Los parques, al crepúsculo, dormían,
cubiertos
por los velos apagados
de
fuegos misteriosos y dorados,
de
llamas silenciosas que morían.
En ellas, a la noche, respondían
las
aguas de la fuente en que, callados,
dormían
los tritones fatigados,
si,
acaso, no jugaban y dormían.
Los parques solitarios se apagaban,
dejándose
morir con el ocaso,
momento
de emociones y tristezas.
en ellos, lentamente, murmuraban
las
aguas que siguieron, paso a paso,
su
curso entre las rosas y malezas.
2005 © José
Ramón Muñiz Álvarez
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