viernes, 7 de diciembre de 2012

Diálogo de don Quijote y Sancho



DIÁLOGO DE DON QUIJOTE Y SANCHO

QUIJOTE-. Compañero al cabalgar
por llanuras y por sierras,
me has conocido en las guerras
en las que hube de luchar.
Nunca me viste llorar
por el dolor de una herida,
pero el alma consumida
has de verme en la ocasión,
pues, dañado el corazón,
huye de mí toda vida.

Y, perdida la esperanza,
que, en este vergel tan verde,
toda esperanza se pierde,
siento este mal que me alcanza.
Nunca viste que la danza
de las hojas del hayedo
se escuchasen como puedo
escuchar su bello canto,
que, escuchando tanto encanto,
he de sentir hasta miedo.

Bien sabes mi nombradía,
la bravura que arde en mí,
y no es cosa baladí
sentir tal melancolía.
Hasta el alma se me enfría,
que me siento derrotado
al disputar este estado
que me destroza violento,
pues es capricho de viento
que me sienta enamorado.

El ánimo resquebraja
el amor que me domina
y la fortuna mezquina
a vil siervo me rebaja.
Es el amor, que agasaja
con dolores y torturas,
cuando las palabras duras
quiere a su gusto el desdén,
porque el amor no hace bien
y el ánimo deja a oscuras.

Más poder tiene el amor
que causa mi desvarío
que la nieve con su frío
y la luz con su calor.
SANCHO-. Si os hago caso, señor,
el amor es como el cieno,
que parece mal veneno
la sustancia que, gozoso,
suplica quien, ya quejoso,
se admira de dolor lleno.

QUIJOTE -. Hablas con mucha torpeza
de una cosa tan sagrada,
pues el alma enamorada
sueña con esa tristeza.
SANCHO-. No me parece agudeza
querer estar amargado,
que no ha de estar bien pagado
el que sigue a un niño ciego,
porque quien juega a su juego
sale bien escarmentado.

QUIJOTE-. ¿No sabes que el amor puro
es el más dulce licor,
y que, en manos del amor,
se hace más dulce el apuro?
SANCHO-. De tal cosa estoy seguro,
y es el amor gran engaño,
pues, como joven tacaño,
pensando en su ambiciones,
sabe romper corazones
y cobra caro ese daño.

QUIJOTE-. Pues escúchame, escudero,
que no es justo maldecir
a quien tal hace sentir
a tan alto caballero.
SANCHO-. Yo, que no soy pendenciero,
que quiero una vida en paz,
miro mi felicidad
en estar tranquilo y bien,
porque el amor y el desdén
restan la serenidad.

QUIJOTE-. ¿Y qué sabes tú de amores,
de requiebros en el alma
que, arrancando toda clama,
dan y niegan sus favores?
SANCHO-. Con los claros resplandores,
hallo en quien triste suspira
la locura que delira
por la furia sin clemencia,
si le turba la conciencia
y la cordura retira.

QUIJOTE -. Y es peligroso castigo
a quien, siempre dadivoso,
siente que falta el reposo,
y al amor pide su abrigo.
Muchas veces me fatigo
al pensar en el amor.
SANCHO-. Siendo malo su furor,
no entiendo que los amores
sean tan altos resplandores
como me decís, señor.

QUIJOTE -. Lógica tienes, es cierto,
que no falta a las verdades
quien, sin decir necedades,
habla con genio despierto.
¿Mas no es eso vivir muerto
un extraño sinvivir?
SANCHO-. Mi señor, esto es vivir,
y no sufrir el camino
en que se amarga mezquino
ese que quiere sentir.

QUIJOTE -. Te hace dichoso la muerte,
que te presta el desapego
de ese sencillo sosiego
que tienes por alta suerte.
Mas quiere mi pecho fuerte
sentirse amargado y vivo.
SANCHO-. Si, siendo el amor esquivo,
mas infeliz ha de ser
el que por una mujer
siente el ánimo cautivo.

