No pudo soportar la noche triste,
sabiendo
las auroras en los labios,
el
beso solitario de la helada.
Y el beso solitario de la helada,
supuso
en las caricias de la noche
el
fruto de la voz de la injusticia.
Y el fruto de la voz de la injusticia,
la
cárcel de un castigo inmerecido,
hablaba
de la escarcha solitaria.
Y hablaba de la escarcha solitaria
la
brisa al conocer tales rencores,
herida
por puñales invisibles.
Y herida por puñales invisibles,
dejó
de iluminar la noche oscura
los
páramos callados de la noche.
Los páramos callados de la noche
del
hielo que, poblando sus lugares,
no
pudo soportar la noche triste.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
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