DIÁLOGO DE DON QUIJOTE Y SANCHO
QUIJOTE-. Compañero
al cabalgar
por llanuras y por
sierras,
me has conocido en
las guerras
en las que hube de
luchar.
Nunca me viste llorar
por el dolor de una
herida,
pero el alma
consumida
has de verme en la
ocasión,
pues, dañado el
corazón,
huye de mí toda vida.
Y, perdida la
esperanza,
que, en este vergel
tan verde,
toda esperanza se
pierde,
siento este mal que
me alcanza.
Nunca viste que la
danza
de las hojas del
hayedo
se escuchasen como
puedo
escuchar su bello
canto,
que, escuchando tanto
encanto,
he de sentir hasta
miedo.
Bien sabes mi
nombradía,
la bravura que arde
en mí,
y no es cosa baladí
sentir tal
melancolía.
Hasta el alma se me
enfría,
que me siento
derrotado
al disputar este
estado
que me destroza
violento,
pues es capricho de
viento
que me sienta
enamorado.
El ánimo resquebraja
el amor que me domina
y la fortuna mezquina
a vil siervo me
rebaja.
Es el amor, que
agasaja
con dolores y
torturas,
cuando las palabras
duras
quiere a su gusto el
desdén,
porque el amor no
hace bien
y el ánimo deja a
oscuras.
Más poder tiene el
amor
que causa mi desvarío
que la nieve con su
frío
y la luz con su
calor.
SANCHO-. Si os hago
caso, señor,
el amor es como el
cieno,
que parece mal veneno
la sustancia que,
gozoso,
suplica quien, ya
quejoso,
se admira de dolor
lleno.
QUIJOTE -. Hablas con
mucha torpeza
de una cosa tan
sagrada,
pues el alma
enamorada
sueña con esa
tristeza.
SANCHO-. No me parece
agudeza
querer estar
amargado,
que no ha de estar
bien pagado
el que sigue a un
niño ciego,
porque quien juega a
su juego
sale bien
escarmentado.
QUIJOTE-. ¿No sabes que
el amor puro
es el más dulce
licor,
y que, en manos del
amor,
se hace más dulce el
apuro?
SANCHO-. De tal cosa
estoy seguro,
y es el amor gran
engaño,
pues, como joven
tacaño,
pensando en su
ambiciones,
sabe romper corazones
y cobra caro ese
daño.
QUIJOTE-. Pues escúchame, escudero,
que no es justo
maldecir
a quien tal hace
sentir
a tan alto caballero.
SANCHO-. Yo, que no
soy pendenciero,
que quiero una vida
en paz,
miro mi felicidad
en estar tranquilo y
bien,
porque el amor y el
desdén
restan la serenidad.
QUIJOTE-. ¿Y qué
sabes tú de amores,
de requiebros en el
alma
que, arrancando toda
clama,
dan y niegan sus
favores?
SANCHO-. Con los
claros resplandores,
hallo en quien triste
suspira
la locura que delira
por la furia sin
clemencia,
si le turba la
conciencia
y la cordura retira.
QUIJOTE -. Y es
peligroso castigo
a quien, siempre
dadivoso,
siente que falta el
reposo,
y al amor pide su
abrigo.
Muchas veces me
fatigo
al pensar en el amor.
SANCHO-. Siendo malo
su furor,
no entiendo que los
amores
sean tan altos
resplandores
como me decís, señor.
QUIJOTE -. Lógica
tienes, es cierto,
que no falta a las
verdades
quien, sin decir
necedades,
habla con genio
despierto.
¿Mas no es eso vivir
muerto
un extraño sinvivir?
SANCHO-. Mi señor,
esto es vivir,
y no sufrir el camino
en que se amarga
mezquino
ese que quiere
sentir.
QUIJOTE -. Te hace
dichoso la muerte,
que te presta el
desapego
de ese sencillo
sosiego
que tienes por alta
suerte.
Mas quiere mi pecho
fuerte
sentirse amargado y
vivo.
SANCHO-. Si, siendo
el amor esquivo,
mas infeliz ha de ser
el que por una mujer
siente el ánimo
cautivo.
QUIJOTE -. Desconoces
lo más bello
que nos ofrece la
vida
cuando nos abre la
vida
del prodigioso
destello.
Y, pues eres tan
plebeyo,
nunca lo
comprenderás.
