viernes, 19 de febrero de 2016

Hablemos de la herida (para Alejandro García González)


“Hablemos de la herida”

Hablemos de la herida
que teje lentamente
la llama del crepúsculo,
que busca su horizonte
y el vuelo de sus brillos, que, fugaces,
se rinden a la noche que los mata,
nombrando, a cada rato,
las horas que transcurren,
que vuelan en el aire,
que buscan las alturas
igual que los colores
del cigarrillo rubio que se agota,
que muere en ese ascenso sin sentido,
perdiéndose en la nada;
quizás los ratos tristes
que admiran impresiones
que habitan en la mente
que esconde los susurros
de un tiempo fatigado por los pasos
que habrán de acelerarse en un camino
que muere en el desierto;
tal vez esos veranos
que saben a la brisa
que anuncia nuevos días,
quizás esos otoños
callados y dolientes en el aire,
vencidos y amargados como un viento
que no supo rendirse.
Así adivinaremos
tesoros escondidos
de tiempos olvidados
que amamos, sin saberlo,
y habremos de encontrarnos con las joyas
que hirieron nuestros ojos con un brillo
callado en estos días,
un brillo que fue bello,
que tuvo, como el oro,
valor para el que pudo
mirar tanta hermosura,
los claros resplandores que nos muestran
a veces, los recuerdos, si reviven,
si pueden despertarnos,
pues suelen los recuerdos
venir a devolvernos
vivencias que dejaron
de ser, como otras veces,
razón para la vida y para el ánimo,
motivo de regusto y de jactancia
de tiempos miserables,
capaces de escaparse,
como esos gatos grises
que, huyendo de sus dueños,
se van de sus hogares
con el sigilo cruel de los traidores
que ayer encanecieron nuestras barbas,
no faltos de malicia.
Y, si es que hiciere falta,
digamos, si es preciso,
que somos poca cosa,
que somos, solamente,
como un aire febril que vuela bajo
y acaba terminándose, de golpe,
perdiéndose en la nada:
sepamos que la muerte
nos busca a cada rato
y habremos de encontrarla,
después de este camino,
quién sabe si escondida en ese beso
que llega a nuestros labios y los calla
con un gesto tan dulce;
también que los recuerdos
que asisten al que sueña
son todo lo que tiene
la gente que los busca;
la gente que, anidando su pasado,
lo añora porque sabe que el presente
no es nunca un asidero.
Y es cierto que no es firme
la roca que pisamos
 el aire que nos llena,
que habita los pulmones
y sabe alimentarnos con la vida
que el tiempo robará, con sus antojos,
quizás sin explicarse.
De todo lo demás no diré nada.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Sonetos y otras trovas de los siglos”

Segunda parte: “Otras trovas”

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