal favor.
AYA-.
¿A don Sancho o a Cupido?
ALDONZA-.
A don Sancho de momento,
y, si
puede el sentimiento,
a los
dos.
AYA-.
¡Qué sinsentido!
ALDONZA-.
Pues un corazón vencido
poco
puede en la batalla,
y es
el amor un canalla
que
vence al enamorado.
AYA-.
¡Mira por dónde te ha dado!
ALDONZA-.
Es la verdad.
AYA-.
¡Pero, vaya!
ALDONZA-.
Y me dijo el confesor:
“En
esta vida yo he visto
muchas
cosas, y, por Cristo,
nunca
he gozado el amor.
Pero
es malo su rigor
para
las cosas del alma.”
AYA-.
Eres joven, más ten calma…
Es que
el amor desgraciado
es
alevoso y osado.
Mas
podrá robarte el alma.
ALDONZA-.
¿Cómo lo hará?
AYA-.
Con su fuego.
ALDONZA-.
¿Cómo podrá?
AYA-.
Con maldades.
ALDONZA-.
¿Cómo sabrá?
AYA-.
Sin verdades.
ALDONZA-.
¿Cómo valdrá?
AYA-.
Con su juego.
ALDONZA-.
¿Cómo vendrá?
AYA-.
Con un fuego
que el
pecho enciende en apuro,
porque,
sabiéndose duro,
no
tendrá ya más vergüenza.
ALDONZA-.
¿Y es posible que me venza?
AYA-.
Es sin duda algo seguro.
ALDONZA-.
No le dije la verdad
a mi
triste confesor,
porque,
llena de pudor,
la he
callado.
AYA-.
¡Qué maldad!
ALDONZA-.
¡Por la Santa Trinidad
que
decirlo no quería,
porque
decirlo me hería,
que se
vuelve el pensamiento
algo
terrible y violento
si
sale a la luz del día!
Porque
yo sé que es prudencia
hacer
lo que me enseñaron,
que
todo lo que mandaron
es
cosa de gran conciencia.
Pero
es que, en tanta decencia,
no
dejo yo de querer,
pues
acaso soy mujer,
que me
canten las canciones
con
amorosas razones
que me
vuelven a encender.
AYA-.
Siendo moza, he de decir,
pues
bien te lo contaré,
que el
amor también prendió
en mi
pecho de mujer.
Y
prendió con fuerza y gana,
que
nunca sabe qué hacer
el que
vive enamorado.
ALDONZA-.
Eso lo juro yo a fe.
AYA-.
Él era un joven apuesto
de los
que ya no se ven,
gallardo
como solía.
ALDONZA-.
Pues me parece muy bien.
AYA-.
Y rondaba mi ventana,
desde
las dos a las tres,
cuando
en la noche y el hielo
era la
luna cortés.
ALDONZA-.
¿Qué decía vuestra madre?
AYA-.
Pues que no era el mozo aquel
hombre
de ingenio ni talla
para
casarme con él.
Y me
dijo que esquivara
al
muchacho por aquel
prejuicio
contra insensatos,
si no
saben hacer bien.
ALDONZA-.
En suma, que lo dejasteis.
AYA-.
A la fuerza lo dejé,
que
mis padres lo ordenaron,
y, con
hacerlo, pues bien,
sentí
dolor y tristeza,
sentí
que era amarga hiel
amar y
dejar al tiempo,
pues
que ya lo amaba a él.
Pues
era aquel dulce muchacho,
incluso
si torpe fue,
la
esperanza de mi pecho,
el
despecho de mi fe,
mi
afán y desesperanza,
porque,
por irme con él,
hubiera
dado la vida,
y por
hallar su vergel.
Por
eso debes dejarlo,
hacerle
caso y saber,
que si
tu padre te riñe
hace
lo que debe hacer,
que no
tú, si le haces caso,
pues
tal no debes hacer
a
quien pide que renuncies
al
amor que yo dejé.
ALDONZA-.
Pero mi padre es quien manda
y, si
él riñe, debo hacer
lo que
el dice.
AYA-.
