Soneto I
Dejad que arranque el viento las pasiones
que
el pecho desnudaron y vendieron
cuando
su largo viaje cielo hicieron
las
alas de los viejos azulones.
Dejad que abiertas queden las pasiones
que
el paso del camino deshicieron
cortando
la salida, pues pudieron
alzarse
sus murallas por bastiones.
Dejad que, con las horas otoñales,
los
árboles se llenen de belleza
y
adornen las escarchas sus cristales.
La helada será abrazo en la maleza,
las
sendas cruzarán altos cordales
y
el aire arrastrará tanta vileza.
Soneto
II
Tus ojos conservaron los pinceles,
llenándose
de luz, gratas caricias,
raudo
color, si, raudo, lo desquicias,
caballo
desbocado entre laureles.
Prefiero tu mentir a esos papeles,
periódicos
que mienten y noticias
que
muestran las maldades y codicias,
terribles
accidentes, muertes crueles.
Jamás los cambiaré por tu hermosura,
refugio
del ingenuo, si suspira
buscando
la alborada en tu figura.
Nos traen los telediarios la mentira
y
el daño de tu engaño es el que cura
si
está falto de amor el que delira.
Soneto
III
Corcel de luz herido por el viento,
dejado
al aire, henchido de fragancia,
tu
cuerpo y tu figura, la elegancia
prodigan
su belleza, el sol atento.
Overo gris, que vuela ceniciento,
cruzando
el aire, luz en abundancia,
tu
rostro, tu semblante, tierna infancia,
se
asoman a la vida con contento.
Pincel fue la hermosura que los deja
probar
la nata dulce de los cielos,
caballo
vigoroso por la altura.
Y el brillo que en tus ojos se refleja,
mostrando,
sin quererlo, tus desvelos
voló
en mis lienzos, quiso ser pintura.
Soneto
IV
Hirió la voz del viento los caminos
al
verte despertar, hora temprana,
claro
pincel, preludio a la mañana
que
amaron los arroyos mortecinos.
Los brillos tramontaron, cristalinos
con
un bostezo gris, alma lozana,
al
tiempo que en tu boca la manzana
tus
labios vio maduros, coralinos.
Abriste las ventanas de la estancia
y
vio la luz tus ojos, altas puertas,
llenándose
tu alcoba de fragancia.
Las hojas de los pórticos, abiertas,
halló
la luz del sol hecho abundancia
en
tus miradas claras y despiertas.
Soneto
V
No volverá a haber luz, no habrá más viajes,
herido
el sol, su antorcha derrotada,
cuando
sus reinos cubran de nevada
las
rabias del invierno y sus corajes.
No volverá a haber luz en los paisajes
que
hallaste en tu camino la cruzada,
pues
vieron sus montañas la bandada
de
pájaros huyendo a los paisajes.
No volverá a haber luz donde, luciente,
aun
puedes ver el sol en lo lejano,
destello
de los lagos y la fuente.
No volverá a haber luz, donde era, en vano,
su
llama lanza firme y reluciente,
aliada
del imperio del verano.
2005
© José Ramón Muñiz Álvarez
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