José
Ramón Muñiz Álvarez
“EL ORIGEN DEL
ROMANCERO DURANTE
LA EDAD MEDIA Y
SU POSTERIOR DESARROLLO
EVOLUTIVO”
“Acercamiento
a
la
literatura épica y lírica”
(la difusión de los
romances)
Por romance entendemos distintos significados, siendo el más adecuado el
que refiere a las lenguas románicas o romances, pues esta fue la primera
acepción que tuvo el término antes de aparecer otras. Una lengua romance es una
lengua procedente del latín, la lengua del Lacio extendida más allá de los
confines de Italia por Roma, que en su avance conquistador, acabó por llevarla
a tres continentes: Europa, Asia y África, hablándose en suelo europeo hasta
los límites marcados por el Rin y el Danubio. Durante la
Edad Media, tras la fragmentación del
Imperio Romano, esta lengua romance tiene una evolución independiente, por vía
patrimonial, en cada lugar, desarrollándose lo que era latín como una lengua
nueva en cada zona. Pero estas lenguas no eran usadas en la tradición escrita,
para la que se procedía en lengua latina, por lo general, conservada en los
conventos e instituiciones de cultura, como las primeras universidades,
escasísimas, por los clérigos.
Lenguas románicas o romances son, por ejemplo, el portugués, el gallego,
el asturiano, el castellano, el aragonés y el catalán, en lo que es el marco
peninsular. Pero fuera de la península se hablan lenguas romances como el
italiano, el francés, el rumano… Estas lenguas se agrupan en el conjunto de las
lenguas romances o lenguas románicas, por oposición a otras familias de
lenguas, como lo pueden ser las lenguas eslavas (ruso, eslovaco, checo,
esloveno, polaco…), las germánicas (alemán, inglés, danés, noruego, sueco,
holandés), las célticas (galés, gaélico, bretón)… Y mientras la lengua latina
era usada en la escritura de los textos considerados más importantes, ocupando
el lugar de la lengua internacional, por ser la lengua de la cultura, más o
menos como sucede hoy con el inglés, dada su expansión comercial, estas lenguas
tuvieron escasa escritura hasta un momento en que ya empezaron a tener
expresión literaria.
Era común llamar “romance” a todo texto no escrito en ese latín de los
clérigos, que, desde el siglo XIII, va dejando paso a la aparición de nuevas
generaciones de clérigos, hombres con estudios que saben letras, que usan el
romance por tener un claro afán divulgativo y más extensible a una población
que era en su mayoría analfabeta. En el siglo XIV aparece una de estas
importantes obras, que es la del Arcipreste de Hita: “El Libro de Buen Amor”.
Esta obra se define en varios lugares como romance, pues se trata de un escrito
en lengua romance por oposición a la lengua común, en el caso de los escritos,
que es la latina. De esta manera, muchos relatos y textos no escritos en latín,
sino en la lengua romance evolucionada patrimonialmente, era llamados romances
en el siglo XIV, haciéndose cada vez más general el uso para la canción
épico-lírica. De hecho, en el siglo XV, al hablar de romances, todo el mundo
sabía que se trataba de composiciones de tema épico o histórico, novelesco a
veces, que se cantaban y recitaban en los pueblos y plazas de las ciudades como
lo hicieron antes los juglares.
Frente a tantas composiciones llamadas “romance” por la gente del
pueblo, que no hacía definiciones precisas de las cosas, el concepto de romance
tuvo que ir especializándose hasta designar la canción épica y lírica a la vez,
un tipo de composición que tiene una doble naturaleza, debido a su carácter
fragmentario, consistente en haberse desgajado de una unidad mayor, más amplia,
que es el cantar de gesta. Los poemas medievales épicos son llamados cantares
de gesta y podían tener una extensión más amplia de los 3000 versos, lo que
hizo deseable, lógicamente, recortar estas piezas y reducirlas,
progresivamente, a los momentos más interesantes, algo que comenzaron a hacer
los juglares.
Por eso, estas reducciones o fragmentos son lo que el pueblo aprende de
los juglares, difundidores de la épica con sus recitados y cantos, para
incorporarlo a su repertorio. Por lo tanto, tenemos en los cantos épicos el
origen de los romances, y los primeros romances van a ser composiciones épicas
que aparecen como segmentos extraídos de un todo. Por lo tanto, el romancero
español no es algo aislado, pues mucho tiene que ver con las baladas de la
época en otras naciones europeas que tienen el lugar que corresponde al
romancero, al ser la mezcla de lo épico y lo lírico, y de las manifestaciones
épico-líricas del edda y el víser en el mundo vikingo.
Mientras autores como Gaston París consideran que los romances eran el
resto de un germen del que se habría generado la épica y que él llamaba
cantilenas, Milá y Fontanals pensaba a la inversa: de las composiciones épicas
nace el romancero, al fragmentarse los poemas épicos en los cantos segmentados
que los juglares cantaban al pueblo. Hay quien no niega la posición de París, a
pesar de no ser la más seguida, pero incluso se acepta, en algunos casos, esta
especie de círculo vicioso:
1) Aparición de los primeros romances (cantilenas de Gaston París).