No lo creas,
porque
naciste mujer,
y las
mujeres aprenden
cuanto
se debe saber
al
respecto, porque saben
al
hombre engañar.
ALDONZA-.
No es bien.
AYA-.
Perderás tus años mozos,
no
podrás gozarte bien,
si es
que ignoras lo que quiere
Cupido
darte.
ALDONZA-.
¿Qué haré?
porque,
al cabo, quiero amores,
pero
mi padre interés
muestra
en tenerme alejada.
AYA-.
Pero yo sé lo que hacer.
ALDONZA-.
¡Ah, razón de mi despecho,
blando
Sancho…! Pues sabré
hacer
lo que vos, tan sabia,
es
posible que dictéis.
Mas no
es matar las virtudes
que el
pecho siente.
AYA-.
No es bien
preguntar
de esa manera.
ALDONZA-.
Raro dilema… ¿Qué hacer?
Porque
el amor pide mucho,
que es
la riqueza un gran bien,
y es
la nobleza más alta,
y,
pues es honra tener,
no
puedo yo, renunciando,
regalarme
en brazos de él,
para
que luego no quiera
ser mi
esposo.
AYA-.
Mas ¿por qué?
¿No
sabes en tu ignorancia
que el
honor es el revés
de la
vida más dichosa?
Porque,
si lo miras bien,
quiere
el amor ser la trampa,
que no
lo deja de ser,
pero
no amar es peligro
de
morir sin el placer.
¿Para
qué vivir entonces?
¿Para
qué dejar de ser
amor
en brazos ajenos?
¿Qué
se pudiera perder?
Pues
el tiempo que se escapa
y que
miramos correr
viaja
pronto, pues se escurre
y la
vida va con él.
De
esta manera, si el tiempo
se va
para no volver,
si no
torna el tiempo
es
hora de querer cualquier placer.
ESTAMPA
III
Alcoba
de don Sanch. Don Sancho está en el aposento, sentado sobre la cama,
como quien razona para sí:
DON
SANCHO-. Quiere herir con sus puñales
el
amor el pecho mío,
pues
que lo sabe con brío,
para
llenarlo de males.
Y las
horas otoñales
saben
de mi aburrimiento,
cuando
susurran al viento
que se
acerca a mi ventana,
si ya
nace en la mañana
ese
brillo ceniciento.
Mas
todo será contento,
porque,
en siendo enamorado,
quiero
servir el mandado
que
ordena mi sentimiento.
Pues
habla con duro acento
este
amor que, con dureza,
me
mira con aspereza,
pues
es cruel el malandrín,
si se
finge un querubín
coronado
de belleza.
Sigue
ahora cantando con tristeza sus amores al compás de un instrumento
de cuerda que él mismo tañe:
Traición
es, si al pecho hiere,
el
desvelo que el amor
suele
encender, sin pudor,
en
quien su duelo sufriere.
Que el
amante el amor quiere
como
más alto destino.
Y
es, de este modo, mezquino,
porque
suele, con su flecha,
encender
alguna endecha
en
quien llora peregrino.
Que el
que muere enamorado
ignora
que vive preso
en la
promesa del beso
que
nunca será entregado.
Porque
vive trastornado
quien
del amor es sirviente.
Y,
si es el amor doliente,
no
será hermoso el desdén,
pues,
negando el mayor bien,
hace
la sed más ardiente.
Que
nace de su veneno
esa
obsesión que asesina
a
quien presto se avecina,
creyéndolo
noble y bueno.
Y
muere de amores lleno
Quien
se entrega al desatino.
que
es, de este modo, mezquino,
porque
suele, con su flecha,
encender
alguna endecha
en
quien llora peregrino.
Por
eso es el desamor
más
alta filosofía
que,
con mayor osadía,
verse
en manos del amor.
Bien
nos lo avisa el rumor
donde
lo dice la fuente.
Y,
si es el amor doliente,
no
será hermoso el desdén,
pues,
negando el mayor bien,
hace
la sed más ardiente.
Entra
don Diego en la alcoba:
DON
DIEGO-. De nuevo, don Sancho, os miro,
que,
entre cantos y lamentos,
parecéis
hombre de liras,
de
silvas y de sonetos.
