viernes, 19 de febrero de 2016

Sonetos I-VI (para Alejandro García González)

  
Soneto I

La escarcha pura conquistó los suelos,
el prado y sus malezas, los verdores,
los robles que soportan los rigores
de brisas que dibujan raros vuelos.
La luz del alba que alcanzó los cielos,
hiriéndolos con claros resplandores,
el hielo denunció con sus colores,
no lejos de los tristes arroyuelos.
El brillo saludó, desde la altura,
haciendo la promesa no debida
que hablaba de la tarde del verano.
Y supo despertar la nieve pura
el eco perezoso que dormida
la pudo ver perderse en lo lejano.

Soneto II

No pudo alzar sus brillos con la helada
que quiso prisionera en sus cristales
la llama cuyos raudos vendavales
voceros son del viento y la invernada.
Mas pudo ser sensible a su llamada,
que el alba, reflejando manantiales,
granizo halló por todos los cordales,
las cimas de la sierra al fin nevada.
Y, al recordar los días de deshielo,
soñó el regreso pronto a sus parajes
el árbol moribundo de otros días.
Y supo imaginar por ese cielo
los negros estorninos en paisajes
que ignoran esas horas siempre frías.

Soneto III

Hablemos nuevamente del hechizo
que llega conquistando la ventana,
del hielo que nos llega a la mañana,
si quieren los inviernos su granizo:
el viento lo hace suyo a cada rizo,
lo llena alegre el alba si, temprana,
romper lo ve la sierra con desgana
y el llano que lo sabe tornadizo.
Hablemos de la luz de su pureza,
dejada al alba clara que lo mira,
que sabe la belleza en su blancura:
cubriendo va su hielo la maleza,
la luz del alba dice que delira
y advierte sobre el suelo la blancura.

Soneto IV

Los años de la vida van en vano
dejando atrás su gracia y la alegría
que espera silenciosa donde, fría,
la nieve va cubriendo monte y llano.
El brillo silencioso en lo lejano
hallaron del crepúsculo aquel día
las gentes, al cruzar la serranía,
tras ver morir el astro soberano.
Camino hizo la noche de camino
por la montaña triste y por los valles
que saben del destino de la vida.
Por eso el que camina peregrino
y rumbo y paso pierde por las calles
su fin advierte donde el mal anida.

Soneto V

Las sierras y sus cimas encrespadas,
mirando los abismos de la tierra,
parecen un castillo que se cierra
detrás de cordilleras alejadas.
Los cielos nos anuncian las nevadas
y llegan otra vez, con dura guerra,
a valles donde quiere ya la sierra
las horas del inverno secuestradas.
Las cumbres vio la brisa, cuyo hielo
tomar quiso el picacho desolado
que un cielo azul espera nuevamente.
Veréis correr, llegado ya el deshielo,
las aguas del riachuelo alborotado
que saber desbordarse en su torrente.

Soneto VI

Diréis que en el cantón de los Grisones,
después de la estación que se eterniza,
el cielo va vistiendo su ceniza
sus negros y callados nubarrones.
Son estos los abismos, las prisiones
que lloran con la nieve primeriza,
si llega ya la brisa y se desliza,
debajo de los altos farallones.
 Hallar las cosas desde tanta altura
nos da el orgullo de mirar el mundo
sin vértigo, al buscar en el abismo.
De nuevo nuestra fuerza se apresura
en raros pensamientos, si, profundo,
Heráclito retorna hacia sí mismo.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Sonetos y otras trovas de los siglos”
Primera parte: “Sonetos”

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