SANCHO-. Por vida de
Satanás,
que, a fuerza de
pueblerino,
cruzo yo bien el
camino
sin caminar hacia
atrás.
QUIJOTE -. Sabrás,
aun siendo villano,
que, si el amor nunca
afloja,
al causarnos tal
congoja,
es más alto soberano.
Así me pongo en su
mano
como el tonto más
dichoso.
SANCHO-. Decir eso sí
es gracioso
y la risa me provoca
que lo diga noble
boca
con un aire
sentencioso.
Yo, como amante del
pan,
la mesa y la buena
vida,
el alma siento
perdida
si buena mesa me dan.
Rosquillas no
faltarán,
buenas castañas,
chorizo,
un carnero antojadizo
en los días de más
fiesta,
aves que alguna
ballesta
alcanzó en vuelo y
deshizo.
Por eso de una mujer
no querré yo los
amores,
sino el vino y los
licores,
que me dan mayor
placer.
Mayor gusto puede
haber
en verse
correspondido,
que, cuanto alegre ha
venido
para una grata
sorpresa,
arde dichoso en la
mesa
de quien la pena ha
vencido.
¡Si por eso soy
plebeyo,
si pobre soy en
verdad,
qué importa la
soledad
y cuanto pierda con
ello!
Como una herida en el
cuello,
en el mismo corazón,
se me agita la
pasión,
se me acelera hasta
el pecho,
y, vencido del
despecho,
sé que el amor es
sanción.
Y, si me llaman
mezquino
o si soy un
borrachín,
del licor soy paladín
y gran forofo del
vino,
porque se vuelve
adivino
cuando la cabeza
gira,
que no es amor que
suspira
esa mágica locura,
cuando la dicha se
apura
porque en el vino
delira.
Que, si soy hombre
vulgar,
al decir mal del
amor,
el deber cumplo,
señor,
de ponerme en mi
lugar.
No me deben amargar
los extraños amoríos,
que con esos
desvaríos,
en un jardín
engañoso,
sospecho que es
peligroso
adentrarse con mil
bríos.
QUIJOTE-. Es bella la
emperatriz
que, emparedada en mi
pecho,
causa el dolor en mi
pecho
hasta volverme
infeliz.
SANCHO-. Más quiero
yo una perdiz
que me llene bien que
el hielo
que, prometiéndome el
cielo,
venga tal daño a
causar.
QUIJOTE-. Yo la tengo
en un altar.
SANCHO-. Por amor no
me desvelo.
QUIJOTE-. Ella es
bella cual la vida
que se enciende en un
suspiro,
es la alborada que
admiro
tras los montes
escondida.
Ella es la brisa
encendida
que recorre los
paisajes,
y el color de los
follajes
que la dulce
primavera
borda y teje
dondequiera
en inusuales parajes.
Ella es claro
firmamento
después de llegado el
día,
la penuria y la
alegría
que arrancan el
pensamiento,
la dulzura del
aliento,
la fragancia que
desea
quien, después de que
la vea,
vive siempre
cautivado,
porque queda
enamorado
de la bella Dulcinea.
SANCHO-. ¿Pues tanta
belleza tiene
que hace a los
hombres cautivos
con los mirares
esquivos
que en su amenaza
previene?
Y, pues tanto se
entretiene
quien la mira y tanto
goza,
es acaso ella de
loza,
la delicada vajilla
que, cuando la
limpian brilla,
como la más dulce
moza?
Siendo joven,
prefiriera,
a costa de preferir,
pechos grandes donde
asir,
donde contento
muriera,
y es que en ellos
feliz fuera
y contento moriría,
que, en esa
bellaquería,
tiene el alma el
alimento,
la esperanza su
sustento
y el coraje su
porfía.
QUIJOTE-. Poco sabes,
Sancho amigo,
y tu ingenio es
aspereza,
que es tamaña esa
aspereza
y el espíritu fatigo.
Es el amor el abrigo
de tanto desventurado
cuando muere
enamorado
por esperanza tan
alta,
que, porque el amor
lo asalta,
no lo ve como
enemigo.
Mas también he de
decir
que es dulce
felicidad
sacrificar la verdad
y en tal engaño
morir.
Hubiera de bendecir
al amor el tierno
amante
que escuchase,
delirante,
que lo tienen
desdeñado,
que un estado desgraciado
quiere el espíritu
errante.