Y es
que en cantar los amores
parece
que se os va el tiempo,
que
amores hay que son malos
cuando
se aferran al pecho.
Sobre
todo son mentiras
de los
raros sentimientos
que
quiere encender con gala
la
belleza con su fuego.
Mas
debierais ir a verla
y que
os mate con anhelos
cuando
muestre la dureza
que
engendra su duro pecho.
DON
SANCHO-. Sabed que hallaré la muerte
en la
maldad de su seno,
pues
me han dicho que se burla
de mi
pena y mi tormento.
Y dice
el alma que sufre,
y dice
el ánimo ingenuo
que no
lo quiere la amada,
y así
ha de tenerse en menos.
DON
DIEGO-. Pues no dejáis de tristezas
y no
olvidáis los lamentos,
a este
llanto os abandono
en
este triste aposento.
Y no
gustaréis de los vinos,
porque
sabe el vino añejo
más
que todos los amores
que
encender puedan el pecho.
Quedad
pues con esos cantos
y otro
día nos veremos
en que
también con mis burlas
pueda
de rabia encenderos.
Que no
parece, don Sancho,
sino
que os dejaron ciego
esos
amores terribles
que os
atormentan.
DON
SANCHO-. ¡¡Don Diego!!
DON
DIEGO-. Además esa es muy vieja.
DON
SANCHO-. ¡Vive Dios que no comprendo!
DON
DIEGO-. Que vieja es la melodí
y más
viejos son los versos,
porque
no faltó cantarlos
siendo
mozo, en esos tiempos
en que
todo fue alegría,
regocijo
y devaneo.
De
todos modos, os digo
que
obráis mal, pues eligiendo
a ese
Cupido terrible,
buscáis
un camino estrecho.
Serán
malas angosturas
por
donde os veré sufriendo
esos
amores sin alma.
DON
SANCHO-. ¡Sed respetuoso, don Diego!
DON
DIEGO-. Pues que no queréis decirme
por
qué no aceptáis consejo,
dejad
que yo mismo os diga
la
razón de vuestro duelo.
Don
Diego toma el instrumento d cuerda de las manos de don Sancho y acaba
el cantar, tañendo él los acompañamientos:
Y es
que causan los amores
sentimientos
de despecho
cuando
el amor, al acecho,
se
traduce en sinsabores.
Que
son tantos los dolores
que en
mi pecho lo adivino.
Pues,
de este modo, es mezquino,
cuando
suele, con su flecha,
encender
alguna endecha
en
quien llora peregrino.
Pues,
huyendo de Cupido,
de su
mal y su locura,
parece
que se aventura
la
razón en sinsentido.
Pues
el ánimo abatido
mira
su rostro vehemente.
Pues,
siendo el amor doliente,
no
será hermoso el desdén,
pues,
negando el mayor bien,
hace
la sed más ardiente.
Porque
luce, cuando vuela,
el
engaño de ese brillo
que
teje el alto castillo
en que
su llama se hiela.
Que el
amante se desvela
si lo
sabe ya vecino.
Porque
el amor es mezquino,
si
es que suele, con su flecha,
encender
alguna endecha
en
quien llora peregrino.
De
esta manera es lamento
querer
ser desamorado
si se
vuelca, trastornado,
el más
loco pensamiento.
Muere
de puro contento
aquel
que el amor presiente.
Que,
si es el amor doliente,
no
será hermoso el desdén,
pues,
negando el mayor bien,
hace
la sed más ardiente.
Don
Diego devuelve el instrumento a don Sancho.
DON
SANCHO (riendo)-. Está bien, iremos juntos,
y
pienso que iremos presto,
pues
presto es pasar los males
y tan
mal abatimiento,
que
duele el alma de amores
en lo
profundo del pecho,
pues
uno triste suspira
y arde
pronto en un incendio.
DON
DIEGO (riendo)-. Pues eso es lo que quería
y me
hacéis caso, tendremos
una
jarra de buen vino,
el de
la orilla del Duero,
y,
bebiendo de su néctar,
he de
daros mil secretos
de los
tiempos en que tuve
amoríos
y despechos.
