martes, 10 de julio de 2012

SONETOS PARA LOS ALUMNOS SORIANOS

 
SONETO I

Para Ángel Calavia Chicote

        Las aguas rumorosas en el Duero
dos ojos alcanzaron, de mañana,
con pardos de la tierra castellana
y brillos para el cielo mañanero.
        Lucieron su color, y, con esmero,
miraron esa luz siempre temprana
que llena de coral la senda llana,
que mira del sol firme su lucero.
        De dama delicada, pero oscuros;
acaso de princesa, aunque morenos;
quién sabe si de reina, si de diosa;
        la luz del sol hallaron sin apuros,
y sus reflejos nunca fueron menos
en ojos de soriana tan hermosa.

SONETO II

Para Raúl Pascual Aragonés

        Retorna de entre frondas y espesura,
rendido al verde intenso, aunque lejano,
a Soria, peregrino, un asturiano,
cansado, derrotado en la andadura.
        Aquí a Gerardo admira, en su locura,
que, pluma magistral, fue buen soriano,
y, amante de este campo castellano,
tornó su sentimiento en aventura.
        Leyendas de los viejos hubo habido,
y supo, con ingenio, en raro juego,
plasmarlas don Gustavo, atormentado.
        Los muros de los siglos del olvido
alzados permanecen, y, en sosiego,
recuerdan los andares de Machado.

SONETO III

Para Diego Gil Acero

        No habrá de durar siempre, mas la quiero,
la Soria de mi exilio en estas tierras,
que vivo enamorado de sus sierras,
sus llanos, los caminos que hace el Duero.
        Y pronto he de partir, que, plañidero,
se torna el corazón en tristes guerras,
sabiendo que si, triste, te destierras,
después se hace el destierro placentero.
        Mas no dirán las lenguas delirantes
que no he querido a Soria como mía,
si bien llegué lanzado al ostracismo.
        Y pronto la Alameda de Cervantes
serán, y el Duero alegre, al claro día,
recuerdos encerrados en mí mismo.

SONETO IV

Para Mario Encinas Rodea

        Nos muestra con orgullo la fachada,
la piedra que labraron los canteros,
la magia de románicos austeros
y nobles de la edad más que pasada.
        Y, uniendo arco con arco, rematada
con suma perfección, siglos enteros
contempla, y mirará los venideros,
paciente, silenciosa, engalanada.
        Y no hay templo mejor en toda Soria,
que no falta hermosura a su rudeza
forjada en las edades más lejanas.
        Así, Santo Domingo, vieja historia,
presume de su edad, de su belleza,
sin gótico esplendor, sin filigranas.

SONETO V

Para Diego Paricio Serrano

        El viento en las llanuras y colinas,
si duermen bajo el claro firmamento,
sabrá del oro claro y ceniciento
que vuela entre las rosas coralinas.
        Serán las alboradas peregrinas
en ese caminar, con paso lento,
amante del susurro, del lamento
de fuentes junto al Duero cristalinas.
        Y, al verlas, un suspiro repentino
que suele detener al caminante
que San Saturio ve por los senderos.
        Y, al refrescarse en ellas, peregrino,
la voz de otro susurro delirante,
bajo ese sol que enciende sus plateros.

SONETO VI

Para Sergio Sebastián Lacalle

        Más clara fue la nieve, más los hielos
que en el invierno cubren la llanura,
las sierras que, pobladas de espesura,
con sed lamen su amor, bajo sus velos.
        Helada Soria ya, sus terciopelos
enseña y, en su mágica figura,
se miran los paisajes, que es blancura
el traje que da abrigo a blancos suelos.
        La nieve descendió con raro hechizo
poblando el campo, pura y primeriza,
tejiendo su ancha sábana en el suelo.
        Rozó la escarcha triste ese granizo
que sobre el suelo, si graniza,
y sueña silencioso, siendo hielo.

SONETO VII

Para Alberto Rodríguez Monge

        Reflejo que se mira en la Laguna,
las llamas desenvuelve de su ovillo
el sol, bello corcel, verso sencillo
que el horizonte tiene como cuna.
        No pudo la alborada inoportuna
negar que sus colores y su brillo
del cielo se hacen mágico castillo,
y esconden la belleza de la luna.
        Y mira entre el azul ese carruaje
la llama majestuosa, con nobleza,
besando cada pueblo, cada villa.
        Valor le dio la luz a ese paisaje
austero, pero lleno de belleza,
insigne en los dominios de Castilla.      
           
SONETO VIII

Para Rodrigo Ortega Izquierdo

        El sol, desde la altura, el aire humilla
con fuego que se enciende, y, cristalino,
anuncia el espectáculo taurino,
si mira desde el cielo donde brilla.
        La tarde azul del cielo de Castilla
alumbra la belleza en el camino,
y sabe Soria a brillo numantino
del Duero coronando la alta orilla.
        El sol sobre la arena sabe a ruedo
y a toros que, atacando la estocada,
la vida dan, se entregan a la fiesta.
        Se funden el respecto con el miedo
y, donde el matador alza su espada,
el sol mira ese golpe que le asesta.

SONETO IX

Para Alejandro Oliva Fernandez

        Dormido el cielo bajo la mañana,
empieza a despuntar, con brisa fría,
el alba que es en Soria la alegría,
la aurora que es del aire soberana.
        Herido por el rayo halló lozana
al Duero melancólico que el día
miraba, mientras, lento, descendía,
reflejo de la llama más temprana.
        La nieve su color y su blancura
sumó con la blancura del granizo,
del Duero en las orillas, perezoso.
        Del sol el brillo fue la quemadura,
y, raudo, con su rayo, se deshizo
el hielo helado, triste y silencioso.

