viernes, 19 de febrero de 2016

Presentimiento (para Alejandro García González)


“Presentimiento”

No porque el aire doliente del otoño, que viene, antes de tiempo, en los días de septiembre, como un visitante inoportuno, semejante a esos viejos que están cansados de caminar, tenga el valor de volver a hacerlo y te roce, desenfadado y burlesco, vayas a pensar que es realmente otoño y que ya ha llegado el tiempo de las lluvias y de las matanzas, y que, con ese tiempo de matanzas y de lluvias, el cielo ha de oscurecerse como el preludio orquestal de un momento fatídico, porque, si bien es cierto que el cielo se oscurece como la música gris de una triste obertura, todavía el verano no ha muerto, y, en vez de llorar amargas lágrimas por los fracasos de ese estío, todavía tendrás (pero no para siempre) momentos en que pisar la arena suave de las calas frente a un mar que se menea y cuyas espumas invitan al baño de la vida, justamente antes de esos días en que se hace hermoso, pero no alegre, ver el pardo y los amarillos en los follajes de las frondosidades.
Imagina que este tiempo que todavía se nos regala debe ser hermoso para que no cometamos el terrible sacrilegio de dejar escapar al ruiseñor de nuestro tiempo, libre entre las ramas, dichoso en las alturas, si es que gime, negándonos el canto que primero apreciamos en el jilguero y que nos hizo querer esas frondas que esperan una muerte inexorable; que, a fin de cuentas, y, como consecuencia inevitable de los hechos que se precipitan, nosotros también dejaremos de ser tiempo para beber en las escarchas tristes de la noche, igual que los ocasos que, en un último intento de grandeza legan el oro de su fuego a los firmamentos en que se consumen para encontrarse, de golpe, sin aviso, en el sueño mismo de la muerte.
Y, mientras la vela de la vida se apaga, porque veremos desaparecer el mundo que nos ha sido prestado, que no dado, por deidades desconocidas (quién sabe si demiurgos o si extraños duendecillos que se burlan detrás de cada segundo), piensa que la vida todavía es vida mientras se desliza, y que no has de llorar tu muerte ni lamentar la angustia de extinguirte, si es que no vas a sobrevivirte a ti mismo para ver tu ruina. Y, aunque no se trate de saber vivir o de saber morir, porque nadie ha dicho que haya que demostrar nada a ninguno (que eso es lo que, en todo caso, suelen los generales hacer con los guerreros a los que se envía en la batalla), pediré que tu templanza te baste para algo que es tan hermoso como difícil, que, no en vano, hay que ser poeta y filósofo, hay que ser valiente y guerrero, para llegar a este punto oscuro de la noche y encarar un sol moribundo que sigue queriendo ser bello: el sol de septiembre es un sol bajo que no hace daño a la vista y los colores apagados del mes son, en esta tierra nuestra, la metáfora de un destino que ya suponíamos…
Y no lo olvides: cuando el tiempo te consuma, ya nada importará nada, ni tú importarás a los mismos que te lloran. ¿Qué te importa, pues, tu propia muerte? Pero que no deje de importarte la poesía que te acompaña al final del camino en que sigues tus pasos errantes, esos pasos donde has tenido luces y alegrías, porque, incluso para morirse, lo debe hacer uno con grandeza, poniendo en ello (para no ser de mal gusto), todo el esfuerzo que el actor pone cuando pisa las tablas del escenario, solo, quizás, para que le pagues con la mueca de tu risa. No olvides que eres un actor en este juego que no comprenderemos ni siquiera ahora, cuando nos toca hacernos a la idea de que todo cuanto amamos estará a nuestro alcance, pero no para siempre, y que pronto seremos la calma de otro ocaso bello en las alturas.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Sonetos y otras trovas de los siglos”
Tercera parte: “Prosas líricas”

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