DON
SANCHO-. Será bien beber el vino
y
escuchar vuestros comentos,
que
son gratos los relatos
que
contáis con ese ingenio,
mezclando
a veces verdades,
mezclando
a veces inventos,
porque
imagina el espíritu
entre
prudente y soberbio.
DON
DIEGO-. Mal decís vos, que quisiera
no
hacer caso a un jovenzuelo
que no
sabe lo que dice.
DON
SANCHO-. Mas es la verdad, don Diego.
DON
DIEGO-. La verdad es que los mozos
enamoradizos
y ciegos
presumen
aleccionando
a los
más canos y viejos.
DON
SANCHO-. Vamos, bebamos el vino
y el
caso discutiremos
como
dos buenos amigos,
como
grandes compañeros.
DON
DIEGO-. Debéis templaros, muchacho,
porque
cualquier joveneto
pierde
la vida y el alma
con
ser menos pendenciero.
ESTAMPA
IV
Interior
del palacio de don Pedro. Don Pedro discute con su escudero:
DON
PEDRO-. Habré de llevar la espada,
señalando
que la muerte
quiero
para el que se atreva,
pues
esto es cosa prudente.
ESCUDERO-.
Mejor es, en estos casos,
puesto
que amores pretende,
llevar
las cosas con calma.
DON
PEDRO-. ¿Y ser yo condescendiente?
No es
menester que mi genio
de
esta forma se doblegue
al
capricho de un muchacho
que
sabe ser insolente.
ESCUDERO-.
A mal estáis con el mozo.
DON
PEDRO-. Lo estoy con quien me parece.
ESCUDERO-.
Pero en nada os ha ofendido.
DON
PEDRO-. Es que a mí todo me ofende.
Y,
pues me miro ofendido,
se que
en el ánimo quiere
arder
una nueva hoguera,
porque
mi pecho se enciende.
No
pienso yo que a una niña
busque
siempre de esta suerte
un
galán que no se calla,
pues
lo murmuran las gentes.
ESCUDERO-.
¿Mas qué murmuran?
DON
PEDRO-. Murmuran
todo
aquello que me hiere,
que es
el honor lo profundo
que en
el alma siempre duele.
ESCUDERO-.
Solo cantó unas canciones.
DON
PEDRO-. Nada escuché, mas se siente
un
rumor que dice amores,
que no
serán nunca bienes.
ESCUDERO-.
¿Qué sabéis vos?
DON
PEDRO-. Lo que digo.
ESCUDERO-.
¿Quién os lo dijo?
DON
PEDRO-. La gente.
ESCUDERO-.
¿Pero la gente de dónde?
DON
PEDRO-. Los vecinos.
ESCUDERO-.
¡Vaya siete!
DON
PEDRO-. Son gente rancia y son nobles,
y en
su nobleza se entiende
que la
verdad que me dicen
es
asunto que me hiere.
ESCUDERO-.
No hagáis vos caso de nadie
y
dejad que os aconsejen
los
que viven en la casa,
los
que os aprecian y quieren.
DON
PEDRO-. ¡Vino con raro instrumento
a esta
calle y no se pueda
dejar
que a una niña tierna
le
canten coplas!
ESCUDERO-.
Se entiende,
señor,
que la niña es niña
a los
ojos del que viere
la
niñez en sus ojuelos,
en su
cabello y la frente.
Porque
es moza casadera,
y
bella es si la pretenden,
y los
dulces madrigalesno son burlas ni la hieren.
Son
versos muy delicados,
llenos
de suaves vaivenes
en que
la rima maldice
al
amor con que la quiere.
DON
PEDRO-. Él no es ningún Garcilaso,
no es
Petrarca y no se quiere
que
cante aquí cada noche.
ESCUDERO-.
Pero no se desespere
vuestra
merced con este suceso,
pues
él dice que la quiere
y los
dos podrán casarse.
DON
PEDRO-. ¿Y que no me desespere?
ESCUDERO-.
