DICIEMBRE HA REGRESADO
Diciembre
ha regresado a los colores
de
los follajes tristes de los árboles,
privados
muchos de ellos de los tonos
callados
o encendidos en sus copas:
los
pardos, los dorados, los rojizos
se
pudren entre el barro, junto al musgo
que
bebe la humedad sobre la piedra.
Y
un halo de tristeza ha regresado,
cegando
cada llama, cuando tarde,
la
aurora se abre paso en lo lejano
besando los cordales y las sierras.
También
ella se ha puesto melancólica:
desde
la balconada de la casa,
admira,
silenciosa, cada tarde
la
torre de dormidos sillarejos
que,
entre los troncos pardos y la hiedra,
les
sirve de guarida a los raposos
y
esconde el testimonio de sus ruinas
en
el helecho verde de los bosques
que
callan bajo un cielo encapotado
que
riega, no sin algo de alboroto,
las
densas arboledas con las lluvias
sutiles
de las tardes del otoño.
Un
tiempo atrás su rostro era más bello,
sus
ojos más brillantes, más azules.
Y,
como aquella torre abandonada
tal
vez desde los siglos del medioevo,
quedaron
olvidadas su belleza.
Diciembre
ha regresado a los colores.
DEJÁBASE LLEVAR LA
BRISA FRESCA
Dejábase
llevar la brisa fresca
por
los rincones suaves del verano.
Las
rocas de los viejos precipicios
pudieron
escuchar miles de veces
aquellos
repentinos alborotos,
cuando,
al nacer las luces, a lo lejos,
alzaban,
en concierto, las gaviotas
sus
gritos agresivos por el aire,
mientras
la bajamar, siempre a capricho,
dejaba
al peregrino que admirase
desnudos
los guijarros de las calas,
las
playas arenosas, los pedreros.
Llevaban
varias horas las chalanas
buscando
el calamar en mar abierto,
dejándose
mecer, cuando las olas
llegaban
a la costa tras kilómetros
de
viaje hacia un lugar inalcanzable.
La
aurora pudo verlos, cuando el alba
corrió
veloz el cielo con sus brillos.
La
vida de estas gentes era dura,
quién
sabe si un dolor sacrificado
por
la necesidad de la pobreza
que
empuja, como empuja a los proscritos,
al
marinero digno a las espumas.
Dijeron
que era el mar, alma asesina,
quien
los trataba así, quien les hacía
sufrir
la humillación de sus miserias.
Mas
no es el mar el reino en que naufragan,
sino
tus ojos tristes pero bellos,
azules
como el mar, crueles y hermosos.
2012 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS
LOS DERECHOS RESERVADOS.
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