Soneto III
“CAPRICHO
DE LA ESCARCHA Y
OSADÍA”
(Soneto
sobre otoños que derrotan
las
tardes encendidas
de
otras veces
que
nunca sospecharon las
heladas)
Asturias es lugar privilegiado.
Quien quiera caminar por los senderos que existen en las zonas de la costa,
podrá mirar la luz de los otoños, saber que los inviernos se aproximan y todo
sigue siendo igual de hermoso, pues algo vive en la naturaleza que anima los
espíritus nostálgicos. Parece que el otoño es bello siempre tal vez en el concejo
de Carreño: Carreño, con sus costas escarpadas, que sabe de las lluvias, del
granizo, que aguarda el aguacero desde siempre, regala sus caminos de derrota
que lloran el pasado que se esfuma, sabiendo del futuro que no llega.
Candás, la capital, siente los
oros del árbol moribundo en esos parques que esperan en silencio, si anochece,
y el viento corre lento, perezoso, buscando en las praderas, las colinas, tal
vez la imagen vaga de los montes que asoman a lo lejos, tras cordales que
esconden otras sierras orgullosas. Y mira al mar, que suele mostrar ecos de
furia en esos días del otoño que vienen con la lluvia y la tormenta, y agitan
eucaliptos y castaños, sin asumir que el grito de los vientos que corren los
lugares del olvido tan solo es una voz que nos inspira sonetos melancólicos y
tristes:
Las hojas que
los viejos castañares
dejaron a los vientos del camino
sospechan el aliento peregrino
que llega con salitre de los mares.
Y tienen como
suerte los azares
de verse junto al barro si,
mezquino,
la lluvia entierra el brillo
mortecino
que llena el mes de octubre de pesares.
Las horas
silenciosas de la helada
podrán hablar al alma con
despecho,
si el hielo ve nacer el nuevo día.
Las voces llegarán de la alborada
que sabe de la muerte del helecho,
capricho de la escarcha y osadía.
Son bellos los otoños asturianos:
por todas partes nacen los colores que tiñen cada bosque en cada zona, con
pardos y rojizos en los árboles. Son bellos sus colores y la vida que prende en
la hojarasca que se suelta, dejando atrás las ramas del hayedo, tal vez de los
castaños de la costa. Y es bello contemplar, tras la ventana, la lluvia que
humedece, con sus llantos la voz de los colores del paisaje, que quiere
denunciar su muerte lenta. Y a veces se hace triste, porque el hombre no escapa
a ese destino que lo hiere, lo vence y lo derrota en la conciencia de que la
muerte llega al fin y al cabo.
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
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