También él tiene riquezas,
su
nombre es alto, y es gente
que
tiene gran nombradía
en las
tierras de Alburquerque.
DON
PEDRO-. No me gusta que me burlen.
ESCUDERO-.
Señor, de un linaje viene
que es
por muchos envidiado.
DON
PEDRO-. Si busca el amor que espere,
o
podrá probar mi espada,
que mi
espíritu valiente
sabrá
batirse y es justo.
ESCUDERO-.
Es cambiar males por bienes.
DON
PEDRO-. ¡La deshonra que supone
ese
insano mequetrefe
canto
tristes canciones
del
amor y sus vaivenes
no es
un bien, sino una afrenta
para
quien de honor entiende,
que yo
más no he de sufrirlo,
supuesto
que nadie debe!
ESCUDERO-.
De todos modos, es digno
cantar
amores y quieren
las
gentes los amoríos
escuchar
en versos breves,
porque
suelen, por las noches,
cantar
los amores crueles
los
amantes cuando rondan.
DON
PEDRO-. No es bueno que tanto penen.
Quiere
el rey gente en la guerra,
pueden
irse con los Gelves,
siguiendo
al noble bastardo
don
Juan, que es hombre valiente.
Se
va don Pedro.
ESCUDERO-.
No recuerdan los amores
los
que llegaron a viejos,
pues
dicen que sus consejos
han de
ser siempre mejores.
Pero
suelen los dolores
apretar
a los amantes,
pues
que solo unos instantes
son en
esto suficiente
para
que un mozo lamente
situaciones
inquietantes.
Y yo
vivo enamorado
a don
Sancho entiendo bien,
porque
lamenta el desdén
que lo
tiene enajenado.
Es él
un hombre educado
y bien
quiere a mi señora,
pues
le canta, hasta la aurora
su más
tierno y dulce amor
en que
llora de dolor
y su
tristeza deplora.
Y del
mismo modo vivo
y
lamento mi querer
por
amor de una mujer
a la
que versos escribo.
Que
por ello me desvivo,
puesto
que es dulce el amor
que,
negando su favor,
nos
hace sentir anhelos
para
darnos los desvelos
y
llenarnos de dolor.
Toma
un papel en el que va leyendo, con recitado enfático:
Tiene
el amor codicioso
las
desdichas, los afanes
en que
enciende los volcanes
de su
fuego poderoso.
Y
hasta el pecho vigoroso
siente
su fuego y dolor,
pues
es siempre doloroso
el
camino del amor.
Y,
como al cabo asesina
la
pasión que arde en el pecho,
es el
amor el despecho
del
que el sensato abomina.
Pero
la suerte mezquina
me
condena en su rigor,
pues
mi destino camina
los
caminos del amor.
Que,
viéndome acelerado
por
esos hondos anhelos,
fundir
infiernos y cielos
es
acaso celebrado.
Por
eso vivo apagado,
porque,
falto de favor,
la
doncella me ha negado
un
sendero hacia su amor.
Y es
un vivir sin sosiego
este
vivir con apuro,
pues
es el camino duro
si
arde el suelo como fuego.
De los
amores reniego,
que un
destino de dolor
aguarda
al que sigue a un ciego
a
la senda del amor.
Que,
en suma, si es doloroso
perderse
en este vergel,
se
hace amargo como hiel
este
sendero escabroso,
puesto
que el mal amoroso
no es
el destino mejor
para
quien siente el acoso
en
la senda del amor.
Dejando
de leer:
Doña
Marina del Valle
y
Fernández del Hornillo,
alba
clara, puro brillo,
blanca
rosa y fino talle,
dulce
regalo, detalle
de la
aurora que nos mira,
bella
verdad si es mentira
y, si
mentira, verdad,
alba
clara y majestad
por la
que el mundo suspira…
Clara
luz, clara belleza
y en
todo fina hermosura,
la
razón de mi locura
y el
poder de mi tristeza,
pues
que su blanca belleza
arranca
del pecho mío
la
razón de mi albedrío,
la
voluntad que no tengo,
el mal
del que me prevengo
y ese
bien que ya no es mío.