SONETO X

Para Andrea San  Andrés Lázaro

        El cielo azul en Soria es tan hermoso
como el color azul que en la mirada
se admira de una dama enamorada,
si el Duero mira, bello y quejumbroso.
        El cielo azul en Soria es luminoso,
y bello es contemplar esa alborada,
si ya el verano trae la Sanjuanada,
que el cielo hace coral irrespetuoso.
        El cielo azul en Soria es brisa fría,
y brilla, cuando corre la mañana,
cuya mansión de llamas atesora.
        El cielo azul en Soria es la alegría
que enseña la belleza más temprana
que puede alumbrar clara con la aurora.

SONETO XI

Para Luna Romero Sanz

        La fuente silenciosa, en sus reflejos,
la ardilla admira atenta que se lanza
y en repentino salto alegre alcanza
el tronco de los árboles ya viejos.
        Mazmorra de la imagen, sus espejos
pintaron la alborada con templanza,
y un búcaro de luz en lontananza
tiñó el agua dichosa de bermejos.
        Poblada de sorianos, la Alameda
espera ya el crepúsculo cansado
que al fin cede a la noche, ya vencido.
        El sol regresará a mostrar la rueda
del carro que dirige, coronado,
después de retirarse en el olvido.

SONETO XII

Para Javier Pérez Soriano

        Y el aire ardió, jugando en lo lejano,
al ver del sol la brasa que, encendida,
la luz perdió, perdió color y vida,
el cielo condenando tan temprano.
        Y vino al cielo claro y castellano
la sombra de la noche envejecida,
estrellas sujetando en su guarida
de sombras y dolor al viento vano.
        Y halló la luna allá en sus corredores
la Soria que, al rendirse a la alegría,
enciende su carácter bullicioso.
        Y tuvo así la plaza de Herradores
más vida que el Casino a mediodía,
si el vino ofrece dulce y silencioso.

SONETO XIII

Para David García Lacarra

        Memorias de la orilla con la aurora
que suelta sus overos en la altura
podrá admirar el alma que se apura
cuando sus rayos, rápida, atesora.
        Las luces pronunciadas con demora
podrán, tras una noche tan oscura,
jugar, en una mágica aventura,
a ser del aire planta trepadora.
        El Duero por susurro en la vereda
las aves soñarán, al primer rayo,
si no es la brisa dulce en la Alameda.
        Y el sol correrá el cielo en su caballo,
cazando sombras, al morir la veda,
tomando al horizonte por lacayo.


SONETO XIV

Para Julia Ramos Hernández

        Y el aire ardió, jugando en lo lejano,
al ver del sol la brasa que, encendida,
la luz perdió, perdió color y vida,
el cielo condenando tan temprano.
        Y vino al cielo claro y castellano
la sombra de la noche envejecida,
estrellas sujetando en su guarida
de sombras y dolor al viento vano.
        Y halló la luna allá en sus corredores
la Soria que, al rendirse a la alegría,
enciende su carácter bullicioso.
        Y tuvo así la plaza de Herradores
más vida que el Casino a mediodía,
si el vino ofrece dulce y silencioso.

SONETO XV

Para Daniel Gómez Barrio

        Memorias de la orilla con la aurora
que suelta sus overos en la altura
podrá admirar el alma que se apura
cuando sus rayos, rápida, atesora.
        Las luces pronunciadas con demora
podrán, tras una noche tan oscura,
jugar, en una mágica aventura,
a ser del aire planta trepadora.
        El Duero por susurro en la vereda
las aves soñarán, al primer rayo,
si no es la brisa dulce en la Alameda.
        Y el sol correrá el cielo en su caballo,
cazando sombras, al morir la veda,
tomando al horizonte por lacayo.

SONETO XVI

Para Alejandro Fernández Jiménez

       En Arcos de San Juan, con la nevada,
el alba, al despertar, la brisa fría,
halló como el cristal que se encendía
y su reflejo alzó en su llamarada.
        No pudo ser más clara la alborada
que, rauda, los espacios recorría,
si, entre la escarcha y nieve, relucía
el brillo de su llama alborotada.
        Llegado a las mansiones de la altura,
cubrió el suelo el invierno de belleza
de sábanas en campos extendidas.
        Y vieron los sorianos la blancura
que los paisajes mancha sin dureza
en horas de silencio detenidas.
LLEGÓ LA MAÑANA

Para Raquel Zapata Arancón

        Llegó la mañana
con claros reflejos,
bordando sus luces,
tejiendo bostezos.
Y brilló en la altura
un claro destello,
al mostrar el oro,
al mostrar su sueño.
        Y vio los paisajes
el rayo primero,
rasgando las sombras,
quebrando los cielos.
Y halló los colores
dorados del Duero,
entre dulces cantos
y amargos lamentos.
        Las aves felices
alzaban el vuelo,
sus trinos, si acaso,
lanzados al cielo.
Los llantos la niña,
por amor sincero,
por verse engañada
de quien fue su dueño:
        “Dejadme que llore,
orillas del Duero,
con lágrimas tristes,
con un pecho tierno.
Dejad que se escape
mi llanto y mi duelo,
ante el sol y el alba
y sus oros bellos.
        Pues fue tan canalla
de mentir primero,
de pedir favores,
de negarlos luego.
Y aquí me abandona,
me deja en silencio,
corriendo el camino
y huyendo mi beso.
        Y, yendo en su yegua,
galán caballero,
se parte a otras villas,
se parte a otros pueblos.
Y dice que espere
como hacen los vientos
que vienen del norte,
que llegan de lejos.
        Y, triste y perdida,
oyendo el lamento,
esconde los ojos,
esconde su pecho.
Y sigue el camino,
el viejo sendero
que va entre colinas
y corre entre cerros.

2012 © José Ramón Muñiz Álvarez

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