sábado, 14 de julio de 2012

EL DESDICHADO AMANTE


José Ramón Muñiz
CUADRO ÚNICO DEL JUGUETECÓMICO TITULADO
“El desdichado

amante”



ESCENA I

En la estancia principal del palacio, el SIRVIENTE intenta consolar a su SEÑOR.



SIRVIENTE-. No es oportuno, señor,

lamentarse todo el día.

Contra el cielo es osadía

que mostréis tan mal humor.

Siempre os quejáis de un dolor

que nadie ha de comprender.

Ya nunca queréis comer

y os dejáis en este estado.

Dicen que os han embrujado

don un amor de mujer.

Y taciturno y callado

os lamentáis de constante.

¿Es un amor delirante

en vuestro pecho clavado?

Todo el mundo en este estado

por vuestra salud lamenta

que nadie lleve la cuenta

de tantos días de encierro.

Qué os carga con ese hierro

cuyo peso os atormenta.

SEÑOR-. Déjate ya de sermones,

déjame llorar mi daño,

mi dolor, mi desengaño,

mi turbación y pasiones.

¿Conoces tú las prisiones

del dolor más encendido?

Yo yazgo aquí, mal herido,

enfermo y triste de ausencia

y se acerca tu presencia

a verme más ofendido.

SIRVIENTE-. Pues ya los murmuradores

abundan en el palacio.

¿Es vuestro amor un topacio

O es un jazmín entre flores?

Siempre lleno de dolores

se os contempla a este tenor.

¿No podéis estar mejor?

¿Queréis médicos mejores?

¿Qué os aqueja a los señores

cuando se os clava el amor?

Unos dicen que es virtud

y otros dicen que es por vicio.

Ya lo comenta el servicio.

No hablo yo sin rectitud.

pensad en la juventud,

la mocedad de los años,

que, con sucesos extraños,

toda quietud y sosiego

os arrancan. Sólo ruego

que os pase el mal de estos años.

SEÑOR-. ¿Qué sabes tú del amor,

de su dureza y crueldad?

es un tirano en verdad:

de lo malo lo peor.

Deja sólo a tu señor,

que llore su mal tranquilo,

en el silencio y sigilo

del mal que así lo maltrata

y te daré buena plata.

no quiero tenerte en vilo.

SIRVIENTE-. Mencionáis al tal Cupido

como a un enemigo malo.

Os pasáis cada intervalo

tristemente deprimido.

Ya no os alegra el sonido

de las aves clamorosas.

¿No sabéis que son hermosas

al cantar en primavera?

Vuestra fe ¿que es lo que espera

en medio de tantas cosas?

¿Quién te mete con mi fe?

acaso soy buen cristiano.

De ello siempre he estado ufano,

de manera que, ahora, ve.

Triste me consolaré

en mi encierro extraordinario,

donde muero voluntario

por el poder del amor.

SIRVIENTE-. No es bueno tanto dolor.

SEÑOR-. Tengo yo aquí mi calvario.

SIRVIENTE-. Si volviera, como antaño,

vuestra noble y bella madre

o regresara el buen padre

y hallara un mal desengaño…

Y os habéis vuelto un huraño

con aquellos que obedecen,

con quienes por vos se crecen

cuando en la calle comentan

las lenguas viles que inventan

las cosas que no acontecen.

No comer es cosa insana,

siempre entre raros papeles

que vuestros dedos lebreles

escriben con mucha gana.

Desde la hora más temprana,

como suele el escribano

escribís, con aire vano

del dolor que os atormenta,

y nadie lleva la cuenta

desde aquel triste verano.

Tomad pues, esta morcilla,

llenad el vientre, señor,

olvidando ese dolor

que os enoja y os mancilla.

No es nunca cosa sencilla

cuidar del cuerpo y humores.

qué os causa tales pavores

o que dolor os aflige,

si todo al bien os dirige.

Quién causa vuestros dolores.

Tal vez la trotaconventos

ha querido, con su hechizo,

deshacer el bien que hizo

la luz de los firmamentos,

cuando para mil contentos

dio la bella claridad

al origen que en verdad

da más lustre a vuestro escudo…

¿Si lo hizo, cómo pudo?

Cielos, qué barbaridad…

Decid, señor lo que os pasa,

que se hunde ya en la tristeza

la gente sin aspereza

que a veros viene a esta casa.

Decidme lo que retrasa

vuestra buena curación.

Todos por la salvación

piden a Dios cada día.

Nunca lo que os afligía

Quiso nadie con traición.



ESCENA II

El SIRVIENTE se va dejando solo a su SEÑOR.


SEÑOR (CON LA GUITARRA EN MANO Y CANTANDO):


Si quiere Amor destrozarme,

si quiere mi mal Cupido,

teniéndome aquí vencido

y dispuesto a arrodillarme,

bien le sobrará dejarme

en mi callado sosiego

que cuando digo digo,

digo Diego.

Y si no debo curar

del mal que se me apodera,

que venga la muerte fiera,

bien por la tierra o el mar,

pues habré de reposar

de un árbol al buen abrigo,

que cuando digo Diego,

digo digo.

Y ya puestos a morir,

muramos pues, y dichosos,

soñaremos muy gozosos

nuevamente al revivir,

que, sin el amor sentir,

de nada sirve este juego,

que cuando digo digo,

digo Diego.

Oh, raro jardín de amor,

en el que alegre me lavo,

dichoso de ser tu esclavo,

infeliz por tu dolor.

siempre sumiso al amor,

me confieso por testigo,

que cuando digo Diego,

digo digo.

2012 © José Ramón Muñiz Álvarez

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