domingo, 24 de agosto de 2014

Sonetos silenciosos



Soneto I

          Tu piel bebió en el cántaro espumoso
de aquella playa bella donde, a solas,
robaste las cansadas caracolas
del fondo azul, callado y misterioso.
          Cristales que, en el cielo silencioso,
rizaron sus espumas con las olas,
al aire dieron todas sus cabriolas
las llamas de tu pecho  licencioso.
          Las algas te rozaron sin respeto,
tocando lentamente tu cintura,
el pie desnudo, el lirio en el tobillo.
          No pudo el mar feliz estarse quieto,
sus aguas conteniendo, su figura,
tesoros que arrancó de su castillo.

Soneto II

          Suspira mientras, beso de tus besos,
palacio de cristal, horas joviales,
te encuentro, luz de cuentos otoñales
que embriagan el mirar con los excesos.
          Mis ojos arderán donde, traviesos,
los tuyos hallan frescos manantiales,
hermosos bebederos y cristales
allí donde los labios quedan presos.
          Suspira mientras, vida de la vida,
tus ojos, un arroyo silencioso,
se queman en el fuego de mi herida.
          Desciende a mi mirar, jardín hermoso,
y entrégame la luz más encendida
que prende tu mirar avaricioso.

Soneto III

          No esperes más y corre, que el impala,
heraldo de la aurora en la llanura,
arrancará la noche y su negrura
se desvanecerá entre luz y gala.
          No esperes más, camina, que la sala
celeste va tiñéndose de albura,
azul, hermosa, bella en la locura
que arranca nuestro amor en hora mala.
          No esperes más, que el alba, en el desierto,
persigue amenazante a los que quieren
vivir su amor valientes, con apuro.
          No esperes más, que, cuando esté despierto,
la luz me hará infeliz, que así me hieren
las flechas de otro sol que no es más puro.

Soneto IV

          Mi pecho se encendió con tu cintura,
milagro del amor, pura belleza,
jazmín de sol, robusta fortaleza,
los senos que la miran en la altura.
          Mi pecho se encendió ante la hermosura
de todo tu coral, rara entereza,
frágil cristal, si quiebra la dureza
que esconde el hielo bajo la armadura.
          Mi pecho se encendió y tomó las rosas
más cálidas que el sol en tu mirada,
las mieles del amor, fresas sabrosas.
          Mi pecho se encendió donde, dorada,
tu larga cabellera rizó, hermosas,
la espiga y la bravura de la helada.

Soneto V

          Diamantes que engastaron con el oro
luciente que adornaba tu diadema
pudieron ser las llamas en que quema
el párpado que se abre a tu tesoro.
          Hallado en el arroyo que, sonoro,
desciende de las cumbres sin problema,
ni obstáculos halló, ni causa extrema
que impidan que te adorne con decoro.
          Diamantes embellecen tu figura
y el oro del arroyo los reparte
entre el amor más bello y la bravura.
          Es oro y abundancia tu estandarte,
y luz, y fantasía y hermosura,
espejo para Venus, luz de Marte.

Soneto VI

          Te ocultas en los bosques otoñales
que pierden su color en la nevada,
luz de azabache, perla enamorada,
incendio de oro bello en sus cristales.
          Te esconden los castaños, los nogales
que mueren, en silencio, a la alborada,
presa de amor, del hielo en la invernada,
cubriéndote de todos sus puñales.
          Te guardan las más altas fortalezas,
los árboles hermosos, los caminos,
sus ánimos callados, sus tristezas.
          Te ocultan en lugares peregrinos,
te esconden los arbustos y malezas,
los árboles y arroyos mortecinos.

Soneto VII


          Los tuyos son los besos del hechizo,
la magia del amor, raro reflejo,
el lago azul, sus aguas, el espejo
que romperán las lluvias y el granizo.
          Sortijas y cadenas, rizo a rizo,
me empujan tus cabellos de oro viejo,
sus luces y sus llamas, mar bermejo,
trigueño, metal puro aunque cobrizo.
          Los tuyos son los versos del embrujo,
palacios cuyas grandes balaustradas
de mármol nos enseñan el camino.
          Anillos de oro raro, caro lujo,
mejores que las raudas alboradas,
son horcas que sujetan mi destino.


2005 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Sonetos silenciosos"

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