miércoles, 13 de agosto de 2014

Villamediana (final)





ESTAMPA V



Interior del palacio del conde.



EL CONDE-. ¿Ha de faltarme el valor

cuando es tiempo de morir?

Si era tiempo de vivir

más me empujó el raro amor.

Pero siento ese dolor

que me llena de despecho.

Y quien dice “A lo hecho pecho”

debe atreverse a su suerte,

aunque lo espera la muerte,

si es que está siempre al acecho.



En todo caso es seguro

que esta noche moriré.

Mas por ello no querré

mostrarme inquieto, inseguro.

Antes bien, con gran apuro,

puesto que no soy cobarde,

haré el más valiente alarde,

que, si la muerte me espera,

no llegará la primera

ni verá que yo me guarde.



Y es justo que muera yo,

es justo que muere el conde,

porque el valor no se esconde

y no falta en quien amó.

No en vano, quizás sufrió

la reina de su marido,

si se supo, un mal cumplido,

un castigo, un trato cruel.

Y, mientras sufre Isabel,

debo ser yo más sufrido.



Porque no es afortunado

rechazar con raro sesgo,

el mal, el peligro, el riesgo,

cuando se está enamorado.

Y esta noche me ha mandado

que viaje con su correo

este rey que me hace reo

y me tiende una celada,

pues el alma enamorada

quiere, en fin, como trofeo.



Y acabará con mi vida,

pero nunca con mi amor

ha de acabar su rigor,

si es una llama encendida.

Que la pasión abatida

de quien acepta su suerte

parece ser que lo advierte

de los males del camino,

mas seguiré a mi destino

para ir a buscar la muerte.



Pues quiso el alma gozosa

que escribiera: “Soberana,

sois para mí, en la mañana,

una fragancia olorosa.

Acaso sois vos la rosa,

la bella flor del rosal,

quizá un lirio matinal,

pues la mañana se vierte

y en vuestra belleza advierte

esa gala celestial.



Y, pues hiere su dolor,

quiere humillarme Cupido,

porque me mira vencido

a la luz de vuestro amor.

Y, pues me hacéis el favor,

quiero yo en vuestros abrazos

amarrarme a vuestros brazos,

unirme ya a vuestro beso,

entregándome al exceso

de verme en tan tiernos lazos.



Y sabe bien mi memoria

los veros que dediqué

a la reina a la que amé

para encender más su gloria.

Que podrá decir la historia

en mi nombre la poesía

que yo le dediqué un día,

encendido en este amor

que me llena de un dolor

que me endulza todavía.



Quiero decir: “Mi, señora,

compararos con el día,

es poco y la brisa fría

quiere encender otra aurora.

Por eso os consagra a Flora

el color de ese cabello

que, sin decirlo, es tan bello,

que es tan bello como el sol,

cuando, tras alto arrebol,

es reflejo en vuestro cuello.



Y seguir así, diciendo:

“Esta flecha del amor

ha causado tal dolor

que ya me voy consumiendo.

Y muero aquí, a lo que entiendo,

de vuestro afecto sentido,

que es capricho de Cupido

sentir el mal que yo siento,

pues es palabra en el viento

el verso que se ha perdido.



De este modo, soberana,

amante y señora mía,

sed vos la noche en el día,

si se funden de mañana.

Y, al pasar la hora temprana,

siendo fuego en que me abraso,

sed esa noche, al ocaso,

que el día borra, sencilla,

en los campos de Castilla,

donde pierdo yo mi paso.



Y sabed que, a vos rendido,

estoy dispuesto a la muerte,

pues que juzgáis esa suerte

el más noble cometido.

Que es morir agradecido

suspirar por ese amor

que ha causado mi dolor

y las pasiones que hieren,

ya que matarme prefieren

vuestros ojos, su color.



Que a tal mal me he resignado,

y, pues me siento morir,

es lo lógico decir

que es morir enamorado.

Vuestro pecho envenenado

culpable será a deshora

cuando reviente en la aurora

por ventura del amor

ese dorado color

que la mañana atesora.



Y, esperando a que me hiera

todo lo que es mar en calma,

la tormenta llega al alma

entre firme y traicionera.

Que por eso el alma espera,

tras correr el alba fría,

que sois de este modo mía,

mi dulce y clara Isabel,

porque  sois acaso miel

y al tiempo la luz del día.



Por eso os he de aclarar

que por vos la muerte pido,

si de este amor me despido,

que es este amor singular.”

Por eso es triste penar

en aras de aquella muerte

que la esperanza me advierte

donde me lo manda el rey,

que me sentencia sin ley,

sellando mi dura suerte.



Mas lo sé: “Es adoración

vivir para ser amores,

pues es sentir los dolores

en el mismo corazón.

Y es que me hacen gran traición,

porque en ella siento el frío

que derrota el albedrío

del alma que, enamorada,

se hace con ella alborada

que se refleja en el río.”



Bellos versos le escribí,

y muero haciendo poesía,

que quiere la pluma mía

expresar lo que sentí.

Y, si por ello viví,

no dejo de ser valiente,

cuando me acerco, imprudente,

a la muerte que me espera.

Mas digo: “La reina quiera

ser de esta entrega consciente.



Y es que es más duro, Isabel,

no confesar el amor

que morir en el dolor

de saberse preso en él.

Se hace amargo como hiel

ese labio de coral

cuando la luz es cristal

que mira en reflejo sabio,

pues hace de espejo el labio

con la gala matinal.



Que, si sois amanecida,

quiero el alba en el semblante

que sospecha delirante

la ansiedad más encendida.

Que, por la pasión rendida,

vive el alma del que escribe

esta pasión que recibe

de tan hermosos enojos,

si son enojos los ojos

que la mirada concibe.



Por eso, señora mía,

pues sois alta majestad,

testigo de la humildad

de quien muere en este día,

nunca olvidéis la poesía,

que, en inspirándola vos,

somos los dos ante Dios

raro brilla de esperanza,

si acaso Cupido danza

para juntar a los dos.”



TELÓN Y FIN



2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

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