domingo, 25 de agosto de 2013

Los ojos del alba



LOS OJOS DEL ALBA
Romance

            De madrugada la vieron,
a la fuente por el agua,
por la senda del invierno,
en la vereda nevada.
            Y, porque haciendo camino,
entre las densas escarchas,
la vio el viento en el sendero,
quiso el viento saludarla.
            “Son tus ojos tan azules
como el cielo que respira,
despejado de sus nubes,
la alborada coralina.
            Y tu pelo, como el alba,
parece anunciar el día,
cuando el día nunca llega,
si no con llegar la brisa.
            Y yo, con rozar tu talle,
porque lo roza mi aliento,
como el destello temprano
tan hermoso lo confieso”.
            La niña, que tal oyera,
el rostro volvió, diciendo:
“malas mañas son rozarme
la fresca brisa y el viento.
            Que en este claro paraje
no se atreve el que, valiente,
viene, si el verano llega,
a refrescarse en las fuentes.
            Pues conocen mi linaje,
y a mi hermano saben fuerte
y a mi padre corajudo,
si la ocasión lo requiere.
            Y es honra que con respeto
me trata todo el poblado,
pues, aunque hija de labriego,
nunca padeció él agravios.
            Que lo saben decidido
en el villorrio de a lado
los que suelen con las mozas
aparecer más osados”.
            Y así replicó la niña,
porque tal al viento dijo,
que provocarla quería
a la vera del camino.
            Y el viento, con ser el viento,
quizás replicar no quiso,
aunque no falta carácter
a su genio peregrino.
            Y, al batirse en retirada
con sus suspiros cobardes,
rozó del árbol las ramas,
evitando mayor lance.
            Que suele ser atrevido
para después escaparse,
el viento, con ser el viento,
con la rapidez del sacre.
            Y el perdido caballero
que pasaba por la zona
no dejó de ver sus ojos,
la claridad en la sombra.
            Que antes de nacer el alba,
que llega con luz hermosa,
brilló en sus ojos el rayo
como el rocío en las rosas.
            Y, porque oyó el parlamento
que al viento obsequió gallarda,
supuso que, si no bruja,
era entonces ella el hada.
            Y, pues es el hada bella,
mostrando la piel tan clara,
no la supo campesina,
suponiendo que era dama.
            Y díjole el caballero,
observando su hermosura:
“dos diamantes son los ojos
que miro en continua lucha,
            porque, cortando las sombras,
vencen las noches oscuras
y el alba ven más temprana
en su graciosa figura”.


2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"

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