miércoles, 13 de julio de 2016

Las sendas de septiembre cada noche


 

José Ramón Muñiz Álvarez
“LAS SENDAS DE SEPTIEMBRE CADA NOCHE”
(relato breve y sin
anécdota)

 

El sol, que es perezoso, según creo, desciende a su crepúsculo temprano según septiembre corre a su capricho: quizás en primavera, con las sombras, las voces del autillo y la lechuza buscaban los amores olvidados; pero estos son momentos diferentes, y el tiempo de reclamo se ha perdido, dejado atrás, callado por lo pronto.

No cantan los autillos y los cárabos entonan esos cantos de amenaza que no saben de amores y de idilios: los únicos sonidos agradables pudieran ser las voces de la fuente que llora sus eternas soledades, tal vez la lluvia triste, los “orbayos” que saben lamentarse casi mudos, si llegan ya las horas del otoño.

–¡Y dices que la noche –exclamó entonces, mostrándose asombrado como nadie–, es tiempo de perderse por los montes! ¡Y dices que es seguro ir de camino, sin luz y sin linterna, por lugares que no frecuentan ya ni los fantasmas!

A veces el muchacho era remiso, con un carácter terco, tan difícil que hablar con él se hacía trabajoso.

El brillo de la luna que se asoma refleja irrespetuoso sus colores en ese charco triste del camino, y veis la salamandra que, sin prisas, avanza entre las piedras y los musgos, callada, como suelen los tritones, sabiendo de las muchas humedades que riegan cada brizna en el espacio, quizás con su caricia delicada.

La noche nos promete su aventura y es tiempo de buscarla en esos montes que miran con orgullo cada llano: pensad que en estas costas queda cerca la sierra con sus picos y sus cimas, pero esta no es la zona donde suelen alzarse con vigor esos cordales, pues quieren los senderos atrevidos trepar colinas suaves sin apuro.

–¡No sé, no me convence! –protestaba–. Parece que estás loco, que a esas horas no suele haber ninguno por las calles! No pienso que la gente, por la noche, se pierda, a su capricho, caminando, y menos por los montes de la aldea.

De todos modos, aunque fuera un mozo capaz de discutir cualquier propuesta, sabía razonar si hacía falta.

Los montes son lugares misteriosos que toman unos tintes más románticos si se oyen los ladridos de los perros. Podemos suponer que, con la noche, recorren los caminos los raposos, que salen a buscar el alimento. También imaginamos que los lobos descienden para vernos temerosos, instantes antes de un ataque fiero.

El caso es que estas noches cuya lluvia desciende como “orbayu” son seguras. El caso es que, llevando un chubasquero, quizás no es necesario tanto bulto, que hay gentes que no llevan ni el paraguas. El valle es bello siempre con el alba, y es bello cada tarde, mas la noche también ofrece cosas muy distintas.

–Quizás es diferente siendo junio: las noches, con su brisa, si son cálidas, invitan al paseo, sí que es cierto… Pero esta noche llueve y es locura salir a recorrer esos rincones que quieres visitar cuando no es hora.

El joven razonaba de una forma curiosa, con sus tintes concesivos, para volver de nuevo con la contra.

La noche será grata a sus amigos si bajan al paseo del verano, pasadas ya las once por la Iglesia. Las olas nos enseñan sus espumas si quieren los caprichos de ese viento que gime con enojo, cuando sopla. Quien busca brisas cálidas y amables las hallará en el puerto de la villa, también cuando camine en el paseo.

Los valles del concejo son hermosos, y es cierto que da gusto recorrerlos después de que la lluvia los embriague. La magia de la noche, sin embargo, pudiera parecernos más dudosa, y hay algo que la vuelve apetecible. Es bello recorrer largas distancias bajo esa sombra oscura, porque el día no ofrece los secretos que se esconden.

–Podéis salir vosotros, yo me quedo, que hay frío y que los vientos del otoño se acercan cuando llega ya el octubre. No faltan muchos días, y noviembre ya es mes en el que abundan las heladas, las lluvias, las escarchas, los granizos…

El caso era llevarnos la contraria, decir que no, negarse como suelen los niños cuando tienen pocos años.

Acaso las estrellas en la altura no puedan alumbrarnos, eso es cierto, porque las nubes densas las ocultan. Tal vez esas cortinas silenciosas que llenan de tiniebla los espacios no quieran que miremos al mochuelo. Quién sabe si veremos al raposo, que corre entre el helecho y los arbustos, cazando, cuando puede, una alimaña.

La luna querrá ser nuestra linterna si caen las lluvias, siempre repentinas, y besan nuestro pelo con sus labios. Su luz, su luz hermosa, sus colores, podrán mirarnos con su llama tenue, con esos tonos casi amarillentos. Seremos como los exploradores que corren cada noche los caminos que advierten lo que ocurre entre las sombras.

–No quiero que me digan que estoy loco –nos dijo, con un ánimo de réplica–, ni quiero estar en boca de la gente: dirán que estáis chiflados cuando os vean los viejos que se asoman, si oyen pasos, y miran quiénes pasan por la calle.

Existen gentes sabias y prudentes, y existen los que son más testarudos y quieren ganar siempre, si discuten.

 

2016 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Las sendas de septiembre cada noche”
“RELATOS SIN ANÉCDOTA”

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