José Ramón Muñiz Álvarez
“LOS BRILLOS DE OTRO SOL
EN PRIMAVERA”
(relato breve y sin
anécdota)
–Parece que van a caer los pájaros –dijo
la dueña del estanco.
–¡Vaya primavera! –se quejó un hombre
obeso, secando la frente sudorosa.
–Que ya se acercan los días de playa –comentaron
algunas madres, de camino a la guardería, llevando a sus hijos de la mano.
Y es que el sol, tanto si se pone como
si se levanta desde el horizonte, sea ya por la tarde o a una hora bien
temprana, al derramar su luz y dar su pincel a parte de cuanto existe en el
planeta, casi escondido entre los densos nubarrones o cubierto por las finas
nubes blanquecinas, si no es que el día viene, o se va, puro y despejado, es
también un personaje en cada historia y, en ocasiones, pero solo en ocasiones,
una razón de alegría.
–Anda el tiempo loco –explicó Martín a
la clientela.
–Esto es un agobio –añadió, casi
asfixiado, uno de los dos camareros que había contratado Martín dos años atrás.
–Tanto calor no es normal en estas fechas
–añadió un tercero.
Y, en la plaza de abastos del pueblo,
donde no casca como casca en la plaza mayor y donde el aire, tibio y
agradecido, refresca al público que se agolpa ante los tenderetes en los que se
vende prácticamente todo (desde los más variados comestibles hasta ropas
interiores y calzado a bajo precio), Arturo, que amó siempre la paz y la
quietud, se dijo molesto, tal vez porque las aldeanas, que quieren vender su
mercancía, tienen muy buenos pulmones:
–Tengo las mejores legumbres de la zona,
señoras –casi cacarea una.
–Tomates buenos y baratos, no pierda la
ocasión –grita un viajante.
–¡Cebollas, ajos puerros, pimientos! –alza
la voz una anciana.
El día, cuando comienza bien, sabe de
otro modo, y las mañanas de sol tienen más vida, más color y más movimiento,
porque las calles se llenan, porque las gentes ríen y porque el bullicio se
hace notar más allá de las ventanas, abiertas para ventilar el salón o las
habitaciones, mientras las amas de casa bajan a hacer sus compras y, de la que
van por el pan o buscan el arroz en el supermercado, discuten las novedades de
la vida del pueblo.
Las conversaciones suelen ser las de
siempre en la tienda, en la pescadería, en la peluquería y en el café, donde,
en torno a una mesa circular, mirando a través de la ventana, viendo el paso
ininterrumpido de la gente, la clientela adora ese placer íntimo y perverso que
llamamos cotilleo sin gastar la más mínima delicadeza: que si se casa este, que
si se divorcia aquel, que si no sé quién va a tener un niño…
Pero, ya desde el alba, sin ser
advertido, el gran protagonista del día es el sol, ese sol cuyos brillos ven lo
que pasa en el mundo, ese sol cuya belleza ilumina los objetos, los animales,
las personas, contagiando ese optimismo que hace que en los días de sol todos
estén alegres, espontáneamente risueños sin una razón aparente, pues cierto que
es, en ocasiones, algo difícil reír en este complejo mundo en el que vivimos.
Porque ese sol ha madrugado, aunque no
más que los pescadores, que los repartidores de periódicos o los dueños de los
kioscos, ya ha visto las lanchas en el mar, las olas calladas cerca de las
playas, las últimas nieves en retirada en las cumbres de las montañas más altas
(que podrían repetirse para mayo), y el correr de los regueros al arroyo que
discurre, sin prisa, hasta besar con sus aguas las del riachuelo que sigue su
curso hacia otro río todavía mayor.
Y ese sol está llamado a un destino más
alto que ver correr la vida cotidiana de los hombres, pues anima la vida de los
hombres y el mundo callado y secreto de los bosques, esos bosques que, tras el
otoño, quedaron desnudos y apuntan a un despertar sin bostezos en que
reverdecen, sin apurarse mucho, los viejos robledales y los verdes castañares
que alternan con el pino y el eucalipto, en ocasiones meneado suavemente por
los brazos invisibles del viento.
El sol de abril es un sol amigo que
despedirá al mundo con cada ocaso, cuando en los parques asomen los autillos y
saluden con su canto, o cuando los mochuelos nos avisen desde la soledad de las
arboledas lejanas, o cuando ya los campesinos, atentos a sus trabajos, se
sorprendan oyendo ese canto hermoso del cuco, que, con la felicicidad
acostumbrada, vuelve como mensajero, apartando las penas del invierno y
diciéndonos que la primavera ya está entre nosotros.
2016 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Los brillos de otro sol en primavera”
“RELATOS SIN ANÉCDOTA”
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