domingo, 25 de agosto de 2013

Llegó temprana la aurora


Llegó temprana la aurora
Romance

        Llegó temprana la aurora,
que, enseñando sus colores,
quiso borrar las estrellas
de los mantos de la noche.
        Y el aire la halló gozosa,
porque toda su hermosura
concentró en la puñalada
que rasgó la noche oscura.
        Y al asestar, con violencia,
aquella gran puñalada,
las torres se derrumbaron
de la negra madrugada.
        Y, al disiparse la noche,
la mañana llegó tarde
oyendo a las avecillas
cantar sus tiernos romances.
        Que, cuando la luz del alba
muestra su bello reflejo,
cantan, dichosas, las aves,
los más raros romanceros.
        Y es caso que siempre riñen,
con un acento encendido,
por ver quién es el que canta
con mayor bravura y brío.
        Y suelen siempre animarse
Jilgueros y ruiseñores,
que, con los sencillos cantos,
juglares son en el bosque.
        Que sienten las demás aves
envidia, cuando los sienten
dibujar con lengua viva
los sucesos de las gentes.
        Porque los ven en sederos,
que, no lejos del arroyo,
suelen las mozas del pueblo
comentar cada jolgorio.
        Y es común, si el alba llega,
que se escuchen, con el alba,
lo que cantan los jilgueros,
lo que el ruiseñor nos canta:
        “No halló calladas escarchas,
no encontró la nieve fría,
pero vio la luz del alba,
pero vio la luz del día.
        Que los amores cantaba,
que los amores decía,
al correr del agua clara,
al correr del agua fría.
        Y en sus endechas cansadas,
y en sus canciones sentidas,
gimiendo triste, lloraba,
gimiendo triste sufría.
        Porque sola se quedaba,
porque sola se sentía,
dejada sin esperanza,
dejada sin alegría.
        Y por eso tantas lágrimas,
y por eso tantas rimas,
llenas siempre de nostalgias,
llenas de melancolía.
        Que con ellos calmaba,
que con ellos comprendía,
porque sola la dejaban,
porque sola, de esta dicha.
        Y, con llorar la muchacha,
y, con llorar pues la niña,
en el pecho sintió el alma,
en el pecho sintió grima.
        Y supo que la dejaban,
y, sabiéndose perdida,
triste la pobre lloraba,
triste la pobre sufría.
        Y, al saberse desgraciada,
y, al sospecharse maldita,
renegó de la mañana,
maldijo la amanecida.
        Y vio la aurora lozana,
y vio el alba mortecina,
y vio la luz que brillaba,
en el cielo repentina”.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

"Poemas para Mael y Jimena"

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