“Encuentro
con el duendecillo”
“Las
aguas abundantes de fuentes cristalinas que manan dulcemente les dan el
alimento a los arroyos que corren, con apuro, que saltan entre montes elevados,
buscando las llanuras del paisaje, si acaso han de morirse en playas alejadas y
arenosas. Son aguas transparentes que dejan ver las piedras que existen en el
fondo de raros manantiales que recogen el agua del granizo, tal vez de las
nevadas del invierno que llena cada cumbre, pues los meses no apuran su camino,
se van sin prontitud, quieren quedarse.
Y
existen aguas frías, las aguas cuyo hielo maltrata, despiadado las rocas de los
montes y montañas que sienten los azotes del viento, de la escarcha y las
tormentas frecuentes en los tiempos desdichados que ven cielos cubiertos de
negros nubarrones furibundos. Después, los ríos corren, se escapan como el ave
que vuela, que planea, que cruza, sin esfuerzo, el ancho espacio, y el aire se
hace joven, alegre, o tal vez triste, como el niño que llora enamorado como el
hombre que sigue con su llanto del tiempo de una gris adolescencia.
Correr
por las llanuras es bello para el río: se siente poderoso buscando viejos mares
alejados, se siente poderoso soñando la belleza de la espuma que puede dar su
golpe con violencia no lejos del cantil, muy lejos de los bosques y colinas.
Correr por las llanuras es bello para el río: sus aguas cogen fuerza, creciendo
más y más en su camino; sus aguas cogen fuerza, bebiendo de regueros y de
arroyos que vienen de lo lejos, de lugares tal vez insospechados, perdidos en
las sierras innombrables.
Os
puedo hablar acaso del tiempo y los caminos, de todas las colinas que puede
hallar el agua, si es que mira las cosas cuando avanza, dejando atrás regiones,
por el cauce que sabe conducir las aguas mansas a reinos siempre nuevos, que
siempre son los mismos, pese a todo. Os puedo hablar acaso del tiempo y los
caminos, de todos los rincones que puede hallar el curso de ese río que busca
libertades que no podrá soñar, si es que lo cierran, eternas carceleras, sus
orillas, acaso esas orillas que buscan ese mar azul y libre.”
Son
estas las palabras que dijo sin temor el
duende a los muchachos, los cuales se quedaron sorprendidos de ver esa
apariencia tan rara y anormal, tan llamativa como lo suele ser la de los bichos
extraños de los cuentos, tal vez de las leyendas de otras épocas. Hablaba
señalando aquel arroyo triste, acaso mortecino, nacido en esas cumbres tan agrestes
que pronto ven la prisa del agua cuando salta en las cascadas, del agua
malherida en los torrentes que caen hacia los valles, volviendo sus colores
azulados.
Y
entonces comprendieron que hacía algunas cosas extrañas y curiosas que escapan
a la lógica científica, que niega la existencia de seres que aparecen, a su
gusto, y vuelven a perderse de manera acaso inadvertida, obrando como sabios
hechiceros. Y entonces fue más fácil soñar con hadas bellas en bosques
escondidos y hablar de los dragones de los cuentos, los cuélebres quizás,
lagartos asturianos que se esconden en cuevas y que buscan, en la noche,
difuntos que comer, cadáveres tal vez, gentes sin vida.
2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Sonetos y otras trovas de los
siglos”
Tercera parte: “Prosas líricas”
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