lunes, 16 de julio de 2012

DICIEMBRE HA REGRESADO



DICIEMBRE HA REGRESADO

Diciembre ha regresado a los colores
de los follajes tristes de los árboles,
privados muchos de ellos de los tonos
callados o encendidos en sus copas:
los pardos, los dorados, los rojizos
se pudren entre el barro, junto al musgo
que bebe la humedad sobre la piedra.
Y un halo de tristeza ha regresado,
cegando cada llama, cuando tarde,
la aurora se abre paso en lo lejano
 besando los cordales y las sierras.
También ella se ha puesto melancólica:
desde la balconada de la casa,
admira, silenciosa, cada tarde
la torre de dormidos sillarejos
que, entre los troncos pardos y la hiedra,
les sirve de guarida a los raposos
y esconde el testimonio de sus ruinas
en el helecho verde de los bosques
que callan bajo un cielo encapotado
que riega, no sin algo de alboroto,
las densas arboledas con las lluvias
sutiles de las tardes del otoño.
Un tiempo atrás su rostro era más bello,
sus ojos más brillantes, más azules.
Y, como aquella torre abandonada
tal vez desde los siglos del medioevo,
quedaron olvidadas su belleza.
Diciembre ha regresado a los colores.

DEJÁBASE LLEVAR LA BRISA FRESCA

Dejábase llevar la brisa fresca
por los rincones suaves del verano.
Las rocas de los viejos precipicios
pudieron escuchar miles de veces
aquellos repentinos alborotos,
cuando, al nacer las luces, a lo lejos,
alzaban, en concierto, las gaviotas
sus gritos agresivos por el aire,
mientras la bajamar, siempre a capricho,
dejaba al peregrino que admirase
desnudos los guijarros de las calas,
las playas arenosas, los pedreros.
Llevaban varias horas las chalanas
buscando el calamar en mar abierto,
dejándose mecer, cuando las olas
llegaban a la costa tras kilómetros
de viaje hacia un lugar inalcanzable.
La aurora pudo verlos, cuando el alba
corrió veloz el cielo con sus brillos.
La vida de estas gentes era dura,
quién sabe si un dolor sacrificado
por la necesidad de la pobreza
que empuja, como empuja a los proscritos,
al marinero digno a las espumas.
Dijeron que era el mar, alma asesina,
quien los trataba así, quien les hacía
sufrir la humillación de sus miserias.
Mas no es el mar el reino en que naufragan,
sino tus ojos tristes pero bellos,
azules como el mar, crueles y hermosos.

2012 ©  José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

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