miércoles, 13 de agosto de 2014

El origen del romancero




José Ramón Muñiz Álvarez
“EL ORIGEN DEL ROMANCERO DURANTE
LA EDAD MEDIA Y
SU POSTERIOR DESARROLLO
EVOLUTIVO”
“Acercamiento a
la literatura épica y lírica”
(la difusión de los
romances)

Por romance entendemos distintos significados, siendo el más adecuado el que refiere a las lenguas románicas o romances, pues esta fue la primera acepción que tuvo el término antes de aparecer otras. Una lengua romance es una lengua procedente del latín, la lengua del Lacio extendida más allá de los confines de Italia por Roma, que en su avance conquistador, acabó por llevarla a tres continentes: Europa, Asia y África, hablándose en suelo europeo hasta los límites marcados por el Rin y el Danubio. Durante la Edad Media, tras la fragmentación del Imperio Romano, esta lengua romance tiene una evolución independiente, por vía patrimonial, en cada lugar, desarrollándose lo que era latín como una lengua nueva en cada zona. Pero estas lenguas no eran usadas en la tradición escrita, para la que se procedía en lengua latina, por lo general, conservada en los conventos e instituiciones de cultura, como las primeras universidades, escasísimas, por los clérigos.
Lenguas románicas o romances son, por ejemplo, el portugués, el gallego, el asturiano, el castellano, el aragonés y el catalán, en lo que es el marco peninsular. Pero fuera de la península se hablan lenguas romances como el italiano, el francés, el rumano… Estas lenguas se agrupan en el conjunto de las lenguas romances o lenguas románicas, por oposición a otras familias de lenguas, como lo pueden ser las lenguas eslavas (ruso, eslovaco, checo, esloveno, polaco…), las germánicas (alemán, inglés, danés, noruego, sueco, holandés), las célticas (galés, gaélico, bretón)… Y mientras la lengua latina era usada en la escritura de los textos considerados más importantes, ocupando el lugar de la lengua internacional, por ser la lengua de la cultura, más o menos como sucede hoy con el inglés, dada su expansión comercial, estas lenguas tuvieron escasa escritura hasta un momento en que ya empezaron a tener expresión literaria.
Era común llamar “romance” a todo texto no escrito en ese latín de los clérigos, que, desde el siglo XIII, va dejando paso a la aparición de nuevas generaciones de clérigos, hombres con estudios que saben letras, que usan el romance por tener un claro afán divulgativo y más extensible a una población que era en su mayoría analfabeta. En el siglo XIV aparece una de estas importantes obras, que es la del Arcipreste de Hita: “El Libro de Buen Amor”. Esta obra se define en varios lugares como romance, pues se trata de un escrito en lengua romance por oposición a la lengua común, en el caso de los escritos, que es la latina. De esta manera, muchos relatos y textos no escritos en latín, sino en la lengua romance evolucionada patrimonialmente, era llamados romances en el siglo XIV, haciéndose cada vez más general el uso para la canción épico-lírica. De hecho, en el siglo XV, al hablar de romances, todo el mundo sabía que se trataba de composiciones de tema épico o histórico, novelesco a veces, que se cantaban y recitaban en los pueblos y plazas de las ciudades como lo hicieron antes los juglares.
Frente a tantas composiciones llamadas “romance” por la gente del pueblo, que no hacía definiciones precisas de las cosas, el concepto de romance tuvo que ir especializándose hasta designar la canción épica y lírica a la vez, un tipo de composición que tiene una doble naturaleza, debido a su carácter fragmentario, consistente en haberse desgajado de una unidad mayor, más amplia, que es el cantar de gesta. Los poemas medievales épicos son llamados cantares de gesta y podían tener una extensión más amplia de los 3000 versos, lo que hizo deseable, lógicamente, recortar estas piezas y reducirlas, progresivamente, a los momentos más interesantes, algo que comenzaron a hacer los juglares.
Por eso, estas reducciones o fragmentos son lo que el pueblo aprende de los juglares, difundidores de la épica con sus recitados y cantos, para incorporarlo a su repertorio. Por lo tanto, tenemos en los cantos épicos el origen de los romances, y los primeros romances van a ser composiciones épicas que aparecen como segmentos extraídos de un todo. Por lo tanto, el romancero español no es algo aislado, pues mucho tiene que ver con las baladas de la época en otras naciones europeas que tienen el lugar que corresponde al romancero, al ser la mezcla de lo épico y lo lírico, y de las manifestaciones épico-líricas del edda y el víser en el mundo vikingo.
Mientras autores como Gaston París consideran que los romances eran el resto de un germen del que se habría generado la épica y que él llamaba cantilenas, Milá y Fontanals pensaba a la inversa: de las composiciones épicas nace el romancero, al fragmentarse los poemas épicos en los cantos segmentados que los juglares cantaban al pueblo. Hay quien no niega la posición de París, a pesar de no ser la más seguida, pero incluso se acepta, en algunos casos, esta especie de círculo vicioso:
1) Aparición de los primeros romances (cantilenas de Gaston París).
