José
Ramón Muñiz Álvarez
“NO
ES FÁCIL ALEJARSE DEL BUCOLISMO BELLO QUE SIENTE EL ALMA
TRISTE
ENTRE LAS
FRONDAS”
O “LOS CRISTALES
BELLOS
DE LA
HELADA”
Sonidos apagados de los bosques que dicen en
susurros
los misterios que siempre determinan la existencia.
(Poema prosístico sobre las
honduras extrañas
de un sino que nos hace romper con el mundo)
José Ramón Muñiz
Álvarez
Nos
fácil alejarse del bucolismo bello que siente el alma triste entre las frondas,
si mira, entre los árboles, las fuentes cristalinas y en ellas ve la vida de
los bosques: es bello caminar esos caminos, perderse en el paisaje, deleitarse
mirando los castaños y los robles que sufren el otoño en la vereda. Quizás el
pensamiento parece derrumbarse por ese reino umbrío donde los cantos dulces de
las aves parecen más hermosos y el aire de la brisa corre aprisa. Entonces el
espíritu suspende sus miedos, sus tensiones y recuerda que el bosque, a media
tarde, es la morada que ofrece reflexión al que la busca. Pues quiere el
caminante paisajes donde pueda buscar, escudriñar en los misterios, saber de
los enigmas que suelen fascinarnos y ofrecen soluciones tan difíciles, pues
todo el mundo ignora si el destino nos mira y si la vida nos ofrece la suerte
de un sentido, o si es acaso, la pura sinrazón para la nada.
El
existencialismo ya quiso decir algo de todo lo que somos y soñamos, negando
abiertamente las viejas ilusiones que traen supersticiones halagüeñas. Pero el
camino ofrece sus ejemplos en el otoño cruel que ve el ocaso callado y colorido
de las hojas que vuelven a ser barro por el suelo. Por eso he de deciros que en
estas experiencias se encara uno valiente a su crepúsculo, que no es la voz
callada del alma que suspira si ven llegar los bosques otras lluvias. También
el hombre muere, también sufre las llagas del otoño, que se ceban en ese amor
que siente por la vida, pues corre el tiempo siempre presuroso. Y, desde el
alba misma, supone uno un destino, supone ese crepúsculo al que llega, con
ánimo cansado, tal vez en la fatiga que vuelve más amarga la derrota. Y sirve
poco entonces ese brillo, dichoso como el gesto alegre y cálido, de un niño
que, burlón, quiere acercarse y hallar la luz del sol tras la ventana.
Por
eso somos todos oscura metafísica que bulle, venenosa, en nuestra mente,
diciendo la mentira que sabe consolarnos con ese mal febril de la esperanza.
Tened otra esperanza al ver el tiempo, y hablad de la vejez de otra manera,
pues tiempo y vida fluyen a un ocaso que no quiere más vida en sus adentros. Y
el ángel filosófico que llega de la altura corona a tanto necio, a tanto
imbécil, que puede uno sentirse milagro y santidad, un alma que bendice lo más
alto. Y un alma que bendice lo más alto traiciona su verdad y las esencias que
existen en su ser, en el dominio callado de su ser, cuando camina. Ya es vieja
la metáfora: la vida se nos huye, quizás el tiempo corre en nuestra contra,
que, ajándonos, matándonos, dejándonos perdidos es ese sueño triste de la nada.
La muerte es lo más cierto que tenemos y nuestro amor febril hacia la vida, por
eso quiero ser aurora bella, brillar con la alborada en las alturas.
Yo
sé que, en esta vida, la voz de la esperanza, la voz de los temores que nos
hieren, pudieron ser conciencia de un algo inasumible que pueden comprender al
fin los vivos: la vida es la nostalgia que se siente cuando los años corren y
se fugan, y un algo de nosotros con los años, un algo de nosotros que no es
nada. Por eso el desaliento que gime en el barroco tendrá luz en mis versos, y,
por eso, las voces del destino con ecos tan románticos serán anacronismo que
predique, pues es este el desierto donde hacerlo, que el suelo de la vida es
algo hermoso y es fértil su terreno para el sabio, si quiere pronunciar sus
pensamientos. Y quiero ese papel que dice pregonero que nada hay más hermoso
que la vida que corre a su destino, que pierde su momento, sus luces, las
auroras de otras veces. Yo os digo que los brillos de la aurora nos quieren
saludar con su optimismo, nos quieren regalar esa alegría que se hace
imprescindible en esta ruta.
Pues
esa metafísica que quiere la metáfora que explica la belleza del ocaso, sus
brillos, sus dorados, sus luces, sus colores, es solamente un cuento, una
mentira, la estafa que consuela a los más débiles que habrán, junto a los
fuertes, de hallar ese descanso que quisieran dejar de lado los que peregrinan.
Y el caso es que no somos sino esos peregrinos que buscan un albergue en que
hospedarse, sabiendo que este mundo, la tierra en que transitan es el albergue
nuestro en que vivimos. La fe nos da valor si es verdadera, que no la religión,
la fe en la vida, la vida que se acaba, que se agota porque la senda muere sin
saberlo. Con todo, si la vida se vive con conciencia, la vida es la conciencia
de la muerte, mas no vale del desánimo por estos vericuetos que sigue la
tristeza de uno mismo. La vida es la conciencia de la vida, la vida es la
conciencia, mientras dura, de la aventura bella en que existimos en aras de la
muerte inexorable.
Y
es esta la verdad que anuncio con palabras al mundo, al hombre triste, a las
mujeres que paren a la vida los frutos de una muerte que habrá de venir antes
de que quieran. Mas hay algo en la vida que es hermoso, que bulle en la
hermosura en esta vida, que alcanza a los espíritus sensibles y llena de poesía
a los que sienten. Mas yo os diré que acaso la luz de la poesía subsiste a esas
tormentas a deshora que vienen con violencia, como ráfagas de fuego que
destruyen cada sueño. Y es eso lo que vale, a fin de cuentas, la luz de la
poesía, de la aurora, si brilla de mañana y nuestros ojos la ven nacer lejana,
pero dulce. Y, mientras respiremos el aire que el espacio nos quiere conceder
en su baluarte, y el tiempo nos conceda los pasillos que llevan al castillo de
su feudo, la imagen de los versos más hermosos será el claro regalo que nos
llene de dicha en este mundo de tristezas que vive desolado y que se amarga.
Por
eso es necesario, dejando atrás tristezas, salir por los caminos, sin apuro,
mirando las estrellas que brillan en la noche, siguiendo las veredas de la
zona. Después, llegará el alba, con sus brillos, las luces fascinantes, la
sonrisa que dice sí a la vida, que la afirma, la pide con sus gritos y su
fuerza. Pues es bella la luz que prende la mañana, dejando a sus corceles por
los prados, paciendo con sosiego, mirando sierras bellas que duermen entre
escarchas silenciosas. Acaso los cristales de la helada podrán romper la cárcel
que los tiene sujetos, prisioneros de un capricho que sabe reflejar el nuevo
día. Sabed que estos otoños que mueren lentamente son bellos ante el fuego de
la aurora que deja sus colores en restos de la helada y en campos donde duermen
viejas lluvias. La luz del sol nos toca con su aliento, nos muestra los colores
de sus rosas, la imagen del jazmín que, blanco siempre, perfuma cada gota de
rocío.
2014
© José Ramón Muñiz Álvarez
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