viernes, 19 de febrero de 2016

Encuentro con el duendecillo (para Alejandro García González)


“Encuentro con el duendecillo”

“Las aguas abundantes de fuentes cristalinas que manan dulcemente les dan el alimento a los arroyos que corren, con apuro, que saltan entre montes elevados, buscando las llanuras del paisaje, si acaso han de morirse en playas alejadas y arenosas. Son aguas transparentes que dejan ver las piedras que existen en el fondo de raros manantiales que recogen el agua del granizo, tal vez de las nevadas del invierno que llena cada cumbre, pues los meses no apuran su camino, se van sin prontitud, quieren quedarse.
Y existen aguas frías, las aguas cuyo hielo maltrata, despiadado las rocas de los montes y montañas que sienten los azotes del viento, de la escarcha y las tormentas frecuentes en los tiempos desdichados que ven cielos cubiertos de negros nubarrones furibundos. Después, los ríos corren, se escapan como el ave que vuela, que planea, que cruza, sin esfuerzo, el ancho espacio, y el aire se hace joven, alegre, o tal vez triste, como el niño que llora enamorado como el hombre que sigue con su llanto del tiempo de una gris adolescencia.
Correr por las llanuras es bello para el río: se siente poderoso buscando viejos mares alejados, se siente poderoso soñando la belleza de la espuma que puede dar su golpe con violencia no lejos del cantil, muy lejos de los bosques y colinas. Correr por las llanuras es bello para el río: sus aguas cogen fuerza, creciendo más y más en su camino; sus aguas cogen fuerza, bebiendo de regueros y de arroyos que vienen de lo lejos, de lugares tal vez insospechados, perdidos en las sierras innombrables.
Os puedo hablar acaso del tiempo y los caminos, de todas las colinas que puede hallar el agua, si es que mira las cosas cuando avanza, dejando atrás regiones, por el cauce que sabe conducir las aguas mansas a reinos siempre nuevos, que siempre son los mismos, pese a todo. Os puedo hablar acaso del tiempo y los caminos, de todos los rincones que puede hallar el curso de ese río que busca libertades que no podrá soñar, si es que lo cierran, eternas carceleras, sus orillas, acaso esas orillas que buscan ese mar azul y libre.”
Son estas las palabras  que dijo sin temor el duende a los muchachos, los cuales se quedaron sorprendidos de ver esa apariencia tan rara y anormal, tan llamativa como lo suele ser la de los bichos extraños de los cuentos, tal vez de las leyendas de otras épocas. Hablaba señalando aquel arroyo triste, acaso mortecino, nacido en esas cumbres tan agrestes que pronto ven la prisa del agua cuando salta en las cascadas, del agua malherida en los torrentes que caen hacia los valles, volviendo sus colores azulados.
Y entonces comprendieron que hacía algunas cosas extrañas y curiosas que escapan a la lógica científica, que niega la existencia de seres que aparecen, a su gusto, y vuelven a perderse de manera acaso inadvertida, obrando como sabios hechiceros. Y entonces fue más fácil soñar con hadas bellas en bosques escondidos y hablar de los dragones de los cuentos, los cuélebres quizás, lagartos asturianos que se esconden en cuevas y que buscan, en la noche, difuntos que comer, cadáveres tal vez, gentes sin vida.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Sonetos y otras trovas de los siglos”
Tercera parte: “Prosas líricas”

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