sábado, 7 de febrero de 2015

Arqueros de la tarde


Los arqueros de la tarde

       Las estrellas primerizas
La vieron desde la altura,
Cuando llegó su hermosura
A un cielo vuelto en cenizas.
Sobre las viejas calizas
Y los montes con empeño,
Durmió en el aire su sueño,
Como el ángel que, cansado,
Se alza al cielo, fatigado,
Entre callado y risueño.
       Voló feliz y ligera
A las mansiones sagradas
Donde viejas alboradas
Anuncian la luz primera,
Donde la mira, a la espera
La última estrella del cielo,
Donde se desliza el vuelo
De un sol triste y sin alarde
Que, declinó, con la tarde,
Llorando su desconsuelo.
       Y nos deja la tristeza
De la ausencia que deshizo
Su dulce gracia, el hechizo
Del mirar que con dureza,
Con crueldad, con aspereza,
Arrancó firme la muerte,
Llenando de negra suerte
Los ojos que, ya rendidos,
Se cerraron, abatidos,
En el silencio más fuerte.
       La hará el cielo ser lucero
Entre sus muchas centellas,
Cuando en su coro de estrellas
Brille su fuego sincero.
Allí será duradero
El resplandor más lozano
Que, en las tardes de verano
Querrá iluminar la altura,
Mostrándonos su figura,
Como ofreciendo la mano.
       Será la aurora, sin ella,
Menos clara y luminosa,
Cuando la sala espaciosa
Llene de luz su querella.
Y la pradera más bella
Dormirá bajo la helada,
Cuando nazca la alborada
En las sagradas mansiones
Donde estrellas y blasones
Tornan sus luces en nada.

2008 © José Ramón Muñiz Álvarez

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