viernes, 21 de diciembre de 2012

Sintió el alma prisionera

Sintió el alma prisionera,
al mirar la balconada,
donde una dulce mirada
lo engañó con su quimera,
porque, rendido a la espera,
mirando con gesto huraño,
fue dichoso con el daño
que lo tuvo malherido,
que, por amores rendido,
lamentó su desengaño.

Y el lamento de la fuente

que escuchaba su lamento
respetó el vencido aliento
del amor incandescente,
cuando la dulce corriente
lo admiró, al brotar del caño,
dichoso con aquel daño
que lo tuvo malherido,
que, por amores rendido,
lamentó su desengaño.

Y dijo: "Quiera el destino

que se muestra caprichoso
que, pues es tan doloroso,
no me vuelva a mí mezquino,
porque mi mal adivino,
si sospecho un mal tamaño,
pues, dichoso con el daño
que me tuvo malherido,
por los amores rendido,
sufriré mi desengaño.

Quiera también la osadía

que conozca la alborada
el color de la mirada
donde hallé la luz del día,
porque, como nieve fría,
se torna ese hielo extraño,
si, dichoso con el daño
que me sabe malherido,
por el amor encendido,
lloro yo mi desengaño".

Y, al confesar su tristeza

donde duerme silencioso
el arroyo rumoroso
que da riego a la maleza,
halló cruel tanta aspereza
cuando, al pie de aquel castaño
fue dichoso con el daño
que lo tuvo malherido,
que, por amores rendido,
lamentó su desengaño.

José Ramón Muñiz Álvarez
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