José Ramón Muñiz Álvarez
“LAS SENDAS DE SEPTIEMBRE
CADA NOCHE”
(relato breve y sin
anécdota)
El sol, que es perezoso,
según creo, desciende a su crepúsculo temprano según septiembre corre a su
capricho: quizás en primavera, con las sombras, las voces del autillo y la
lechuza buscaban los amores olvidados; pero estos son momentos diferentes, y el
tiempo de reclamo se ha perdido, dejado atrás, callado por lo pronto.
No cantan los autillos y
los cárabos entonan esos cantos de amenaza que no saben de amores y de idilios:
los únicos sonidos agradables pudieran ser las voces de la fuente que llora sus
eternas soledades, tal vez la lluvia triste, los “orbayos” que saben lamentarse
casi mudos, si llegan ya las horas del otoño.
–¡Y dices que la noche –exclamó
entonces, mostrándose asombrado como nadie–, es tiempo de perderse por los
montes! ¡Y dices que es seguro ir de camino, sin luz y sin linterna, por
lugares que no frecuentan ya ni los fantasmas!
A veces el muchacho era
remiso, con un carácter terco, tan difícil que hablar con él se hacía
trabajoso.
El brillo de la luna que
se asoma refleja irrespetuoso sus colores en ese charco triste del camino, y
veis la salamandra que, sin prisas, avanza entre las piedras y los musgos,
callada, como suelen los tritones, sabiendo de las muchas humedades que riegan
cada brizna en el espacio, quizás con su caricia delicada.
La noche nos promete su
aventura y es tiempo de buscarla en esos montes que miran con orgullo cada
llano: pensad que en estas costas queda cerca la sierra con sus picos y sus
cimas, pero esta no es la zona donde suelen alzarse con vigor esos cordales,
pues quieren los senderos atrevidos trepar colinas suaves sin apuro.
–¡No sé, no me convence!
–protestaba–. Parece que estás loco, que a esas horas no suele haber ninguno
por las calles! No pienso que la gente, por la noche, se pierda, a su capricho,
caminando, y menos por los montes de la aldea.
De todos modos, aunque
fuera un mozo capaz de discutir cualquier propuesta, sabía razonar si hacía
falta.
Los montes son lugares
misteriosos que toman unos tintes más románticos si se oyen los ladridos de los
perros. Podemos suponer que, con la noche, recorren los caminos los raposos,
que salen a buscar el alimento. También imaginamos que los lobos descienden
para vernos temerosos, instantes antes de un ataque fiero.
El caso es que estas
noches cuya lluvia desciende como “orbayu” son seguras. El caso es que,
llevando un chubasquero, quizás no es necesario tanto bulto, que hay gentes que
no llevan ni el paraguas. El valle es bello siempre con el alba, y es bello
cada tarde, mas la noche también ofrece cosas muy distintas.
–Quizás es diferente
siendo junio: las noches, con su brisa, si son cálidas, invitan al paseo, sí
que es cierto… Pero esta noche llueve y es locura salir a recorrer esos
rincones que quieres visitar cuando no es hora.
El joven razonaba de una
forma curiosa, con sus tintes concesivos, para volver de nuevo con la contra.
La noche será grata a sus
amigos si bajan al paseo del verano, pasadas ya las once por la Iglesia. Las olas nos
enseñan sus espumas si quieren los caprichos de ese viento que gime con enojo,
cuando sopla. Quien busca brisas cálidas y amables las hallará en el puerto de
la villa, también cuando camine en el paseo.
Los valles del concejo
son hermosos, y es cierto que da gusto recorrerlos después de que la lluvia los
embriague. La magia de la noche, sin embargo, pudiera parecernos más dudosa, y
hay algo que la vuelve apetecible. Es bello recorrer largas distancias bajo esa
sombra oscura, porque el día no ofrece los secretos que se esconden.
–Podéis salir vosotros,
yo me quedo, que hay frío y que los vientos del otoño se acercan cuando llega
ya el octubre. No faltan muchos días, y noviembre ya es mes en el que abundan
las heladas, las lluvias, las escarchas, los granizos…
El caso era llevarnos la
contraria, decir que no, negarse como suelen los niños cuando tienen pocos
años.
Acaso las estrellas en la
altura no puedan alumbrarnos, eso es cierto, porque las nubes densas las
ocultan. Tal vez esas cortinas silenciosas que llenan de tiniebla los espacios
no quieran que miremos al mochuelo. Quién sabe si veremos al raposo, que corre
entre el helecho y los arbustos, cazando, cuando puede, una alimaña.
La luna querrá ser
nuestra linterna si caen las lluvias, siempre repentinas, y besan nuestro pelo
con sus labios. Su luz, su luz hermosa, sus colores, podrán mirarnos con su
llama tenue, con esos tonos casi amarillentos. Seremos como los exploradores
que corren cada noche los caminos que advierten lo que ocurre entre las
sombras.
–No quiero que me digan
que estoy loco –nos dijo, con un ánimo de réplica–, ni quiero estar en boca de
la gente: dirán que estáis chiflados cuando os vean los viejos que se asoman,
si oyen pasos, y miran quiénes pasan por la calle.
Existen gentes sabias y
prudentes, y existen los que son más testarudos y quieren ganar siempre, si
discuten.
2016 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Las sendas de septiembre cada noche”
“RELATOS SIN ANÉCDOTA”
No hay comentarios:
Publicar un comentario