Las
hiedras silenciosas escalaron
el viejo muro gris, donde por frenos,
hallaron los sillares siempre llenos
de líquenes y musgos que albergaron.
Las
rosas sus colores deshojaron
desnudos al crepúsculo, serenos,
cansados del licor, de los venenos
vertidos en la copa que probaron.
Los
parques despidieron su alegría,
mirando al horizonte adormecido
que un brillo en los estanques encendía.
La
noche en tu mirada halló escondido
aquel rayo fugaz que arrancó el día
la rosa, el parque, el muro consumido.
2005 © José Ramón Muñiz Álvarez
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