2) Los juglares van ligando las distintas composiciones fragmentarias en
un todo completo que es el cantar de gesta.
3) Fragmentación de los poemas completos cuando los juglares deciden
reducirlos y escoger los momentos más emocionantes.
Este es un paso que va de la parte al todo y del todo al fragmento,
nuevamente. Pidal, por cierto, siempre señaló cierta tendencia al carácter
fragmentario o no completo de las obras de nuestra literatura.
Por cierto que la idea de París no era tan descabellada, porque, en
cierto modo, se basaba en otro autor que trataba cuestiones de la épica clásica
y el origen de los poemas homéricos (Wolf). Wolf indicó que habría cantos
fragmentarios en las gentes del pueblo heleno que hilaron luego en poemas completos
los rapsodas que recitaban estas composiciones, pues era increíble que la épica
griega se hubiera generado sin una experiencia poética anterior, dada la
extensión de estas obras.
De todas las formas, la teoría más extendida es la que impone que los
romances son el resultado del haberse separado los fragmentos del conjunto en
el que estaban insertos: cuando los juglares fragmentarizaron la épica, el
resultado fue un híbrido entre lo que era épica y lo que era lírica, pues,
debido al carácter monoepisódico, interrupto del romance, muchas veces, toman
características de un mayor lirismo. Es más, en el avance de la historia, los
temas del romancero y también la forma en ser tratados tienen una tendencia a
un mayor lirismo, una progresión que, finalmente, desembocaría en un tipo de
romance menos narrativo, menos épico, más lírico y emocional.
Menéndez y Pelayo fue discípulo de Milá y Fontanals. Es este quien hace
una clasificación de los tipos de romances que podemos encontrarnos y su
organización por ciclos. Se trata de una clasificación que su alumno Ramón
Menéndez Pidal respeta: 1) Romances épicos. 2) Romances históricos. 3) Romances
noticiosos o noticieros. 4) Romances fronterizos. 5) Romances novelescos y de
libre invención. 6) Romances de asunto lírico.
Los romances épicos serían desde los primeros romances desgajados de la
épica (tiradas extraídas del relato épico de manera directa) hasta romances que
recuperan temas épicos de la leyenda o de las crónicas. Los romances históricos
tratarían los temas del pasado y harían hincapié en los asuntos de importancia
y relevancia, como las guerras entre los reinos cristianos o con el enemigo
islamita (España estaba entregada a la Reconquista). Frente a esto, los romances
noticieros tratarían los temas de actualidad, pues, mientras la gente hacía una
vida muy estática, los juglares, al viajar de pueblo en pueblo, difundían las
noticias.
Además, dado el contexto histórico, no se puede separar de lo histórico
y de la actualidad todo lo relativo a lo fronterizo: en España existían
diversos reinos cristianos en oposición al Islam, pero también enfrentados
entre ellos. Pero no todos los romances versan sobre leyendas y mitos de
sucesos verídicos, y los hubo de inspiración novelesca y baladística
(inspirados en leyendas y baladas) y de libre invención. Cuando estos romances,
posteriores, se iban imponiendo, la venida de peregrinos en el siglo XII puso
de moda la épica de nuevo, pero no a costa de los motivos nacionales, sino a
costa de la épica francesa y el ciclo carolingio. También hay un ciclo
novelesco bretón, inspirado el Arturo y el “Tristán”, pero de escasa
influencia. Finalmente habría que hablar de un romancero lírico o
lírico-narrativo, que se impuso sobre los demás romances. Y, ya próximos al
Renacimiento, aparece el romancero mitológico.
Los romances también se organizan por ciclos:
1) El ciclo de don Rodrigo y la pérdida de España procede de la
“Corónica sarracina” de Pedro del Corral. Era una tradición épica que se
olvidó, quedando contenida en esta crónica de la que la extrajo un juglar. Se
nos cuenta la situación de la
España goda en los tiempos de guerras entre rodriguistas y
witizanos, haciendo hincapié en la maldad del usurpador, cuyos pecados son la
causa de la pérdida de España: los árabes habrían entrado en este suelo
llamados por el obispo don Julián (don Olián), en venganza por haber violado el
rey a su hija Florinda (la Cava).
(En realidad las tropas árabes llegan llamadas por los hijos de Witiza).
2) El ciclo de Bernardo del Carpio nos traslada al Reino Astur-leonés.
El rey ha encerrado al padre de Bernardo por unos amores ilícitos con la
princesa. Los hijos de Bernardo atacan al rey y este lo defiende, matando a
algunos de su sangre. Los cardenales y curas no perdonan este pecado de
Bernardo del Carpio, quien es luego premiado por el rey por haberle salvado la
vida. Pero, tras darle el rey el Carpio en heredad, el rey decide que no, y
esto da pie a los malos encuentros que desde entonces tendrá Bernardo con el
monarca.
