viernes, 19 de febrero de 2016

El más digno gobernante (para Alejandro García González)


“El más digno gobernante”

Las verdades decir pudo
(que todo es decir verdades),
el viejo duque a su dueño,
supuesto que no la sabe.
Y dicen que, con confianza
(como si fuera a su padre),
la verdad escuchar quiso
a quienes se la regalen.
Y, si es la verdad regalo,
pues que por la boca sale,
por patrimonio del pecho,
le habrán de decir verdades.
Y, si verdades le dicen,
pues escucharlas es lance,
no temen los que las gritan
que su príncipe se espante:
-Tened, tened vuestras voces,
pues, escuchando los lances
que decís de la batalla,
cosa son que yo no aguante:
que todo es hablar de guerras,
que todo es hablar de sangre,
de arqueros crueles que lanzan
a los que tienen alcance.
Y no es justa tanta muerte
ni noble es el que se place
con la muerte de la gente,
en circunstancias iguales.
Mejor escuchando estaba
a trovadores que saben
deleitarme con sus cantos
y a los graciosos juglares.
La gente del rey lo escucha,
y pronto dan en turbarse,
pues nada de las batallas
quiere saber quien los vale.
El rey, que escucha a los nobles
en un caso semejante,
en el pecho un dolor siente,
pues del muchacho es el padre.
Y, porque siente vergüenza,
que mal es avergonzarle,
vengarse quiso primero
y luego justificarse.
Y así le dice al muchacho
los discursos que le nacen
del pecho más indignado
y de la intención más acre:
-No habrán de heredar mi reino
los que las armas no saben,
los que la guerra no quieren,
los que se sienten cobardes.
Si vos no podéis con ello,
que Dios me diga y me ampare,
mas, de no ser vos guerrero,
habréis de meteros fraile.
-Sabed, padre-le responde-,
que no he de mudar mi traje
por la brillante armadura,
sino por seda de amante.
Que amo el versar, la vihuela,
las esparzas y romances,
que no las guerras violentas,
sino las artes más suaves.
El rey lo oyó enfurecido,
que, molesto de escucharle,
le dijo con son severo:
-Ha de heredarme tu paje.
El paje, oyendo lo dicho,
sintió su pecho turbarse,
pues era razón de duelo
que viniera él a heredarle:
-Siervo soy, mi soberano,
por la ley del homenaje,
para pensar tal supuesto,
que es exceso delirante.
Y, mostrándose insistente,
porque suele así mostrarse,
dijo: “será mi capricho
que venga a heredarme un paje.
Pues el príncipe heredero,
tan dispuesto a traicionarme,
dice no querer las armas.
Mas así contestó el paje:
-También soy yo su vasallo,
y la ley del homenaje
me obliga a ser fiel al amo
ante el que quiero inclinarme.
Y díjole el rey al príncipe,
oyendo palabras tales,
del buen paje satisfecho
las palabras que le nacen:
-El reino quiere valientes,
quiere a las gentes leales,
los que sepan defenderlo
con su vida, y tú no sabes.
Aprende, ya que eres príncipe,
de este muchacho que es paje,
que no todo es hacer versos
y cantar a las beldades.
Allí don Marcos estaba,
y, al escuchar a los grandes,
supo lo que discutían,
queriendo quedar al margen.
Pensó que entrar en el juego
no era cosa interesante
para un hombre inteligente
que tales rumores sabe.
Y, por hacerse el discreto,
se anuncia al llegar delante
del rey, que, como era propio,
nunca dudó en inclinarse.
-Advierta en vos, gracia suma
de las altas majestades,
la de un monarca y del hijo
que bravo es como su padre.
Pero el rey, que era avisado,
oyéndole halagos tales,
suspiró por un momento,
y calló sin saludarle.
Y supo el príncipe entonces
de la astucia de su padre,
del interés de don Marcos
y de gentes semejantes.
Y quiso escuchar al duque
y saber de los leales,
que, defensores del reino,
protegían a su padre.
Y, apartando a las mujeres,
trovadores y juglares,
juró hacerse para el reino
el más digno gobernante.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Sonetos y otras trovas de los siglos”

Segunda parte: “Otras trovas”

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