2) Los juglares van ligando las distintas composiciones fragmentarias en un todo completo que es el cantar de gesta.
3) Fragmentación de los poemas completos cuando los juglares deciden reducirlos y escoger los momentos más emocionantes.
Este es un paso que va de la parte al todo y del todo al fragmento, nuevamente. Pidal, por cierto, siempre señaló cierta tendencia al carácter fragmentario o no completo de las obras de nuestra literatura.
Por cierto que la idea de París no era tan descabellada, porque, en cierto modo, se basaba en otro autor que trataba cuestiones de la épica clásica y el origen de los poemas homéricos (Wolf). Wolf indicó que habría cantos fragmentarios en las gentes del pueblo heleno que hilaron luego en poemas completos los rapsodas que recitaban estas composiciones, pues era increíble que la épica griega se hubiera generado sin una experiencia poética anterior, dada la extensión de estas obras.
De todas las formas, la teoría más extendida es la que impone que los romances son el resultado del haberse separado los fragmentos del conjunto en el que estaban insertos: cuando los juglares fragmentarizaron la épica, el resultado fue un híbrido entre lo que era épica y lo que era lírica, pues, debido al carácter monoepisódico, interrupto del romance, muchas veces, toman características de un mayor lirismo. Es más, en el avance de la historia, los temas del romancero y también la forma en ser tratados tienen una tendencia a un mayor lirismo, una progresión que, finalmente, desembocaría en un tipo de romance menos narrativo, menos épico, más lírico y emocional.
Menéndez y Pelayo fue discípulo de Milá y Fontanals. Es este quien hace una clasificación de los tipos de romances que podemos encontrarnos y su organización por ciclos. Se trata de una clasificación que su alumno Ramón Menéndez Pidal respeta: 1) Romances épicos. 2) Romances históricos. 3) Romances noticiosos o noticieros. 4) Romances fronterizos. 5) Romances novelescos y de libre invención. 6) Romances de asunto lírico.
Los romances épicos serían desde los primeros romances desgajados de la épica (tiradas extraídas del relato épico de manera directa) hasta romances que recuperan temas épicos de la leyenda o de las crónicas. Los romances históricos tratarían los temas del pasado y harían hincapié en los asuntos de importancia y relevancia, como las guerras entre los reinos cristianos o con el enemigo islamita (España estaba entregada a la Reconquista). Frente a esto, los romances noticieros tratarían los temas de actualidad, pues, mientras la gente hacía una vida muy estática, los juglares, al viajar de pueblo en pueblo, difundían las noticias.
Además, dado el contexto histórico, no se puede separar de lo histórico y de la actualidad todo lo relativo a lo fronterizo: en España existían diversos reinos cristianos en oposición al Islam, pero también enfrentados entre ellos. Pero no todos los romances versan sobre leyendas y mitos de sucesos verídicos, y los hubo de inspiración novelesca y baladística (inspirados en leyendas y baladas) y de libre invención. Cuando estos romances, posteriores, se iban imponiendo, la venida de peregrinos en el siglo XII puso de moda la épica de nuevo, pero no a costa de los motivos nacionales, sino a costa de la épica francesa y el ciclo carolingio. También hay un ciclo novelesco bretón, inspirado el Arturo y el “Tristán”, pero de escasa influencia. Finalmente habría que hablar de un romancero lírico o lírico-narrativo, que se impuso sobre los demás romances. Y, ya próximos al Renacimiento, aparece el romancero mitológico.
Los romances también se organizan por ciclos:
1) El ciclo de don Rodrigo y la pérdida de España procede de la “Corónica sarracina” de Pedro del Corral. Era una tradición épica que se olvidó, quedando contenida en esta crónica de la que la extrajo un juglar. Se nos cuenta la situación de la España goda en los tiempos de guerras entre rodriguistas y witizanos, haciendo hincapié en la maldad del usurpador, cuyos pecados son la causa de la pérdida de España: los árabes habrían entrado en este suelo llamados por el obispo don Julián (don Olián), en venganza por haber violado el rey a su hija Florinda (la Cava). (En realidad las tropas árabes llegan llamadas por los hijos de Witiza).
2) El ciclo de Bernardo del Carpio nos traslada al Reino Astur-leonés. El rey ha encerrado al padre de Bernardo por unos amores ilícitos con la princesa. Los hijos de Bernardo atacan al rey y este lo defiende, matando a algunos de su sangre. Los cardenales y curas no perdonan este pecado de Bernardo del Carpio, quien es luego premiado por el rey por haberle salvado la vida. Pero, tras darle el rey el Carpio en heredad, el rey decide que no, y esto da pie a los malos encuentros que desde entonces tendrá Bernardo con el monarca.
