Soneto VII
“HIRIÓ
COMO UN CRISTAL LA MADRUGADA ”
(Soneto
sobre el brillo incandescente
que
luce cuando llegan
los
inviernos
y
gime el viento triste por la
helada)
El cielo es un torrente, si amanece: sus brillos encrespados
nos saludan donde arden las antorchas cuya llama convoca los colores a lo
lejos, pues arden horizontes cuando llega su grito de alegría, su jolgorio, su
afán risueño, quién sabe si atrevido, que quiere ser la página más clara. Y
cierto que es la página más clara: destellos de color arden y ríen, mezclándose
en el aire, dibujando su risa con las púrpuras que brillan, que anuncian otra
vez una mañana, pues hay mañanas bellas que despiertan con ese beso alegre que
la aurora colgó, con emoción, sobre su rostro.
No hay nada como
el cielo cuando nacen los brillos repentinos de la aurora: sus luces, sus
dorados son el fruto de aquellas pinceladas que sabían mostrar los más expertos
en las épocas más grandes, más hermosas y más nobles, en ese tiempo ambiguo,
cuyo tránsito llevaba hacia el Barroco y su rareza. Lo cierto es que es hermosa
la llamada del alba que convoca al nuevo día, lo mismo que el pincel que
colorea las llamas de su fuego en las alturas. Al verla, caminando por el
puerto, recuerda el alma tiempos alejados, los tiempos de los viejos pescadores
que canta este soneto con su ritmo:
Hirió como un cristal la madrugada
la llama con que nace el nuevo día,
el beso
de la brisa, siempre fría,
la aurora que se enciende alborotada.
El puerto de Candás, a la alborada,
mirando cómo todo se encendía,
bebió el color, la luz y la alegría
y el alba sintió tarde en la invernada.
No puso ser que el mar acobardado
callara cuando el brillo ceniciento
su luz tornó en reflejo coralino.
Las lanchas alcanzó, mas desolado,
aquel amanecer del desaliento
que el mar halló sereno, cuando vino.
Y el caso es que es así: la aurora llega, rompiendo las
cortinas de la noche, rasgándolas con todos los cristales que lucen sobre mares
olvidados que no contempla el ojo que no quiere perderse hasta la nueva
madrugada, y el tiempo, que revive, nos abraza, diciendo los relatos de otras
gentes. Las gentes son las gentes que vivieron miserias y dolor en esta villa,
los mismos que sufrieron las hambrunas, las tardes de galernas y de hastío, los
mismos que entendieron que los mares son una herida abierta en pleno pecho,
quemando el corazón, quemando el alma que llora con dolor ese desgarro.
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
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