ESTAMPA V
Interior del palacio del conde.
EL CONDE-. ¿Ha de faltarme el
valor
cuando es tiempo de morir?
Si era tiempo de vivir
más me empujó el raro amor.
Pero siento ese dolor
que me llena de despecho.
Y quien dice “A lo hecho
pecho”
debe atreverse a su suerte,
aunque lo espera la muerte,
si es que está siempre al
acecho.
En todo caso es seguro
que esta noche moriré.
Mas por ello no querré
mostrarme inquieto, inseguro.
Antes bien, con gran apuro,
puesto que no soy cobarde,
haré el más valiente alarde,
que, si la muerte me espera,
no llegará la primera
ni verá que yo me guarde.
Y es justo que muera yo,
es justo que muere el conde,
porque el valor no se esconde
y no falta en quien amó.
No en vano, quizás sufrió
la reina de su marido,
si se supo, un mal cumplido,
un castigo, un trato cruel.
Y, mientras sufre Isabel,
debo ser yo más sufrido.
Porque no es afortunado
rechazar con raro sesgo,
el mal, el peligro, el
riesgo,
cuando se está enamorado.
Y esta noche me ha mandado
que viaje con su correo
este rey que me hace reo
y me tiende una celada,
pues el alma enamorada
quiere, en fin, como trofeo.
Y acabará con mi vida,
pero nunca con mi amor
ha de acabar su rigor,
si es una llama encendida.
Que la pasión abatida
de quien acepta su suerte
parece ser que lo advierte
de los males del camino,
mas seguiré a mi destino
para ir a buscar la muerte.
Pues quiso el alma gozosa
que escribiera: “Soberana,
sois para mí, en la mañana,
una fragancia olorosa.
Acaso sois vos la rosa,
la bella flor del rosal,
quizá un lirio matinal,
pues la mañana se vierte
y en vuestra belleza advierte
esa gala celestial.
Y, pues hiere su dolor,
quiere humillarme Cupido,
porque me mira vencido
a la luz de vuestro amor.
Y, pues me hacéis el favor,
quiero yo en vuestros abrazos
amarrarme a vuestros brazos,
unirme ya a vuestro beso,
entregándome al exceso
de verme en tan tiernos
lazos.
Y sabe bien mi memoria
los veros que dediqué
a la reina a la que amé
para encender más su gloria.
Que podrá decir la historia
en mi nombre la poesía
que yo le dediqué un día,
encendido en este amor
que me llena de un dolor
que me endulza todavía.
Quiero decir: “Mi, señora,
compararos con el día,
es poco y la brisa fría
quiere encender otra aurora.
Por eso os consagra a Flora
el color de ese cabello
que, sin decirlo, es tan bello,
que es tan bello como el sol,
cuando, tras alto arrebol,
es reflejo en vuestro cuello.
Y seguir así, diciendo:
“Esta flecha del amor
ha causado tal dolor
que ya me voy consumiendo.
Y muero aquí, a lo que
entiendo,
de vuestro afecto sentido,
que es capricho de Cupido
sentir el mal que yo siento,
pues es palabra en el viento
el verso que se ha perdido.
De este modo, soberana,
amante y señora mía,
sed vos la noche en el día,
si se funden de mañana.
Y, al pasar la hora temprana,
siendo fuego en que me abraso,
sed esa noche, al ocaso,
que el día borra, sencilla,
en los campos de Castilla,
donde pierdo yo mi paso.
Y sabed que, a vos rendido,
estoy dispuesto a la muerte,
pues que juzgáis esa suerte
el más noble cometido.
Que es morir agradecido
suspirar por ese amor
que ha causado mi dolor
y las pasiones que hieren,
ya que matarme prefieren
vuestros ojos, su color.
Que a tal mal me he
resignado,
y, pues me siento morir,
es lo lógico decir
que es morir enamorado.
Vuestro pecho envenenado
culpable será a deshora
cuando reviente en la aurora
por ventura del amor
ese dorado color
que la mañana atesora.
Y, esperando a que me hiera
todo lo que es mar en calma,
la tormenta llega al alma
entre firme y traicionera.
Que por eso el alma espera,
tras correr el alba fría,
que sois de este modo mía,
mi dulce y clara Isabel,
porque sois acaso miel
y al tiempo la luz del día.
Por eso os he de aclarar
que por vos la muerte pido,
si de este amor me despido,
que es este amor singular.”
Por eso es triste penar
en aras de aquella muerte
que la esperanza me advierte
donde me lo manda el rey,
que me sentencia sin ley,
sellando mi dura suerte.
Mas lo sé: “Es adoración
vivir para ser amores,
pues es sentir los dolores
en el mismo corazón.
Y es que me hacen gran
traición,
porque en ella siento el frío
que derrota el albedrío
del alma que, enamorada,
se hace con ella alborada
que se refleja en el río.”
Bellos versos le escribí,
y muero haciendo poesía,
que quiere la pluma mía
expresar lo que sentí.
Y, si por ello viví,
no dejo de ser valiente,
cuando me acerco, imprudente,
a la muerte que me espera.
Mas digo: “La reina quiera
ser de esta entrega
consciente.
Y es que es más duro, Isabel,
no confesar el amor
que morir en el dolor
de saberse preso en él.
Se hace amargo como hiel
ese labio de coral
cuando la luz es cristal
que mira en reflejo sabio,
pues hace de espejo el labio
con la gala matinal.
Que, si sois amanecida,
quiero el alba en el
semblante
que sospecha delirante
la ansiedad más encendida.
Que, por la pasión rendida,
vive el alma del que escribe
esta pasión que recibe
de tan hermosos enojos,
si son enojos los ojos
que la mirada concibe.
Por eso, señora mía,
pues sois alta majestad,
testigo de la humildad
de quien muere en este día,
nunca olvidéis la poesía,
que, en inspirándola vos,
somos los dos ante Dios
raro brilla de esperanza,
si acaso Cupido danza
para juntar a los dos.”
TELÓN Y FIN
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
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