José Ramón Muñiz Álvarez
“EL AIRE SILENCIOSO QUE
NOS ROZA”
(relato breve y sin
anécdota)
El aire silencioso que nos roza, la
sábana callada que nos roza, la manta enmudecida que nos cubre, jamás querrán
decir nuestro delito, jamás querrán decir lo que nosotros osamos a probar
cuando la lluvia, desvergonzada y dulce en los cristales, venía a recordarnos
que el pecado nos priva de esperanzas celestiales. ¿Le importa a Dios acaso lo
que hicimos?
No pienso que haya un Dios que nos
condene, no pienso que nos odie, si en el Cielo (a Dios se le supone por el
cielo), nos pudo ver pecando aquella noche, la noche de los besos, esa noche
que fue más que los besos, que fue carne y espíritu fundidos en abrazos que
rompen la esperanza del virtuoso, si quiso santidad algunas veces. Yo no me
digo santo entre los santos.
El alba despertó a los funcionarios que
fueron al trabajo, como siempre, llevando sus maletas de oficina, sus trajes
impecables, sus corbatas, las gafas que los hacen ser más viejos (diez años
como mínimo, supongo), y al tiempo, como dos muchachos vivos, acaso como dos
niños traviesos, unimos nuestros labios en el lecho. Estabas hechizada esa
mañana.
La luz corrió el espacio y, de los
cielos, cayó, como un torrente ese granizo que vino a revelarse como cómplice:
tú estabas en mis brazos, yo en los tuyos, mesando tus cabellos, tú los míos, y
entonces conjugamos cada verbo, y el verbo que dijiste fue ese verbo que no
hemos de nombrar, pues ese verbo convoca una brutal irreverencia (aquella
irreverencia fue dichosa).
Yo no podré explicar ese suceso que
llena la esperanza de ambiciones que colman toda dicha imaginada, jadeos que se
encienden con regusto, palabras que se dicen y se sienten en un segundo solo,
que pronuncian extraños disparates cuando llegan con fe, mas sin razón y sin
gramática, un todo que se pierde y se diluye. La lógica no entiende de
pasiones.
Si quieres escuchar lo que te digo del
aire silencioso que nos roza, la sábana callada que nos roza, la manta
enmudecida que nos cubre, los besos del granizo que supieron de aquel pecar tan
dulce de mañana, el aire silencioso que nos roza, la sábana callada que nos
roza, la manta enmudecida que nos cubre, serán testigos de que fue lo cierto.
No quieras esconderlo, fuimos vida que
vive alimentando fantasías que tornan a encenderse, que nos matan y el aire
silencioso que nos roza, la sábana callada que nos roza, la manta enmudecida
que nos cubre, podrán hablar tal vez en nuestra contra, si vieron que besé tu
pecho blanco, tu pecho blanco y claro, como el alba, la luz que nunca quiso
condenarnos.
La voz se enciende fuerte contra el
mundo que no nos deja amar, que nos oprime, que quiere destrozar esos amores
habidos de mañana sin escrúpulos de herir honores altos de maridos que no saben
de besos ni caricias, pues yo, con regalarte y obsequiarte la voluptuosidad de
mis instintos debiera merecer el mismo cielo, si acaso quiere Dios darme su
cielo.
No pienso que haya un Dios que nos
condene, no sueño con un Dios que nos castigue, no pienso que ese Dios quiera
salvarnos, y el tiempo corre siempre en nuestra contra y el alba nos traiciona,
repentina, con irse hacia la nada en un segundo, volando y revolando, separando
la luz de su momento y envolviéndose en una nube vaga que se esfuma. Después
del alba clara llega el día.
Y tú, desnuda como el rastro del pecado
(jamás diré que fuera un inocente quien hubo de soñar ese delito, gozando de tu
risa, de tu boca, tu pecho, tus pasiones y tus ojos, que son los que me miran,
si te miro), hubiste de vestirte, ir al trabajo, dejar que me vistiera y que
subiera, como hacen todos siempre, cada día, al tren febril de la desesperanza.
El aire silencioso que nos roza, la
sábana callada que nos roza, la manta enmudecida que nos cubre, jamás querrán
decir nuestro delito, jamás querrán decir lo que nosotros osamos a probar
cuando la lluvia, desvergonzada y dulce en los cristales, venía a recordarnos
que el pecado nos priva de esperanzas celestiales. Si hablasen, estaríamos
perdidos.
2016 © José Ramón Muñiz Álvarez
“El aire silencioso que nos roza”
“Relatos sin anécdota”
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