José Ramón Muñiz Álvarez
“NO
EXISTEN MÁS ALIENTOS QUE EL GRANIZO”
(Soneto de
esperanzas agotadas
que dice
la verdad de su
derrota)
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Sospecha de la muerte que se acerca, parece que el otoño es más otoño, y
es tierno y es alegre ese momento que muestra el pardo, el ocre y los rojizos,
mostrando sus colores en los árboles que hieren los alientos de noviembre, de
octubre algunas veces, si hace frío, si mueren los follajes de los bosques.
Quizás es el destino que se apura, que viene en cada ocaso melancólico,
diciendo en alta voz esas palabras que no quieren saber los que resisten el
paso pusilánime del tiempo, el eco doloroso de ese tiempo que corre hasta
extinguirse en el instante que cierne ese final que nos agota.
En todo caso, quiero comentaros que el
alma relajada y la que sufre tormento en su interior son una misma, pues pronto
hemos de unirnos a la danza, que el beso de la muerte, su promesa, y el canto
de la muerte, su penuria, serán ese destino no querido que habremos de esperar
como seguro. El ser no es infinito, porque el tiempo derrota sus más altas
esperanzas. Por eso hay quien escribe en sus sonetos metáforas de luz que son
oscuras. La escarcha va cubriendo cada prado y el beso de la noche se aproxima,
mientras el oro tiende, en las alturas, los ecos de una música y un verso:
No existen
más alientos que el granizo
que llega con violencia
a los cristales,
hiriendo las mañanas
otoñales
con esa voz que alegre
lo deshizo.
La suya es
la quimera y el hechizo
del tiempo de los
viejos robledales,
febriles y adivinos si,
mortales,
supieron del ejército
invernizo.
Y callará
el arroyo alborotado
que todos los otoños
nos advierte
las voces de tan árido
desierto,
que tiene el
hielo ya su principado
en un otoño gris, aire
de muerte,
capaz del más terrible
desconcierto.
La muerte es comparable, en ocasiones, al eco que susurra cada noche la
voz del bosque triste donde el cárabo supone que su canto es oportuno, muy
lejos de los claros donde suenan las aguas que no cesan en el cauce dormido del
arroyo remansado, metáfora gastada de la vida. Después nos trae con galas la
alborada los vagos desencantos de la vida que viven apegados a sus luces, si
saben enseñarnos lo evidente: los árboles desnudos de sus ramas, los fríos que
soportan los espíritus que sienten en la espalda ya la muerte y el verso aciago
y triste del ingenio.
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
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