EL CABALLERO ENAMORADO
(Letrilla)
Quiso, siempre
caprichoso,
el amor, naciendo el día,
no faltar a su osadía,
con su fuego luminoso.
Y, lanzándose gozoso,
cruel, malvado, traicionero,
con un dardo el pecho
triste
alcanzó del caballero.
Y, donde está la
escarpada
que da paso al peregrino,
aguardó el amor mezquino
a tenderle una celada.
Y, jinete a la alborada,
en la espesura frondosa,
en su carne hirió la
flecha
de la punta venenosa.
Quiso, siempre
con dureza,
el amor, con la alborada,
en su furia alborotada,
demostrar su fortaleza.
Y, luciendo su destreza
como magnífico arquero
con un dardo el pecho
triste
alcanzó del caballero.
Y es que el
guerrero valiente,
por los amores turbado,
al sentirse enamorado,
buscó el agua de la fuente.
Lo encontró triste y doliente
el agua que, melodiosa,
en su carne vio la
flecha
de la punta venenosa.
Quiso, siempre
resentido,
el amor, con sus engaños,
tornar mayores los daños
del caballero afligido.
Y es que, viéndolo vencido,
encendido en su lucero,
arrojó el desdén helado
al amor del caballero.
Y fue un disparo
sencillo
el que lanzó a aquella dama
desde los pies de su cama,
en la alcoba del castillo.
Y vio el alba como el brillo
de su belleza gozosa
en hielo tornó cuajado
su mirada venenosa.
Quiso, siempre
obsesionado
el amor, con sus maldades,
exagerar las maldades
que le dan poder y estado.
Y, sin mostrarse apiadado
con su servidor sincero,
el desdén dejó hechizado
el amor del caballero.
Y voz le dio a la
querella
que, llegado ya el ocaso,
se le escucha a cada paso
a la luz de alguna estrella.
Y es que su rara centella
lo contempla, temblorosa,
confesando las heridas
de la flecha venenosa.
SOBRE LA TIERRA NEVADA
(Letrilla)
Sobre la tierra
nevada
sobre montes y cordales,
raras luces celestiales
vieron nacer la alborada.
Y respondió a su llamada,
sus colores y su brillo
el saludo misterioso
de la boca del cuclillo.
Nació feliz la
mañana
que, con sus rayos, deshizo
la pureza del granizo,
anunciándose temprana.
Y, en el cielo soberana,
levantando su castillo,
un saludo oyó gracioso
de la boca del cuclillo.
Y, al correr el
mediodía,
buscando aquella frescura,
la brisa halló la espesura
colmada de sombra fría.
Y, cuando el calor del día
maldecía el airecillo,
el saludo oyó, gozoso,
de la boca del cuclillo.
Y corrió, con
gran pereza,
lenta y serena, la tarde,
sin que el sol hiciera alarde
de su valor y grandeza.
Y, al menguar su fortaleza,
fingiendo ser más sencillo,
los cantos halló,
dichoso,
en la boca del cuclillo.
Y el crepúsculo
callado
se dibujó sobre un monte,
conquistando el horizonte,
por su pincel abrasado.
Y, en medio de aquel dorado,
como la voz de un chiquillo,
se oyó un canto doloroso
de la boca del cuclillo.
Y, después, la
sombra oscura,
mostrando gala y derroche,
trajo en su carro la noche
y el silencio a la espesura.
Y, donde libre murmura
monótono siempre el grillo,
no se escuchó el canto
hermoso
de la boca del cuclillo.
“Canciones para Mael y Jimena”
Todos los derechos reservados por el autor.
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