viernes, 19 de febrero de 2016

Introito prosístico para Alejandro García González

José Ramón Muñiz Álvarez
“SONETOS Y OTRAS TROVAS DE LOS SIGLOS”
PARA ALEJANDRO GARCÍA
GONZÁLEZ


“Introito prosístico para un amigo”

Los clásicos nos dictan sus palabras, y, en ellas, contenidos, encontramos extraños pensamientos de otras épocas. Los siglos han volado, como vuelan los negros estorninos por el aire que llora los otoños desolados. Y el paso de los siglos aun conserva la magia de esas voces que encendieron la luz que no fue dada a los más necios. No es cierto que este tiempo en que vivimos presente más nobleza que los días lejanos que admiraron a los césares. La voz de los imperios se ha apagado con los republicanos que nos compran con oro falso y falsas democracias. Las cosas más auténticas que hallamos nos llegan de unos tiempos tan remotos que habremos de dudar si son historia. Yo sé que tú conoces esos logros que hicieron que esta Europa empobrecida luciera con el brillo de mil soles. Yo sé que lo valoras, que no dudas, que te mantienes firme y que defiendes que tiene su valor el mundo antiguo. También lo digo yo, y, como lo sabes, comprendes que yo siempre me intereso por cosas que son viejas como el mundo.
La llama de los clásicos nos llega de un tiempo tan lejano que imagino que fue un momento duro, pero clave. Y quienes habitaron ese tiempo no hablaron con desprecio de los brillos que ofrece a los saberes la memoria: entonces los más jóvenes sabían seguir la explicación de los más viejos y amar en ellos viejas tradiciones. Quizás la vieja Roma mantenía la llama de una Grecia en decadencia que fue más grande en tiempo más lejano. Y aquella Roma es madre de estas tierras: el mundo del romance y los juglares nació de aquella herencia, sin saberlo. Los clérigos de entonces mantenían en viejos monasterios esos textos que habitan hoy las nuevas bibliotecas. Y todo ese saber es patrimonio que no sabe apreciar el estudiante que vive obnubilado con lo nuevo. Yo quiero recordar, como tú sueles, los tiempos más difíciles, los años de esfuerzo y de ilusión en las lecturas. No solo los romanos y los griegos, los viejos trovadores, por ejemplo, son parte que revive en nuestras voces.
Te puedo hablar, si quieres, de esas veces que pude amar, discreto, algún romance cantado en viejas zonas de mi tierra. También los escuché en esa Castilla que es árida y hermosa, pero parda, y huele a pan y a vino en cada parte. El fuego invita siempre, en bodegones, al canto de los viejos romanceros que vuelven a dar vida a los castillos. También te puedo hablar de aquellos siglos que ardieron con valor en las Américas, después de las hazañas del guerrero. Los viejos españoles, ambiciosos, hicieron de su imperio como un himno de gloria y decadencia al mismo tiempo. El siglo de sor Juana es ese siglo que pudo ver a Góngora y Quevedo reñir en verso bueno en la metrópoli. Y el caso es que, del modo en que ese Góngora, tal vez un buen Quevedo, Lope acaso, los clásicos latinos nos alientan. Igual que tú, conozco la poesía tejida con paciencia por Virgilio, si bien en traducciones mejorables. Y a Ovidio yo lo tengo por bandera, que es uno de los grandes, cuando cuenta relatos mitológicos curiosos.
No es esta época pobre y orgullosa, los años que nos tocan, por desgracia, momento para el auge en la cultura. ¡Quién no quisiera ver el Siglo de Oro, los griegos, los rapsodas que cantaron a Ulises al comienzo de las letras! ¡Y todo pese a Wolf, que suponía que nunca existió Homero, que las gentes hilaban los relatos del folclore! Tal vez haya una corte principesca de siglos venideros o pasados que acoja a los que sienten la poesía. Pero he de referirte, en este punto, que no es verdad que el tiempo que nos toca lo pone fácil al ingenio cauto. Lo digo porque amantes de las letras, cantores y prudentes en el arte de dar vida  a lo bello se abandonan. Hoy día nadie paga la poesía ni quieren escuchar ya los curiosos romances de las gestas legendarias: el Cid, el conde Dirlos y Guarinos acaso son palabra en el olvido. Y acaso don Quijote y su bravura son cosa de otro tiempo en estos días de ruidos y violentas discotecas. Y, huyendo de esos ruidos insolentes, prefiero imaginarte en los ensayos, cantando con tu grupo lo diverso.
En ese repertorio tan extraño parece haber belleza, y el folclore se mezcla con las músicas más cultas. Mas luego, en el retiro de tu casa, cansado tras jornadas tan intensas, un poco de lectura es algo bueno. Por eso he de ofrecerte estos sonetos: son signo de un amor a la cultura que va quedando atrás, triste y pacata: el viejo testimonio de maneras de hacer las trovas bellas con la rima, de hacer el verso hermoso y bien ritmado. Sonetos, espinelas, silvas blancas podrán entretener, si las aceptas, las horas más tediosas que da el ocio. Tal vez, benevolente, me respondas que soy capaz de hilar imitaciones de artistas que lo fueron otras veces. Algunos me dirán –quizás tú mismo- que no es justo robar un arte bello, pues ese es el jardín de los más grandes. Yo pienso que el ejemplo de esos clásicos no debe fatigarse a la deriva, perdido por los mares de la nada.
Serás lector, en fin, de estos sonetos, labrados no sin algo de trabajo, y algunos versos más que los arropan. Tú sabes que el soneto es buena cosa, que es bello hallar momentos solitarios y darse a la lectura del soneto. No importa si contienen estrambotes, si muestran el más alto epifonema o tienen más profundas reflexiones. Siguiendo los ejemplos del Barroco, paréceme correcto hacer sonetos, y hacerlos como hicieron esas gentes. Pero, si hay gran virtud en los sonetos, que son exhibición de cualidades, no quieras rechazar cosas distintas: en este caso, quiero que recibas, con los sonetos mismos, otras piezas diversas que pudieran divertirte. Y no has de ser severo si haces crítica: supón que todo cuesta algún trabajo, que nunca es cosa fácil la poesía. Las voces esmeradas de poetas lucharon por alzarse en la batalla con la palabra libre y levantisca. Queramos prisionera a la palabra en esa cárcel bella de la estrofa que canta con amor a lo perfecto.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Sonetos y otras trovas de los siglos”
“Introito prosístico para un amigo”

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