miércoles, 13 de julio de 2016

El aire silencioso que nos roza


 

José Ramón Muñiz Álvarez
“EL AIRE SILENCIOSO QUE NOS ROZA”
(relato breve y sin
anécdota)

 

El aire silencioso que nos roza, la sábana callada que nos roza, la manta enmudecida que nos cubre, jamás querrán decir nuestro delito, jamás querrán decir lo que nosotros osamos a probar cuando la lluvia, desvergonzada y dulce en los cristales, venía a recordarnos que el pecado nos priva de esperanzas celestiales. ¿Le importa a Dios acaso lo que hicimos?

No pienso que haya un Dios que nos condene, no pienso que nos odie, si en el Cielo (a Dios se le supone por el cielo), nos pudo ver pecando aquella noche, la noche de los besos, esa noche que fue más que los besos, que fue carne y espíritu fundidos en abrazos que rompen la esperanza del virtuoso, si quiso santidad algunas veces. Yo no me digo santo entre los santos.

El alba despertó a los funcionarios que fueron al trabajo, como siempre, llevando sus maletas de oficina, sus trajes impecables, sus corbatas, las gafas que los hacen ser más viejos (diez años como mínimo, supongo), y al tiempo, como dos muchachos vivos, acaso como dos niños traviesos, unimos nuestros labios en el lecho. Estabas hechizada esa mañana.

La luz corrió el espacio y, de los cielos, cayó, como un torrente ese granizo que vino a revelarse como cómplice: tú estabas en mis brazos, yo en los tuyos, mesando tus cabellos, tú los míos, y entonces conjugamos cada verbo, y el verbo que dijiste fue ese verbo que no hemos de nombrar, pues ese verbo convoca una brutal irreverencia (aquella irreverencia fue dichosa).

Yo no podré explicar ese suceso que llena la esperanza de ambiciones que colman toda dicha imaginada, jadeos que se encienden con regusto, palabras que se dicen y se sienten en un segundo solo, que pronuncian extraños disparates cuando llegan con fe, mas sin razón y sin gramática, un todo que se pierde y se diluye. La lógica no entiende de pasiones.

Si quieres escuchar lo que te digo del aire silencioso que nos roza, la sábana callada que nos roza, la manta enmudecida que nos cubre, los besos del granizo que supieron de aquel pecar tan dulce de mañana, el aire silencioso que nos roza, la sábana callada que nos roza, la manta enmudecida que nos cubre, serán testigos de que fue lo cierto.

No quieras esconderlo, fuimos vida que vive alimentando fantasías que tornan a encenderse, que nos matan y el aire silencioso que nos roza, la sábana callada que nos roza, la manta enmudecida que nos cubre, podrán hablar tal vez en nuestra contra, si vieron que besé tu pecho blanco, tu pecho blanco y claro, como el alba, la luz que nunca quiso condenarnos.

La voz se enciende fuerte contra el mundo que no nos deja amar, que nos oprime, que quiere destrozar esos amores habidos de mañana sin escrúpulos de herir honores altos de maridos que no saben de besos ni caricias, pues yo, con regalarte y obsequiarte la voluptuosidad de mis instintos debiera merecer el mismo cielo, si acaso quiere Dios darme su cielo.

No pienso que haya un Dios que nos condene, no sueño con un Dios que nos castigue, no pienso que ese Dios quiera salvarnos, y el tiempo corre siempre en nuestra contra y el alba nos traiciona, repentina, con irse hacia la nada en un segundo, volando y revolando, separando la luz de su momento y envolviéndose en una nube vaga que se esfuma. Después del alba clara llega el día.

Y tú, desnuda como el rastro del pecado (jamás diré que fuera un inocente quien hubo de soñar ese delito, gozando de tu risa, de tu boca, tu pecho, tus pasiones y tus ojos, que son los que me miran, si te miro), hubiste de vestirte, ir al trabajo, dejar que me vistiera y que subiera, como hacen todos siempre, cada día, al tren febril de la desesperanza.

El aire silencioso que nos roza, la sábana callada que nos roza, la manta enmudecida que nos cubre, jamás querrán decir nuestro delito, jamás querrán decir lo que nosotros osamos a probar cuando la lluvia, desvergonzada y dulce en los cristales, venía a recordarnos que el pecado nos priva de esperanzas celestiales. Si hablasen, estaríamos perdidos.

2016 © José Ramón Muñiz Álvarez
“El aire silencioso que nos roza”
“Relatos sin anécdota”

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