SANCHO-. Más quiero
yo, peregrino,
olvidarme de
obsesiones,
que virtudes y
sermones
sobran en este
camino.
Menos amor y más
vino,
menos pasión, más
posada,
que, yo estando en mi
morada,
puedo decirme alevoso
del placer de ser
dichoso
y de dormir la
velada.
Y, pues soy hombre
casado,
quiero yo el bien que
procura
el que nunca se
aventura
y en el amor no es
osado.
Y ya es bastante el
mandado
de venir como
escudero,
cruzando cada sendero
y, de lugar en lugar,
las fatigas confesar,
sabiendo que de
hambre muero.
QUIJOTE-. Yo no habré
de reprenderte
por tu baja
condición,
que conozco tu
intención
y sé muy bien
comprenderte.
SANCHO-. Este camino
es la muerte.
QUIJOTE-. Esta vida
es aventura.
SANCHO-. Mas una cosa
me apura,
pues sentís amor
cortés,
que es que admiro del
revés
al de la triste
figura.
QUIJOTE-. Por ella
vivo vencido,
que su sin par
hermosura
sabe herir, con llama
pura,
en su mirar
encendido,
que las aves, en su
nido,
escuchan el canto
hermoso,
cuando canta, melodioso,
cuando dichoso la
halaga,
cuando terrible me
llaga
y me enamora tedioso.
Por ella vencido
vivo,
por ella pierdo la
calma,
por ella se escapa el
alma
y me admiro
pensativo.
Y todo este mal
recibo
como la más dulce
pena,
que me place la
condena
de admirarme
enamorado,
de sentirme
encadenado
al oro de su melena.
Y es tan alto el
pensamiento
que sustenta tal
idea,
que la misma Dulcinea
es amor y es mi
sustento.
Y con eso yo alimento
el dolor del pecho
mío,
porque me ciega ese
frío
que me trae con osadía,
siendo todo gallardía
cuanto respira en mi
brío.
SANCHO-. Raro
acertijo, señor,
es ese amor venenoso,
cuando se pierde el
reposo
en las manos del
amor,
que sé yo que tal
dolor
es requiebro,
adivinanza,
confusión,
desesperanza,
sufrimiento obligatorio,
por ser tan
contradictorio
y enemigo de
templanza.
QUIJOTE-. No hablas
tú mal, Sancho amigo,
y bien conoces el
precio
que yo pago en tal
aprecio,
si de su amor soy
mendigo.
Mas una cosa te digo,
y es que no tiene la
rosa
la fragancia silenciosa
que en su boca se
perfuma,
pues en su nombre
rezuma
la dulzura más
hermosa.
SANCHO-. Yo, que no
entiendo de amores,
poco quisiera saber
de ese mal que hace
perder
desde el juicio a los
pudores.
Amen los altos
señores,
los nobles y
caballeros,
que nosotros,
escuderos
sin amor y sin
fortuna
la pasión inoportuna
despreciamos y sus
fueros.
Y porque vuestra
merced,
que es la pura luz
del día,
sabe de caballería,
yo sé prudencia a la
vez,
y no tengo esa
altivez
de buscar tan dulces
besos
con pensamientos traviesos,
que me gusta más
callar
y la tripa serenar
y no rebanar mis
sesos.
Que sé al cabo, mi
señor,
mi buen señor don
Quijote,
que no hay nada que
derrote
las durezas del amor,
y, pues me causa
dolor,
ver en vos tamaño
mal,
no quiero amor
celestial
ni otras perdidas
pasiones,
que siempre los
infanzones
sufren la pena
infernal.
Yo quiero paz en mi
casa,
donde mi buena
Teresa,
la harina en sus
dedos presa,
sabe cocer bien la
masa.
Tocino quiero y su
grasa,
pues que soy
cristiano viejo,
y el horizonte bermejo
traerá con el nuevo
día
largas horas de
alegría,
dicha y paz por buen
consejo.
QUIJOTE-. Bien está
en ti la prudencia,
Sancho amigo, siempre
fiel,
y no ha de saberme a
hiel
que hables con
incontinencia.
Porque quiere la
decencia
que uno ocupe su lugar,
y quien vive en un
villar
no ha de estar
enamorado
como quien en este
estado
me contempla
suspirar.
2012 © José
Ramón Muñiz Álvarez
“Canciones de
un trovador”
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