viernes, 19 de febrero de 2016

Sonetos XII-XVI (para Alejandro García González)


Soneto XII

El viento se agitó en el desconcierto
del valle en que la luz de la alborada
halló el hielo en la cima alborotada
del monte silencioso, mas despierto.
Y vimos despertar el aire muerto,
vencido por el eco que, en la helada,
dispuso, con su aliento, en la nevada,
forjar entre los hielos su desierto.
Partieron ya los viejos estorninos
que fueron a buscar otros lugares,
las cumbres alejadas de esta sierra.
El aire quiso darles los caminos
que pueden alcanzar, sobre los mares,
regiones olvidadas de la tierra.

Soneto XIII

Sabed que es en el bosque codicioso
el beso de la escarcha y que, dañinas,
los robles van cubriendo, las encinas,
sus alas por el aire perezoso.
El hielo, con su aliento silencioso,
sabrá vencer en montes y colinas,
amigo de las horas peregrinas
que llegan si el inverno es alevoso.
Y ved que no recuerdan los lugares
el baile que describen, en su vuelo,
bandadas y bandadas de estorninos.
Quizá los hallaréis donde los mares
los muestran agitados en su cielo,
buscando otro rincón, otros caminos.

Soneto XIV

El alba habrá de hallar en la nevada
reflejos de sus brillos, su belleza,
en tanto que despierta con pereza
la llama de sus luces reflejada.
Será triste fijarse en la hondonada,
el hielo que la cubre y la dureza
que atrapa los paisajes con destreza
en el momento vil de la invernada.
Y, yendo de camino, los senderos
los parques mirarán donde el ocaso
esparce sus dorados y su llama.
Crepúsculos diréis en los oteros
y el tiempo que se ciñe, siempre escaso,
donde el ocaso triste se derrama.

Soneto XV

La luz resplandeciente se hizo beso
en un jardín de hieles, pues el mundo,
corriendo hacia el ocaso en un segundo,
la luz del alba quiso en un exceso.
Y el viejo peregrino, en su regreso,
contempla, en lo lejano, moribundo,
el rayo del ocaso, que, profundo,
un surco ha de dejar bajo su peso.
Y hieren sus colores donde, herido,
renuncia, al acabar sus andaduras,
el sol entre sus brillos relucientes.
Mayor es el dolor de las alturas
que miran el crepúsculo vencido
tras sierras encrespadas y valientes.

Soneto XVI

El hielo en las alturas se hace hermoso
para el que busca mares en un cielo,
conceptos sobre el ser donde está el hielo,
razones del vivir más angustioso.
Y sigue, indagador, en el reposo
del viejo pensativo y el consuelo
de hallar una razón a tanto duelo,
y ver la luz del ser y ser gozoso.
Mayores podrán ser para la ciencia
los grandes argumentos, las razones
que pueden desvelar un sinsentido:
vivir hace más falta que nociones
extrañas para hablar de la existencia,
y versos que recuerden lo vivido.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Sonetos y otras trovas de los siglos”
Primera parte: “Sonetos”

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