Y
morir por vos muriera,
ya que
sois vos mi señora,
luz
que me trajo la aurora,
verde
en verde primavera.
Y, por
ser vuestro, quisiera
gritar,
como el vagabundo,
diciéndole
a todo el mundo
las
razones de esta herida
que el
amor tiene encendida
con un
corte tan profundo.
ESTAMPA
V
Mesón
de la villa. La mesonera dirige a sus dos mozas en el interior de
mesón:
MESONERA-.
Tres semanas llevo fuera
y
hallo perdida la casa,
el
polvo por los pasillos
y en
los muros telarañas.
Cuando
miro lo que hicisteis,
encuentro
sucias las sábanas,
y no
digamos la ropa.
MOZA
1-. Yo la lavé en agua clara.
MOZA
2-. Pues por lo visto era turbia.
MESONERA-.
Mal la lavasteis, mas basta,
que,
de aquí en lo sucesivo,
yo
misma os veré lavarla.
MOZA
1-. No habéis contado, señora,
cómo
queda vuestra hermana.
MOZA
2-. ¡Como si ese fuera asunto
que a
nosotras importara!
MESONERA-.
Mi hermana, después del trance,
de
todo queda curada,
mas no
quedaréis vosotras,
que no
hacéis bien las coladas:
Que yo
habré de castigaros,
pues
que se os sabe alocadas,
y todo
el pueblo lo grita,
y
hasta los ciegos lo cantan.
Y,
decidme, en estos días,
¿cómo
ha estado la posada?
MOZA
2-. La posada bien señora,
mas la
villa trastornada.
MOZA
1-. Acaso como nosotras.
MESONERA-.
Si no valéis para nada,
que no
acertáis con las cosas
que
cada día se mandan.
Y, ya
que sois de rumores,
porque
nada se os escapa,
¿qué
tal la vida en el pueblo?
MOZA
2-. Pues la verdad que animada.
MOZA
1-. Hay un asunto de amores
que
tiene ya alborotada
a la
gente de la villa.
MOZA
2-. Todos lo hablan en la plaza.
Llegan
al mesón don Sancho y don Diego:
MOZA
1-. Señora, dos caballeros
han
entrado en la posada,
que el
vino querrán.
MOZA
2-. Seguro.
Iremos
a por las jarras.
Las
mozas van por todo lo necesario para servir a los huéspedes:
MESONERA-.
Don Diego de Monteviejo
y del
Villar de Carranza,
venís
bien acompañado.
DON
DIEGO-. Di que nos pongan dos jarras.
Inmediatamente
les sirven.
MESONERA-.
Es buen vino, señor mío,
que
dicen que la garganta
se
endulza con gusto suave
y el
paladar que lo pasa.
DON
DIEGO-. Bien lo sé, que lo he probado
y es
de mi gusto.
MESONERA-.
Esta casa
siempre
os guarda el mejor vino.
DON
DIEGO-. Bien lo sabe el que lo paga,
y es
el caso que me gusta,
que
por tomar otra jarra
vengo
siempre satisfecho.
MESONERA-.
Eso, don Diego, me agrada.
Las
mozas y la mesonera se van a hacer sus labores.
DON
DIEGO-. Te decía que estas cosas
suelen
ser muy complicadas,
que
nadie del mal de amores
podrá
decir que se escapa.
Es
perdición y es terrible,
y,
pues es cosa tan mala,
bueno
es decir qué es preciso
en la
intención de curarla.
Pero,
porque soy curioso,
que es
cosa que a nadie espanta,
me
diréis primeramente
quién
es y cómo se llama.
DON
SANCHO-. Sabedlo, pues es lo justo
deciros
quién es la dama:
doña
Aldonza de Fuenfría
es su
nombre.
DON
DIEGO-. Bella dama.
DON
SANCHO-. ¿La conocéis?
DON
DIEGO-. La conozco.
DON
SANCHO-. Pues ella me roba el alma,
ella
mi pecho destroza,
y, a
decir verdad, me mata.
