Soneto XIV
Hirió el sol la belleza de la
helada,
La escarcha y el granizo que, sagrado,
El alba derritió y, alborotado,
Dejó libre correr a su morada.
El viento heló de nuevo a la invernada
La lluvia que al ser ya cristal cuajado,
Tranquila, silenciosa, en este estado,
Dejó pasar feliz la madrugada.
Y el sol volvió a nacer en lo lejano
Y el rayo a deshacer la nieve bella,
Si bien no fue como lo es en el verano.
No pudo, en cambio, aquella vaga
estrella
El hielo deshacer del que ya cano,
Ornó el cabello con mortal querella.
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