Las lluvias
del otoño regresaron a aquel paraje gris en el olvido. Rozó el aliento helado
de las brisas aquel cristal, aquellos ventanales que hirieron, despertando de
su sueño, las lágrimas calladas del espíritu que vuela más allá de la arboleda,
que grita la venida del invierno que nunca perdonó la exuberancia que tuvo
entre sus manos el verano. Qué duras soledades en el alma sospechan las poesías
que se esconden en cofres de dolor y de amargura que dictan sus palabras
arbitrarias al genio de los viejos escritores que saben describir sus
impaciencias, su calma, su fatal melancolía, bañada de abandono y mezquindades.
Las lluvias del otoño regresaron a
aquel paraje gris en el olvido. Qué
espasmos y terrores, qué violencia la que alza, contemplando lo lejano la luz
más interior, cuando se asume que ya pasó la edad de los jazmines, que vienen
nuevos meses de ventisca, que todo ha de mostrarse sepultado después de que la
helada nos sepulte. No pudo ya pasar, con su agonía, la extraña sensación de
que la vida corrió, con rapidez, hacia la nada, dejada en ese mar donde es
ahogo, pues sabe bien el viento que respiro que sé de la amenaza de la escarcha
que viene a dibujar, impertinente, su hielo, su maldad y sus desiertos.
Las lluvias
del otoño regresaron a aquel paraje gris en el olvido. Supieron del amor y
sospecharon el odio en los puñales de la noche, hablaron de la luz e imaginaron
las sombras que llegaban al crepúsculo, contaron esas horas más dichosas que
viven olvidando la invernada y vieron esos lagos y esas cumbres bajo el azul
del cielo despejado. Acaso imaginaron la batalla que trajo a los umbrales la
derrota después de arder en cólera encendida, de ser enojo puro en la tormenta,
de alzarse como espada en una guerra que pide del clamor y del arrojo, pues es
la voluntad de los que luchan que todo sepa a sangre a borbotones.
Y el beso de la lluvia cristalina dejó un
recuerdo triste en las aceras.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario