“Hablemos de
la herida”
Hablemos
de la herida
que teje
lentamente
la llama del
crepúsculo,
que busca su
horizonte
y el vuelo de
sus brillos, que, fugaces,
se rinden a
la noche que los mata,
nombrando, a
cada rato,
las horas que
transcurren,
que vuelan en
el aire,
que buscan
las alturas
igual que los
colores
del
cigarrillo rubio que se agota,
que muere en
ese ascenso sin sentido,
perdiéndose
en la nada;
quizás
los ratos tristes
que admiran
impresiones
que habitan
en la mente
que esconde
los susurros
de un tiempo
fatigado por los pasos
que habrán de
acelerarse en un camino
que muere en
el desierto;
tal vez esos
veranos
que saben a
la brisa
que anuncia
nuevos días,
quizás esos
otoños
callados y
dolientes en el aire,
vencidos y
amargados como un viento
que no supo
rendirse.
Así
adivinaremos
tesoros
escondidos
de tiempos
olvidados
que amamos,
sin saberlo,
y habremos de
encontrarnos con las joyas
que hirieron
nuestros ojos con un brillo
callado en
estos días,
un brillo que
fue bello,
que tuvo,
como el oro,
valor para el
que pudo
mirar tanta
hermosura,
los claros
resplandores que nos muestran
a veces, los
recuerdos, si reviven,
si pueden
despertarnos,
pues
suelen los recuerdos
venir a
devolvernos
vivencias que
dejaron
de ser, como
otras veces,
razón para la
vida y para el ánimo,
motivo de
regusto y de jactancia
de tiempos
miserables,
capaces de
escaparse,
como esos
gatos grises
que, huyendo
de sus dueños,
se van de sus
hogares
con el sigilo
cruel de los traidores
que ayer
encanecieron nuestras barbas,
no faltos de
malicia.
Y,
si es que hiciere falta,
digamos, si
es preciso,
que somos
poca cosa,
que somos,
solamente,
como un aire
febril que vuela bajo
y acaba
terminándose, de golpe,
perdiéndose
en la nada:
sepamos que
la muerte
nos busca a
cada rato
y habremos de
encontrarla,
después de
este camino,
quién sabe si
escondida en ese beso
que llega a
nuestros labios y los calla
con un gesto
tan dulce;
también
que los recuerdos
que asisten
al que sueña
son todo lo
que tiene
la gente que
los busca;
la gente que,
anidando su pasado,
lo añora
porque sabe que el presente
no es nunca
un asidero.
Y es cierto
que no es firme
la roca que
pisamos
el aire que nos llena,
que habita
los pulmones
y sabe
alimentarnos con la vida
que el tiempo
robará, con sus antojos,
quizás sin
explicarse.
De
todo lo demás no diré nada.
2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Sonetos y otras trovas de los
siglos”
Segunda parte: “Otras trovas”
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