El viejo disco
de la Filarmónica
sonaba muchas veces en el trasto que el polvo iba comiendo lentamente. La
música era bella y los eslavos no siempre fueron malos componiendo. Aquella
melodía iba mezclando sonidos como el agua de dos fuentes de las que nacería un
largo cauce. Mas no sé de Moldavia y de sus gentes, e ignoro tan lejana
geografía. Sentí que la corriente de aquel río buscaba otros lugares, otros
mundos. Supuse, con envidia, unos rincones donde hay castillos llenos de
misterios, manchados por la voz de la leyenda. Y el curso del Moldava era
curioso: primero se agrandaba, y describiendo los juegos cinegéticos de un
noble, miraba entre las sombras los colores callados de la luna perezosa que
supo de los baños en sus aguas de las ondinas bellas en la noche. Después,
aquellos rápidos violentos y, lejos, no muy lejos, esa Praga con gusto a la Edad Media y sus
castillos dormidos en la calma de su ruina.
El viejo disco
de la Filarmónica
sonaba muchas veces en el trasto que el polvo iba comiendo lentamente.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
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