“El más digno gobernante”
Las
verdades decir pudo
(que todo es
decir verdades),
el viejo
duque a su dueño,
supuesto que
no la sabe.
Y
dicen que, con confianza
(como si
fuera a su padre),
la verdad
escuchar quiso
a quienes se
la regalen.
Y,
si es la verdad regalo,
pues que por
la boca sale,
por
patrimonio del pecho,
le habrán de
decir verdades.
Y, si
verdades le dicen,
pues
escucharlas es lance,
no temen los
que las gritan
que su
príncipe se espante:
-Tened,
tened vuestras voces,
pues,
escuchando los lances
que decís de
la batalla,
cosa son que
yo no aguante:
que
todo es hablar de guerras,
que todo es
hablar de sangre,
de arqueros
crueles que lanzan
a los que
tienen alcance.
Y
no es justa tanta muerte
ni noble es el
que se place
con la muerte
de la gente,
en
circunstancias iguales.
Mejor
escuchando estaba
a trovadores
que saben
deleitarme
con sus cantos
y a los
graciosos juglares.
La
gente del rey lo escucha,
y pronto dan
en turbarse,
pues nada de
las batallas
quiere saber
quien los vale.
El
rey, que escucha a los nobles
en un caso
semejante,
en el pecho
un dolor siente,
pues del
muchacho es el padre.
Y,
porque siente vergüenza,
que mal es
avergonzarle,
vengarse
quiso primero
y luego
justificarse.
Y
así le dice al muchacho
los discursos
que le nacen
del pecho más
indignado
y de la
intención más acre:
-No
habrán de heredar mi reino
los que las
armas no saben,
los que la
guerra no quieren,
los que se
sienten cobardes.
Si
vos no podéis con ello,
que Dios me
diga y me ampare,
mas, de no
ser vos guerrero,
habréis de
meteros fraile.
-Sabed,
padre-le responde-,
que no he de
mudar mi traje
por la
brillante armadura,
sino por seda
de amante.
Que
amo el versar, la vihuela,
las esparzas
y romances,
que no las
guerras violentas,
sino las
artes más suaves.
El rey lo oyó enfurecido,
que,
molesto de escucharle,
le
dijo con son severo:
-Ha
de heredarme tu paje.
El
paje, oyendo lo dicho,
sintió su
pecho turbarse,
pues era
razón de duelo
que viniera
él a heredarle:
-Siervo
soy, mi soberano,
por la ley
del homenaje,
para pensar
tal supuesto,
que es exceso
delirante.
Y,
mostrándose insistente,
porque suele
así mostrarse,
dijo: “será
mi capricho
que venga a
heredarme un paje.
Pues
el príncipe heredero,
tan dispuesto
a traicionarme,
dice no
querer las armas.
Mas así contestó
el paje:
-También
soy yo su vasallo,
y la ley del
homenaje
me obliga a
ser fiel al amo
ante el que
quiero inclinarme.
Y
díjole el rey al príncipe,
oyendo
palabras tales,
del buen paje
satisfecho
las palabras
que le nacen:
-El
reino quiere valientes,
quiere a las
gentes leales,
los que sepan
defenderlo
con su vida,
y tú no sabes.
Aprende,
ya que eres príncipe,
de este
muchacho que es paje,
que no todo
es hacer versos
y cantar a
las beldades.
Allí
don Marcos estaba,
y, al
escuchar a los grandes,
supo lo que
discutían,
queriendo
quedar al margen.
Pensó
que entrar en el juego
no era cosa
interesante
para un
hombre inteligente
que tales
rumores sabe.
Y,
por hacerse el discreto,
se anuncia al
llegar delante
del rey, que,
como era propio,
nunca dudó en
inclinarse.
-Advierta
en vos, gracia suma
de las altas
majestades,
la de un
monarca y del hijo
que bravo es
como su padre.
Pero
el rey, que era avisado,
oyéndole
halagos tales,
suspiró por
un momento,
y calló sin
saludarle.
Y
supo el príncipe entonces
de la astucia
de su padre,
del interés
de don Marcos
y de gentes
semejantes.
Y
quiso escuchar al duque
y saber de
los leales,
que,
defensores del reino,
protegían a
su padre.
Y,
apartando a las mujeres,
trovadores y
juglares,
juró hacerse
para el reino
el más digno
gobernante.
2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Sonetos y otras trovas de los
siglos”
Segunda parte: “Otras trovas”
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