QUIJOTE -. Desconoces lo más bello
que nos ofrece la vida
cuando nos abre la vida
del prodigioso destello.
Y, pues eres tan plebeyo,
nunca lo comprenderás.
SANCHO-. Por vida de Satanás,
que, a fuerza de pueblerino,
cruzo yo bien el camino
sin caminar hacia atrás.

QUIJOTE -. Sabrás, aun siendo villano,
que, si el amor nunca afloja,
al causarnos tal congoja,
es más alto soberano.
Así me pongo en su mano
como el tonto más dichoso.
SANCHO-. Decir eso sí es gracioso
 y la risa me provoca
que lo diga noble boca
con un aire sentencioso.

Yo, como amante del pan,
la mesa y la buena vida,
el alma siento perdida
si buena mesa me dan.
Rosquillas no faltarán,
buenas castañas, chorizo,
un carnero antojadizo
en los días de más fiesta,
aves que alguna ballesta
alcanzó en vuelo y deshizo.

Por eso de una mujer
no querré yo los amores,
sino el vino y los licores,
que me dan mayor placer.
Mayor gusto puede haber
en verse correspondido,
que, cuanto alegre ha venido
para una grata sorpresa,
arde dichoso en la mesa
de quien la pena ha vencido.

¡Si por eso soy plebeyo,
si pobre soy en verdad,
qué importa la soledad
y cuanto pierda con ello!
Como una herida en el cuello,
en el mismo corazón,
se me agita la pasión,
se me acelera hasta el pecho,
y, vencido del despecho,
sé que el amor es sanción.

Y, si me llaman mezquino
o si soy un borrachín,
del licor soy paladín
y gran forofo del vino,
porque se vuelve adivino
cuando la cabeza gira,
que no es amor que suspira
esa mágica locura,
cuando la dicha se apura
porque en el vino delira.

Que, si soy hombre vulgar,
al decir mal del amor,
el deber cumplo, señor,
de ponerme en mi lugar.
No me deben amargar
los extraños amoríos,
que con esos desvaríos,
en un jardín engañoso,
sospecho que es peligroso
adentrarse con mil bríos.

QUIJOTE-. Es bella la emperatriz
que, emparedada en mi pecho,
causa el dolor en mi pecho
hasta volverme infeliz.
SANCHO-. Más quiero yo una perdiz
que me llene bien que el hielo
que, prometiéndome el cielo,
venga tal daño a causar.
QUIJOTE-. Yo la tengo en un altar.
SANCHO-. Por amor no me desvelo.

QUIJOTE-. Ella es bella cual la vida
que se enciende en un suspiro,
es la alborada que admiro
tras los montes escondida.
Ella es la brisa encendida
que recorre los paisajes,
y el color de los follajes
que la dulce primavera
borda y teje dondequiera
en inusuales parajes.

Ella es claro firmamento
después de llegado el día,
la penuria y la alegría
que arrancan el pensamiento,
la dulzura del aliento,
la fragancia que desea
quien, después de que la vea,
vive siempre cautivado,
porque queda enamorado
de la bella Dulcinea.

SANCHO-. ¿Pues tanta belleza tiene
que hace a los hombres cautivos
con los mirares esquivos
que en su amenaza previene?
Y, pues tanto se entretiene
quien la mira y tanto goza,
es acaso ella de loza,
la delicada vajilla
que, cuando la limpian brilla,
como la más dulce moza?

Siendo joven, prefiriera,
a costa de preferir,
pechos grandes donde asir,
donde contento muriera,
y es que en ellos feliz fuera
y contento moriría,
que, en esa bellaquería,
tiene el alma el alimento,
la esperanza su sustento
y el coraje su porfía.

QUIJOTE-. Poco sabes, Sancho amigo,
y tu ingenio es aspereza,
que es tamaña esa aspereza
y el espíritu fatigo.
Es el amor el abrigo
de tanto desventurado
cuando muere enamorado
por esperanza tan alta,
que, porque el amor lo asalta,
no lo ve como enemigo.

Mas también he de decir
que es dulce felicidad
sacrificar la verdad
y en tal engaño morir.
Hubiera de bendecir
al amor el tierno amante
que escuchase, delirante,
que lo tienen desdeñado,
que un estado desgraciado
quiere el espíritu errante.

