lunes, 25 de agosto de 2014

Sonetos


Soneto I

            Dejad que arranque el viento las pasiones
que el pecho desnudaron y vendieron
cuando su largo viaje cielo hicieron
las alas de los viejos azulones.
            Dejad que abiertas queden las pasiones
que el paso del camino deshicieron
cortando la salida, pues pudieron
alzarse sus murallas por bastiones.
            Dejad que, con las horas otoñales,
los árboles se llenen de belleza
y adornen las escarchas sus cristales.
            La helada será abrazo en la maleza,
las sendas cruzarán altos cordales
y el aire arrastrará tanta vileza.

Soneto II

            Tus ojos conservaron los pinceles,
llenándose de luz, gratas caricias,
raudo color, si, raudo, lo desquicias,
caballo desbocado entre laureles.
            Prefiero tu mentir a esos papeles,
periódicos que mienten y noticias
que muestran las maldades y codicias,
terribles accidentes, muertes crueles.
            Jamás los cambiaré por tu hermosura,
refugio del ingenuo, si suspira
buscando la alborada en tu figura.
            Nos traen los telediarios la mentira
y el daño de tu engaño es el que cura
si está falto de amor el que delira.

Soneto III

            Corcel de luz herido por el viento,
dejado al aire, henchido de fragancia,
tu cuerpo y tu figura, la elegancia
prodigan su belleza, el sol atento.
            Overo gris, que vuela ceniciento,
cruzando el aire, luz en abundancia,
tu rostro, tu semblante, tierna infancia,
se asoman a la vida con contento.
            Pincel fue la hermosura que los deja
probar la nata dulce de los cielos,
caballo vigoroso por la altura.
            Y el brillo que en tus ojos se refleja,
mostrando, sin quererlo, tus desvelos
voló en mis lienzos, quiso ser pintura.

Soneto IV

            Hirió la voz del viento los caminos
al verte despertar, hora temprana,
claro pincel, preludio a la mañana
que amaron los arroyos mortecinos.
            Los brillos tramontaron, cristalinos
con un bostezo gris, alma lozana,
al tiempo que en tu boca la manzana
tus labios vio maduros, coralinos.
            Abriste las ventanas de la estancia
y vio la luz tus ojos, altas puertas,
llenándose tu alcoba de fragancia.
            Las hojas de los pórticos, abiertas,
halló la luz del sol hecho abundancia
en tus miradas claras y despiertas.

Soneto V

            No volverá a haber luz, no habrá más viajes,
herido el sol, su antorcha derrotada,
cuando sus reinos cubran de nevada
las rabias del invierno y sus corajes.
            No volverá a haber luz en los paisajes
que hallaste en tu camino la cruzada,
pues vieron sus montañas la bandada
de pájaros huyendo a los paisajes.
            No volverá a haber luz donde, luciente,
aun puedes ver el sol en lo lejano,
destello de los lagos y la fuente.
            No volverá a haber luz, donde era, en vano,
su llama lanza firme y reluciente,
aliada del imperio del verano.

2005 © José Ramón Muñiz Álvarez

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