3) El ciclo del conde Fernán González. Fernán González es el liberador de Castilla. El reino de Castilla era un territorio dependiente de León. Con este noble pasa a ser un condado independiente. El conde visita al rey y le muestra un bello halcón y un caballo blanco que al rey se le antojan. Él insiste en regalárselos al rey y el rey insiste en pagar. Acuerdan que cada día que pasen el valor será cada vez mayor. Finalmente el rey se queda con el caballo y el ave, pero olvida la deuda. Para cuando vuelve Fernán González, la deuda es tan alta que el rey ha de entregar como pago el condado de Castilla. En estos enfrentamientos, la mujer del conde acude donde el rey lo tiene preso para visitarlo, y el rey permite ver al cautivo. Este huye sin ser advertido con las ropas de su mujer, que queda en la mazmorra. El ingenio y el valor de la mujer sorprenden enormemente al rey. En concreto, esta épica romancesca puede ponerse en relación con un hipotético cantar de gesta usado luego por el mester de clerecía en un poema que se titula “Poema de Fernán González”.
4) El ciclo de los infantes de Salas se ocupa de la cuestión de una traición por rivalidades de familia entre don Rodrigo de Lara y la familia de Gonzalo Gustos, cuando la reconquista avanza de Burgos a Soria. Los hijos y el ayo de Gonzalo son traicionados en el valle de Arabiana, se les cortan las cabezas y son presentadas por Almanzor a Gonzalo Gustos, que está prisionero. Este queda tan abatido que hasta el despiadado Almanzor se con mueve y le da una morica que le sirva de consuelo. Nace así Mudarra González, que tomará venganza de sus hermanos. El poema deriva del “Cantar de los infantes de Salas”.
5) El romancero de materia cidiana procede de dos fuentes épicas, principalmente, que son el “Poema de Mio Cid” y las “Mocedades del Cid”, pero también del poema épico sobre el rey don Sancho y la toma de Zamora: “El cerco de Zamora”. El Cid es el héroe de Castilla, y, por lo tanto, un elemento central en el romancero tradicional. El Cid es quien va a cobrar las parias o tributos debidos a Castilla al rey moro, el que da muerte al traidor Bellido Dolfos, el que desafía al nuevo rey en la llamada “Jura de Santa Gadea”, etcétera.
6) El llamado ciclo carolingio hace referencia al mundo francés, tan de moda en la Edad Media. Procede de la épica francesa, especialmente de la “Chanson de Rolland” o “Canción de Roldán”. En este ciclo se reúnen los romances que versan sobre Roldán y Oliveros, pero también sobre el resto de los doce pares al servicio de Carlos el Magno o Carlomagno.
7) Pese a su popularidad en el marco de la narrativa internacional, el ciclo bretón tuvo poca influencia en el romancero español. Serían los relatos del rey Arturo o la leyenda de “Tristán e Iseo”, popularizada por von Essenbach y von Strassburg como “Tristán e Isolda”.
Romance distinto al épico y al histórico lo tenemos en el caso de los siguientes romances: el romancero noticioso, con asuntos de actualidad; el romancero novelesco, que toma asuntos de las primeras novelas que se están dando en Francia (novela caballeresca), romances de libre invención, romances tomados de asunto mitológico clásico grecolatino, romances extraídos de baladas.
La evolución cronológica del género sería la siguiente: 1-. Aparición del romancero hacia el siglo XIII, cuando se pone de moda entre los juglar es condensar lo contado en la épica y contar los fragmentos más emocionantes, dejando lo demás. 2-. Popularización del romancero a lo largo de los siglos XIV y XV. El romancero es anónimo y vive en la tradición oral. Por eso es algo raro que los romances se conserven hasta la actualidad, hecho que empieza a ser frecuente desde el siglo XV. 3-. En el siglo XV, el romancero anónimo toma la tendencia, intensificada a lo largo del siglo XVI, de ser recogido por escrito en los pliegos de caña y cordel. 4-. En el siglo XVI, a finales, se producen la edición de Nucio en Amberes y, a las puertas del XVII, tenemos el “Romancero General de 1600”. Son las primeras ediciones impresas, que están en el origen de un mayor prestigio de los romances, los cuales van a ser incorporados como vía popular de los poetas cultos al aparecer el romance nuevo. Desde entonces el romance es casi una constante de nuestra literatura.
La difusión del romancero viejo es, por tanto, de ordinario, la oral, alcanzando la escritura si es recogido por recopiladores. El estudio de la difusión oral del romancero ha corrido a cargo del profesor don Ramón Menéndez Pidal, a quien se deben los principales estudios sobre este tema. Y no se puede hablar de este tipo de romances sin plantearnos cómo vive el romance en el seno de la oralidad, dicho de otra forma, cómo es el proceso de tradicionalización del romance.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez


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