SANCHO-. Más quiero yo, peregrino,
olvidarme de obsesiones,
que virtudes y sermones
sobran en este camino.
Menos amor y más vino,
menos pasión, más posada,
que, yo estando en mi morada,
puedo decirme alevoso
del placer de ser dichoso
y de dormir la velada.

Y, pues soy hombre casado,
quiero yo el bien que procura
el que nunca se aventura
y en el amor no es osado.
Y ya es bastante el mandado
de venir como escudero,
cruzando cada sendero
y, de lugar en lugar,
las fatigas confesar,
sabiendo que de hambre muero.

QUIJOTE-. Yo no habré de reprenderte
por tu baja condición,
que conozco tu intención
y sé muy bien comprenderte.
SANCHO-. Este camino es la muerte.
QUIJOTE-. Esta vida es aventura.
SANCHO-. Mas una cosa me apura,
pues sentís amor cortés,
que es que admiro del revés
al de la triste figura.

QUIJOTE-. Por ella vivo vencido,
que su sin par hermosura
sabe herir, con llama pura,
en su mirar encendido,
que las aves, en su nido,
escuchan el canto hermoso,
cuando canta, melodioso,
cuando dichoso la halaga,
cuando terrible me llaga
y me enamora tedioso.

Por ella vencido vivo,
por ella pierdo la calma,
por ella se escapa el alma
y me admiro pensativo.
Y todo este mal recibo
como la más dulce pena,
que me place la condena
de admirarme enamorado,
de sentirme encadenado
al oro de su melena.

Y es tan alto el pensamiento
que sustenta tal idea,
que la misma Dulcinea
es amor y es mi sustento.
Y con eso yo alimento
el dolor del pecho mío,
porque me ciega ese frío
que me trae con osadía,
siendo todo gallardía
cuanto respira en mi brío.

SANCHO-. Raro acertijo, señor,
es ese amor venenoso,
cuando se pierde el reposo
en las manos del amor,
que sé yo que tal dolor
es requiebro, adivinanza,
confusión, desesperanza,
sufrimiento obligatorio,
por ser tan contradictorio
y enemigo de templanza.

QUIJOTE-. No hablas tú mal, Sancho amigo,
y bien conoces el precio
que yo pago en tal aprecio,
si de su amor soy mendigo.
Mas una cosa te digo,
y es que no tiene la rosa
la fragancia silenciosa
que en su boca se perfuma,
pues en su nombre rezuma
la dulzura más hermosa.

SANCHO-. Yo, que no entiendo de amores,
poco quisiera saber
de ese mal que hace perder
desde el juicio a los pudores.
Amen los altos señores,
los nobles y caballeros,
que nosotros, escuderos
sin amor y sin fortuna
la pasión inoportuna
despreciamos y sus fueros.

Y porque vuestra merced,
que es la pura luz del día,
sabe de caballería,
yo sé prudencia a la vez,
y no tengo esa altivez
de buscar tan dulces besos
con pensamientos traviesos,
que me gusta más callar
y la tripa serenar
y no rebanar mis sesos.

Que sé al cabo, mi señor,
mi buen señor don Quijote,
que no hay nada que derrote
las durezas del amor,
y, pues me causa dolor,
ver en vos tamaño mal,
no quiero amor celestial
ni otras perdidas pasiones,
que siempre los infanzones
sufren la pena infernal.

Yo quiero paz en mi casa,
donde mi buena Teresa,
la harina en sus dedos presa,
sabe cocer bien la masa.
Tocino quiero y su grasa,
pues que soy cristiano viejo,
y el horizonte bermejo
traerá con el nuevo día
largas horas de alegría,
dicha y paz por buen consejo.

QUIJOTE-. Bien está en ti la prudencia,
Sancho amigo, siempre fiel,
y no ha de saberme a hiel
que hables con incontinencia.
Porque quiere la decencia
que uno ocupe su lugar,
y quien vive en un villar
no ha de estar enamorado
como quien en este estado
me contempla suspirar.

2012 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Canciones de un trovador”
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

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