miércoles, 13 de julio de 2016

Cuento


José Ramón Muñiz Álvarez
“LOS BRILLOS DE OTRO SOL EN PRIMAVERA”
(relato breve y sin
anécdota)

 

–Parece que van a caer los pájaros –dijo la dueña del estanco.

–¡Vaya primavera! –se quejó un hombre obeso, secando la frente sudorosa.

–Que ya se acercan los días de playa –comentaron algunas madres, de camino a la guardería, llevando a sus hijos de la mano.

Y es que el sol, tanto si se pone como si se levanta desde el horizonte, sea ya por la tarde o a una hora bien temprana, al derramar su luz y dar su pincel a parte de cuanto existe en el planeta, casi escondido entre los densos nubarrones o cubierto por las finas nubes blanquecinas, si no es que el día viene, o se va, puro y despejado, es también un personaje en cada historia y, en ocasiones, pero solo en ocasiones, una razón de alegría.

–Anda el tiempo loco –explicó Martín a la clientela.

–Esto es un agobio –añadió, casi asfixiado, uno de los dos camareros que había contratado Martín dos años atrás.

–Tanto calor no es normal en estas fechas –añadió un tercero.

Y, en la plaza de abastos del pueblo, donde no casca como casca en la plaza mayor y donde el aire, tibio y agradecido, refresca al público que se agolpa ante los tenderetes en los que se vende prácticamente todo (desde los más variados comestibles hasta ropas interiores y calzado a bajo precio), Arturo, que amó siempre la paz y la quietud, se dijo molesto, tal vez porque las aldeanas, que quieren vender su mercancía, tienen muy buenos pulmones:

–Tengo las mejores legumbres de la zona, señoras –casi cacarea una.

–Tomates buenos y baratos, no pierda la ocasión –grita un viajante.

–¡Cebollas, ajos puerros, pimientos! –alza la voz una anciana.

El día, cuando comienza bien, sabe de otro modo, y las mañanas de sol tienen más vida, más color y más movimiento, porque las calles se llenan, porque las gentes ríen y porque el bullicio se hace notar más allá de las ventanas, abiertas para ventilar el salón o las habitaciones, mientras las amas de casa bajan a hacer sus compras y, de la que van por el pan o buscan el arroz en el supermercado, discuten las novedades de la vida del pueblo.

Las conversaciones suelen ser las de siempre en la tienda, en la pescadería, en la peluquería y en el café, donde, en torno a una mesa circular, mirando a través de la ventana, viendo el paso ininterrumpido de la gente, la clientela adora ese placer íntimo y perverso que llamamos cotilleo sin gastar la más mínima delicadeza: que si se casa este, que si se divorcia aquel, que si no sé quién va a tener un niño…

Pero, ya desde el alba, sin ser advertido, el gran protagonista del día es el sol, ese sol cuyos brillos ven lo que pasa en el mundo, ese sol cuya belleza ilumina los objetos, los animales, las personas, contagiando ese optimismo que hace que en los días de sol todos estén alegres, espontáneamente risueños sin una razón aparente, pues cierto que es, en ocasiones, algo difícil reír en este complejo mundo en el que vivimos.

Porque ese sol ha madrugado, aunque no más que los pescadores, que los repartidores de periódicos o los dueños de los kioscos, ya ha visto las lanchas en el mar, las olas calladas cerca de las playas, las últimas nieves en retirada en las cumbres de las montañas más altas (que podrían repetirse para mayo), y el correr de los regueros al arroyo que discurre, sin prisa, hasta besar con sus aguas las del riachuelo que sigue su curso hacia otro río todavía mayor.

Y ese sol está llamado a un destino más alto que ver correr la vida cotidiana de los hombres, pues anima la vida de los hombres y el mundo callado y secreto de los bosques, esos bosques que, tras el otoño, quedaron desnudos y apuntan a un despertar sin bostezos en que reverdecen, sin apurarse mucho, los viejos robledales y los verdes castañares que alternan con el pino y el eucalipto, en ocasiones meneado suavemente por los brazos invisibles del viento.

El sol de abril es un sol amigo que despedirá al mundo con cada ocaso, cuando en los parques asomen los autillos y saluden con su canto, o cuando los mochuelos nos avisen desde la soledad de las arboledas lejanas, o cuando ya los campesinos, atentos a sus trabajos, se sorprendan oyendo ese canto hermoso del cuco, que, con la felicicidad acostumbrada, vuelve como mensajero, apartando las penas del invierno y diciéndonos que la primavera ya está entre nosotros.

2016 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Los brillos de otro sol en primavera”
“RELATOS SIN ANÉCDOTA”

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