viernes, 19 de febrero de 2016

Sonetos VII-XI (para Alejandro García González)

Soneto VII

Mirad en los castillos de la helada
la escarcha que derrite sus colores,
callada bajo claros resplandores,
si vence sus bastiones la alborada.
Mirad ese palacio y la nevada
que sabe de los altos miradores,
vecinos de los viejos surtidores
nacidos del deshielo y de la nada.
Mirad ese rincón donde el verano
vendrá para librar ese paisaje
cautivo del invierno de la sierra.
Castillos son en este mundo ufano,
si no palacios bellos de un linaje
que en hielo su rincón callado cierra.

Soneto VIII

El brillo de un ocaso pendenciero
pudimos ver en donde, derrotados,
sus rayos se sintieron fatigados
después de recorrer tanto sendero.
El vuelo de las llamas del lucero,
si corre por el cielo, entre dorados,
nos muestra sus colores apagados,
heridos por el beso del enero.
La noche es el abismo más profundo
que aguarda ese silencio que bosteza
después de desplomar el occidente.
Y, viendo su lucero moribundo,
sus luz rendida sobre la maleza,
el aire se hace triste de repente.

Soneto IX

La vieja soledad de los caminos
nos llama nuevamente a su tristeza,
que somos, caminando la maleza,
en este valle raros peregrinos.
Tal vez como viajeros anodinos
nos ven cruzar en pos de la certeza
que el desaliento quiso, la dureza
de vientos que se agitan repentinos.
Mirad donde se agita ese milano
dichoso si, al mirarnos desde arriba,
veloz sigue su vuelo por la altura.
El aire cruzará, correrá ufano,
sabiendo que, sin fe, la llama viva
miramos del ocaso que se apura.

Soneto X

No puede seguir triste ese camino
que busca los umbrales de la muerte
el que se desespera donde advierte
los pasos que lo vuelven peregrino.
De la fortuna gris se ve vecino
el necio caminante cuya suerte
en desfavorecido lo convierte,
torciendo de este modo su destino.
Por eso es el amor rara esperanza
que sufren los que siguen el sendero
en el que caminar es imprudencia.
Mirad que todo gira y todo danza,
que sigue hacia ese sino traicionero
que miente con su mal y con su ciencia.

Soneto XI

No pudo ver más nieve por los suelos
en medio de los viejos robledales,
que todo advirtió triste entre cristales
callados bajo el brillo de los cielos.
En cambio, al escuchar los arroyuelos,
sus ecos, cuando quieren los cordales
decirlos entre fuertes vendavales,
sus voces sospechó con sus deshielos.
Y supo que las nieves, su blancura,
su llamas y el color de su reflejo,
habrían de perder esos bastiones.
Y el verde tomaría aquella altura,
señor de cada luz, si es oro viejo
prefiere reflejarse en sus mansiones.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Sonetos y otras trovas de los siglos”
Primera parte: “Sonetos”

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