Soneto VI
“RUMORES
DEL SILENCIO Y DEL EXCESO”
(Soneto
sobre auroras que despliegan
la
luz de sus colores
encendidos,
y
brillan ante el lienzo del
artista)
Las voces que despiertan la
alborada nos hablan del amor de los paisajes que vieron ese cielo alborotado de
llamas encendidas a lo lejos. El beso de la aurora que despierta quizás es una
dama cuya alcoba se viste de oro bello donde el viento comprende que se acaba
otro horizonte. Carreño mira al mar y los colores que surgen en el mar por el
Oriente, mezclando rosas blancas a las rojas, hiriendo con sus oros cada cabo,
cada lugar hermoso, cada aldea que sabe madrugar, pues los labriegos no
esperan, cuando toca levantarse, pues mucho es el trabajo de la zona.
El alba inspira siempre a los que quieren amar esos
paisajes de poesía, de fuego y de contrastes sorprendentes que dejan emociones
en el pecho (aquellos que caminan los senderos tempranos del otoño la
sorprenden y saben que en sus páginas calladas está el secreto mismo de lo
hermoso). El alba plañidera nos conoce, nos mira y nos saluda cuando nace,
mostrando sus afectos y su risa, pues es risueña siempre ante la brisa. Por
eso, con sus aires presuntuosos, se muestra engalanada, despertando los altos sentimientos
que quisieran plasmar en un soneto tanta magia.
El viento
corrió el aire que, travieso,
la noche oyó en la voz de los
autillos,
ladridos y sonidos más sencillos,
rumores del silencio y del exceso.
La orilla que
alcanzaron con su beso
las olas, sus espumas y sus
brillos
mostrar al alba pudo sus castillos,
reflejo de ese rayo en ellos
preso.
Y supo a
mares una primavera
que el aire desató en otro verano
de luces y de llamas derramadas.
Y quiso ante las olas ser quimera
el cielo engalanado, donde, en
vano,
quebró un corcel de luz las
madrugadas.
Y quién fuera un pintor para
pintarla, pues es el alba hermosa como el hielo, la nieve y las escarchas de la
helada, las flores, cuando al fin la primavera salpica el mundo, llena de
alegría, pues justo es ser alegre cuando nacen los gritos que, anunciando la
mañana, nos abren ese pórtico del cielo. No en vano, los que quieren ser
pintores disfrutan, caminando desde pronto, dejando atrás la casa, bien
temprano, para poder copiar esos colores que deja descender sobre los cielos la
llama de un corcel que raudo sigue la senda que siguieron otros muchos,
abriendo el horizonte a nuevas luces.
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
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