3) El ciclo del conde Fernán González. Fernán González es el liberador
de Castilla. El reino de Castilla era un territorio dependiente de León. Con
este noble pasa a ser un condado independiente. El conde visita al rey y le
muestra un bello halcón y un caballo blanco que al rey se le antojan. Él
insiste en regalárselos al rey y el rey insiste en pagar. Acuerdan que cada día
que pasen el valor será cada vez mayor. Finalmente el rey se queda con el
caballo y el ave, pero olvida la deuda. Para cuando vuelve Fernán González, la
deuda es tan alta que el rey ha de entregar como pago el condado de Castilla.
En estos enfrentamientos, la mujer del conde acude donde el rey lo tiene preso
para visitarlo, y el rey permite ver al cautivo. Este huye sin ser advertido
con las ropas de su mujer, que queda en la mazmorra. El ingenio y el valor de
la mujer sorprenden enormemente al rey. En concreto, esta épica romancesca
puede ponerse en relación con un hipotético cantar de gesta usado luego por el
mester de clerecía en un poema que se titula “Poema de Fernán González”.
4) El ciclo de los infantes de Salas se ocupa de la cuestión de una
traición por rivalidades de familia entre don Rodrigo de Lara y la familia de
Gonzalo Gustos, cuando la reconquista avanza de Burgos a Soria. Los hijos y el
ayo de Gonzalo son traicionados en el valle de Arabiana, se les cortan las
cabezas y son presentadas por Almanzor a Gonzalo Gustos, que está prisionero.
Este queda tan abatido que hasta el despiadado Almanzor se con mueve y le da
una morica que le sirva de consuelo. Nace así Mudarra González, que tomará
venganza de sus hermanos. El poema deriva del “Cantar de los infantes de
Salas”.
5) El romancero de materia cidiana procede de dos fuentes épicas,
principalmente, que son el “Poema de Mio Cid” y las “Mocedades del Cid”, pero también
del poema épico sobre el rey don Sancho y la toma de Zamora: “El cerco de
Zamora”. El Cid es el héroe de Castilla, y, por lo tanto, un elemento central
en el romancero tradicional. El Cid es quien va a cobrar las parias o tributos
debidos a Castilla al rey moro, el que da muerte al traidor Bellido Dolfos, el
que desafía al nuevo rey en la llamada “Jura de Santa Gadea”, etcétera.
6) El llamado ciclo carolingio hace referencia al mundo francés, tan de
moda en la Edad Media.
Procede de la épica francesa, especialmente de la “Chanson de Rolland” o
“Canción de Roldán”. En este ciclo se reúnen los romances que versan sobre
Roldán y Oliveros, pero también sobre el resto de los doce pares al servicio de
Carlos el Magno o Carlomagno.
7) Pese a su popularidad en el marco de la narrativa internacional, el
ciclo bretón tuvo poca influencia en el romancero español. Serían los relatos
del rey Arturo o la leyenda de “Tristán e Iseo”, popularizada por von Essenbach
y von Strassburg como “Tristán e Isolda”.
Romance distinto al épico y al histórico lo tenemos en el caso de los
siguientes romances: el romancero noticioso, con asuntos de actualidad; el
romancero novelesco, que toma asuntos de las primeras novelas que se están
dando en Francia (novela caballeresca), romances de libre invención, romances
tomados de asunto mitológico clásico grecolatino, romances extraídos de
baladas.
La evolución cronológica del género sería la siguiente: 1-. Aparición
del romancero hacia el siglo XIII, cuando se pone de moda entre los juglar es
condensar lo contado en la épica y contar los fragmentos más emocionantes,
dejando lo demás. 2-. Popularización del romancero a lo largo de los siglos XIV
y XV. El romancero es anónimo y vive en la tradición oral. Por eso es algo raro
que los romances se conserven hasta la actualidad, hecho que empieza a ser
frecuente desde el siglo XV. 3-. En el siglo XV, el romancero anónimo toma la
tendencia, intensificada a lo largo del siglo XVI, de ser recogido por escrito
en los pliegos de caña y cordel. 4-. En el siglo XVI, a finales, se producen la
edición de Nucio en Amberes y, a las puertas del XVII, tenemos el “Romancero
General de 1600”.
Son las primeras ediciones impresas, que están en el origen de un mayor
prestigio de los romances, los cuales van a ser incorporados como vía popular
de los poetas cultos al aparecer el romance nuevo. Desde entonces el romance es
casi una constante de nuestra literatura.
La difusión del romancero viejo es, por tanto, de ordinario, la oral,
alcanzando la escritura si es recogido por recopiladores. El estudio de la
difusión oral del romancero ha corrido a cargo del profesor don Ramón Menéndez
Pidal, a quien se deben los principales estudios sobre este tema. Y no se puede
hablar de este tipo de romances sin plantearnos cómo vive el romance en el seno
de la oralidad, dicho de otra forma, cómo es el proceso de tradicionalización
del romance.
2014 © José Ramón Muñiz
Álvarez
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