DON
DIEGO (tras un trago)-. Mas noble es el vino añejo
que
veis dentro de la jarra,
porque
en grandes cantidades
a los
borrachos engaña,
que el
amor que se reduce
a unas
falsas esperanzas
cuando
es ella presumida,
que a
los más nobles desarma.
DON
SANCHO-. ¿Y no ha de amarme?
DON
DIEGO-. No creo:
es
orgullosa esta dama,
y dice
que en lo más alto
está
el linaje y las armas
que se
ven en el escudo
que, a
la puerta de su casa,
su
grandeza y nombradía
con
arrogancia amenaza.
DON
SANCHO-. ¿Y no ha de quererme entonces?
DON
DIEGO-. Olvidad las esperanzas,
porque
no es ella señora
que
pueda ser alcanzada.
Don
Sancho vuelve a acompañarse del instrumento para disponerse a
cantar:
DON
SANCHO-. Quiere el amor ser tortura,
pues,
negando su belleza,
se ha
mostrado con dureza
cuando
mi pecho se apura.
Y arde
en esta quemadura
la
esperanza que me niega
cuando
su fuerza despliega,
con el
ánimo insincero,
para
indicarme que espero,
un
regalo que no llega…
Y es
preciso, en este trance,
confesar
las emociones
que me
llenan de pasiones
donde
no existe un romance.
Y ya
que no tiene alcance
su
singular hermosura,
ya que
la vida me apura
con su
dulce ligereza,
quiero
yo amar la belleza
si es
que mi pecho tortura.
De
este modo he de cantar
denunciando
los rigores
que
conmigo los amores
quieren,
crueles, aplicar.
Y,
pues he de soportar
el
dolor de mi castigo,
será
mi consuelo amigo
confesar
estas pasiones,
que
las lejanas naciones
sabrán
servir de testigo.
Que
ellas dirán la verdad
de
todo mi sufrimiento
donde
me falte el aliento
que me
niega una beldad.
Y es
rara oportunidad
poder
hallar tal dolor,
pues
es un rayo de amor
lo que
se dice este rayo,
cuando
causa mi desmayo
para
darme más dolor.
Comienza
a cantar:
Siempre
ha de ser desdichado
el que
enamorado vive,
que,
si la flecha recibe,
también
vive enamorado.
Triste
del enamorado
que se
pierde en su camino.
Pues
es el amor mezquino,
cuando
suele, con su flecha,
encender
alguna endecha
en
quien llora peregrino.
Que la
esperanza de un beso
acaso
es desesperanza,
porque
nubla la confianza
cuando
se torna en exceso.
Pues
ese beso travieso
quiere
ser amor ardiente.
Y,
si es el amor doliente,
no
será hermoso el desdén,
pues,
negando el mayor bien,
hace
la sed más ardiente.
Y, en
viendo que el amor mata,
en
viendo que siempre hiere,
no es
lo más justo que espere
clemencia
a quien arrebata.
A su
gusto nos maltrata,
si se
convierte en destino.
Que
es, de este modo, mezquino,
porque
suele, con su flecha,
encender
alguna endecha
en
quien llora peregrino.
Y el
que pide esos amores
que lo
mire con prudencia,
que la
prudencia es la ciencia
para
evitar los errores.
Mala
cosa los amores
son al
decir de la gente.
Y,
si es el amor doliente,
no
será hermoso el desdén,
pues,
negando el mayor bien,
hace
la sed más ardiente.
Que
dicen del condenado
que
padece en las galeras
que
tristes son sus esperas
hasta
verse liberado.
Y
llora el enamorado
cuando
mira su camino.
Pues,
de este modo, es mezquino,
cuando
suele, con su flecha,
encender
alguna endecha
en
quien llora peregrino.
Que en
locura se derrama
la luz
que se ve en la altura
cuando
en sus brillos procura
ser
retrato de una dama.
Enciende
la viva llama
que no
se sacia en la fuente.
Pues,
siendo el amor doliente,
no
será hermoso el desdén,
pues,
negando el mayor bien,
hace
la sed más ardiente.
TELÓN
2014 ©
José Ramón Muñiz Álvarez
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