martes, 23 de febrero de 2016

Las nieves de las cumbres del granizo




Soneto V
“LAS NIEVES DE LAS CUMBRES DEL MACIZO”
(Soneto sobre cumbres alejadas
que miran las colinas del
concejo,
en tardes despejadas y
brillantes)

            A veces, caminando por los montes, se advierten las lejanas cordilleras, agrestes, levantadas y furiosas, que enseñan las nevadas en sus cimas. A veces, caminando las colinas, perdiéndome entre sendas y caminos, las densas arboledas dejan claros desde los que admirar tanta hermosura. Existe en las montañas asturianas un halo de leyenda, porque el monte se torna en la caliza que, desnuda, apunta con sus filos a los cielos. Y el cielo es un naufragio en que las nubes descargan, a su paso, las tormentas en zonas saturadas por las aguas que vienen de los ríos y torrentes.
            Es bello caminar por esta zona donde el castaño mezcla con el roble las pardas hojarascas que el otoño prefiere a los colores del verano. Pero eso da color a los espacios que llenan, saturando a los que miran, los ojos del que quiere ver los lienzos que nacen con el alba cada día. Tal vez la inspiración sepa decirme los versos que escribir en mi cuaderno, formando un álbum bello que recoge las raras impresiones de un paseo. El caso es que un soneto que lo diga parece muy oportuno y se me antoja la forma de dejar que el tiempo corra, si quiero entretener estos momentos.

                                    Las nieves de las cumbres del macizo
                        que admiran, a lo lejos, estos prados,
                        las suelen ver en días despejados,
                        tras tardes de aguaceros y granizo.
                                    La magia repentina se deshizo
                        en los paisajes tristes y escarchados
                        que saben de los meses apagados
                        que vieron cómo el hielo se deshizo.
                                     Las tardes volverán a ser brumosas,
                         y ocultarán los viejos castañares,
                         las sierras y el ocaso ceniciento.
                                     Aquellas crestas hablan orgullosas
                         lenguajes semejantes a esos mares
                        que suelen castigar, si quiere el viento.

            La nieve no es frecuente en el concejo y es bello contemplarla en lo lejano, pues siempre hay en la nieve la poesía que no tiene las escarcha de la helada. La escarcha de la helada es solo hielo que afila con dureza sus cristales, que muerde, no muy lejos de la orilla, los prados que se arriman al arroyo. La nieve, sin embargo, siempre es pura: es puro su color y la belleza que muestra, inmaculada en su descenso, al conquistar lugares tan inhóspitos como el desierto triste donde vive. Los picos que se ven en lo lejano y el Sueve y el Aramo, algunas veces, son reinos de silencios y de nieves.


2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

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