miércoles, 13 de julio de 2016

También somos paisaje, también somos vida


José Ramón Muñiz Álvarez
“También somos paisaje, también somos vida”
(relato breve y sin
anécdota)

 

Más temprano que tarde, al acortarse los días, veréis el brillo del ocaso, triste según pienso, porque no siempre son tristes los crepúsculos, aunque algunas veces lo son, sobre todo cuando la luz moribunda se acompaña de pruvas y orbayos. Y es que estamos en septiembre, y, aunque septiembre es verano, no anda ya el otoño lejos, con sus brisas y con sus lluvias repentinas, que son la causa de que andemos siempre con el chubasquero, algo temerosos de que caiga una buena sobre los charcos. Seguro que los helechos agradecen el agua que desciende y que los refresca justo cuando amarillean y empiezan a secarse, como las hojas del castaño, que, sin embargo, tardará en ofrecer, dentro del erizo, el rico fruto de las castañas, dulces cuando las asan. Podéis adivinar el romance que recita la lluvia en su descenso, colándose entre las frondas:

 

Porque duerme el horizonte

después de que la mañana

despertase con el llanto

de los orbayos y el agua.

Porque duerme el horizonte

después de que, con el día,

despertase triste el cielo,

si las nubes lo cubrían.

 

Mirar por la ventana es suponer el agua que viene con septiembre, porque septiembre es mes de lluvias también, como abril, y de vientos y de marejadas, que lo cierto es que los más viejos insisten siempre en que antes llovía más, helaba más y había peor tiempo. Mirar por la ventana es también ver la oscuridad de la noche, al abrirse camino, como una arpía conquistadora, y sentir el encanto de la luna coqueta que se mira en el espejo del mar y en todas las charcas, pero sin ver la lluvia, que a veces tarda o no llega. Mirar por la ventana es abrir los pulmones al aire puro, fresco y sereno de la noche estrellada, hasta que las nubes escondan el cielo, y sentir la caricia de ese aire puro y fresco es vivificador, hermoso, porque esa brisa nos baña con su correr alegre. Y, si no llueve, que puede ser, será la brisa quien os deleite con su canto,

 

si es que duerme el horizonte

donde la brisa reclama

con su verso el blando orbayo,

si no es que el orbayo calla.

Porque duerme el horizonte

donde la tarde tranquila

se dirige a su crepúsculo,

de la mano de la brisa.

 

El mar y la montaña dibujan paisajes agrestes y permiten contrastes que no son posibles en otros lugares, de manera que las bahías suaves alternan con los altos acantilados por aquí y por allá, y en los extremos de la región la montaña esta más cerca. Sí, el mar y la montaña, la montaña y el mar, porque hay un mar lleno de espumas y hay nieve en los montes, y, en febrero, cuando algunos van a coger oficios, puede verse el vuelo de la cigorella, que se alza con su cresta simpática, buscando más altura. Sí, el mar y la montaña, la montaña y el mar como un marco lleno de misterios, como un marco donde aparece el verde de la vida manchado por la traición de la noche, ese puñal que niega los colores de la vida y que llena el mundo de vida con sus lluvias,

 

aunque duerme el horizonte

al tiempo que llega el agua,

que se derrama serena,

que no le falta la calma.

Porque duerme el horizonte

mientras, con la lluvia fría,

la noche nos trae su aliento,

su negra melancolía.

 

Pero nosotros también somos paisaje, también somos vida y también somos noche, cuando la noche toma el paisaje y nos hace recordar la soledad de esas cuevas donde los ancestros dejaron las pinturas rupestres, es curioso testimonio de un tiempo tan lejano. Y claro está que la vida se hace hermosa cuando se produce el cambio de estación, ese cambio de estación que sabe, como el primer frío que anticipa el mes de octubre, a una gloriosa derrota, porque, al descansar de los rigores estivales, el aire viejo rejuvenece. Estos brillos que las lluvias suelen dejar en las noches de septiembre, esas pruvas y esos orbayos que descienden sin apuro, por supuesto, nos hablan de nosotros, nos cuentan una historia de guerras y conquistas y otra de paz idílica.

 

2016 © José Ramón Muñiz Álvarez
“También somos paisaje, también somos vida”
“RELATOS SIN ANÉCDOTA”

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