José Ramón Muñiz
CUADRO ÚNICO DEL JUGUETECÓMICO TITULADO
“El desdichado
amante”
“El desdichado
amante”
ESCENA I
En la estancia principal del palacio, el SIRVIENTE intenta consolar a su SEÑOR.
SIRVIENTE-. No es oportuno, señor,
lamentarse todo el día.
Contra el cielo es osadía
que mostréis tan mal humor.
Siempre os quejáis de un dolor
que nadie ha de comprender.
Ya nunca queréis comer
y os dejáis en este estado.
Dicen que os han embrujado
don un amor de mujer.
Y taciturno y callado
os lamentáis de constante.
¿Es un amor delirante
en vuestro pecho clavado?
Todo el mundo en este estado
por vuestra salud lamenta
que nadie lleve la cuenta
de tantos días de encierro.
Qué os carga con ese hierro
cuyo peso os atormenta.
SEÑOR-. Déjate ya de sermones,
déjame llorar mi daño,
mi dolor, mi desengaño,
mi turbación y pasiones.
¿Conoces tú las prisiones
del dolor más encendido?
Yo yazgo aquí, mal herido,
enfermo y triste de ausencia
y se acerca tu presencia
a verme más ofendido.
SIRVIENTE-. Pues ya los murmuradores
abundan en el palacio.
¿Es vuestro amor un topacio
O es un jazmín entre flores?
Siempre lleno de dolores
se os contempla a este tenor.
¿No podéis estar mejor?
¿Queréis médicos mejores?
¿Qué os aqueja a los señores
cuando se os clava el amor?
Unos dicen que es virtud
y otros dicen que es por vicio.
Ya lo comenta el servicio.
No hablo yo sin rectitud.
pensad en la juventud,
la mocedad de los años,
que, con sucesos extraños,
toda quietud y sosiego
os arrancan. Sólo ruego
que os pase el mal de estos años.
SEÑOR-. ¿Qué sabes tú del amor,
de su dureza y crueldad?
es un tirano en verdad:
de lo malo lo peor.
Deja sólo a tu señor,
que llore su mal tranquilo,
en el silencio y sigilo
del mal que así lo maltrata
y te daré buena plata.
no quiero tenerte en vilo.
SIRVIENTE-. Mencionáis al tal Cupido
como a un enemigo malo.
Os pasáis cada intervalo
tristemente deprimido.
Ya no os alegra el sonido
de las aves clamorosas.
¿No sabéis que son hermosas
al cantar en primavera?
Vuestra fe ¿que es lo que espera
en medio de tantas cosas?
¿Quién te mete con mi fe?
acaso soy buen cristiano.
De ello siempre he estado ufano,
de manera que, ahora, ve.
Triste me consolaré
en mi encierro extraordinario,
donde muero voluntario
por el poder del amor.
SIRVIENTE-. No es bueno tanto dolor.
SEÑOR-. Tengo yo aquí mi calvario.
SIRVIENTE-. Si volviera, como antaño,
vuestra noble y bella madre
o regresara el buen padre
y hallara un mal desengaño…
Y os habéis vuelto un huraño
con aquellos que obedecen,
con quienes por vos se crecen
cuando en la calle comentan
las lenguas viles que inventan
las cosas que no acontecen.
No comer es cosa insana,
siempre entre raros papeles
que vuestros dedos lebreles
escriben con mucha gana.
Desde la hora más temprana,
como suele el escribano
escribís, con aire vano
del dolor que os atormenta,
y nadie lleva la cuenta
desde aquel triste verano.
Tomad pues, esta morcilla,
llenad el vientre, señor,
olvidando ese dolor
que os enoja y os mancilla.
No es nunca cosa sencilla
cuidar del cuerpo y humores.
qué os causa tales pavores
o que dolor os aflige,
si todo al bien os dirige.
Quién causa vuestros dolores.
Tal vez la trotaconventos
ha querido, con su hechizo,
deshacer el bien que hizo
la luz de los firmamentos,
cuando para mil contentos
dio la bella claridad
al origen que en verdad
da más lustre a vuestro escudo…
¿Si lo hizo, cómo pudo?
Cielos, qué barbaridad…
Decid, señor lo que os pasa,
que se hunde ya en la tristeza
la gente sin aspereza
que a veros viene a esta casa.
Decidme lo que retrasa
vuestra buena curación.
Todos por la salvación
piden a Dios cada día.
Nunca lo que os afligía
Quiso nadie con traición.
ESCENA II
El SIRVIENTE se va dejando solo a su SEÑOR.
SEÑOR (CON LA GUITARRA EN MANO Y CANTANDO):
Si quiere Amor destrozarme,
si quiere mi mal Cupido,
teniéndome aquí vencido
y dispuesto a arrodillarme,
bien le sobrará dejarme
en mi callado sosiego
que cuando digo digo,
digo Diego.
Y si no debo curar
del mal que se me apodera,
que venga la muerte fiera,
bien por la tierra o el mar,
pues habré de reposar
de un árbol al buen abrigo,
que cuando digo Diego,
digo digo.
Y ya puestos a morir,
muramos pues, y dichosos,
soñaremos muy gozosos
nuevamente al revivir,
que, sin el amor sentir,
de nada sirve este juego,
que cuando digo digo,
digo Diego.
Oh, raro jardín de amor,
en el que alegre me lavo,
dichoso de ser tu esclavo,
infeliz por tu dolor.
siempre sumiso al amor,
me confieso por testigo,
que cuando digo Diego,
digo digo.
2012 © José Ramón Muñiz Álvarez
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