Soneto V
“LAS
NIEVES DE LAS CUMBRES DEL MACIZO”
(Soneto
sobre cumbres alejadas
que miran
las colinas del
concejo,
en tardes
despejadas y
brillantes)
A veces, caminando
por los montes, se advierten las lejanas cordilleras, agrestes, levantadas y
furiosas, que enseñan las nevadas en sus cimas. A veces, caminando las colinas,
perdiéndome entre sendas y caminos, las densas arboledas dejan claros desde los
que admirar tanta hermosura. Existe en las montañas asturianas un halo de leyenda,
porque el monte se torna en la caliza que, desnuda, apunta con sus filos a los
cielos. Y el cielo es un naufragio en que las nubes descargan, a su paso, las
tormentas en zonas saturadas por las aguas que vienen de los ríos y torrentes.
Es bello caminar
por esta zona donde el castaño mezcla con el roble las pardas hojarascas que el
otoño prefiere a los colores del verano. Pero eso da color a los espacios que
llenan, saturando a los que miran, los ojos del que quiere ver los lienzos que
nacen con el alba cada día. Tal vez la inspiración sepa decirme los versos que
escribir en mi cuaderno, formando un álbum bello que recoge las raras
impresiones de un paseo. El caso es que un soneto que lo diga parece muy
oportuno y se me antoja la forma de dejar que el tiempo corra, si quiero
entretener estos momentos.
Las nieves de las cumbres del macizo
que admiran, a lo lejos, estos prados,
las suelen ver en días despejados,
tras tardes de aguaceros y granizo.
La magia repentina se deshizo
en los paisajes tristes y escarchados
que saben de los meses apagados
que vieron cómo el
hielo se deshizo.
Las tardes
volverán a ser brumosas,
y ocultarán los viejos
castañares,
las sierras y el ocaso
ceniciento.
Aquellas crestas hablan
orgullosas
lenguajes semejantes a
esos mares
que suelen castigar, si
quiere el viento.
La nieve no es frecuente en el
concejo y es bello contemplarla en lo lejano, pues siempre hay en la nieve la
poesía que no tiene las escarcha de la helada. La escarcha de la helada es solo
hielo que afila con dureza sus cristales, que muerde, no muy lejos de la
orilla, los prados que se arriman al arroyo. La nieve, sin embargo, siempre es
pura: es puro su color y la belleza que muestra, inmaculada en su descenso, al
conquistar lugares tan inhóspitos como el desierto triste donde vive. Los picos
que se ven en lo lejano y el Sueve y el Aramo, algunas veces, son reinos de
silencios y de nieves.
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
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