“DE
LOS SUEÑOS Y LOS MITOS”
La
idea de que los sueños son parte de un sistema en que lo profundo de
nuestro interior, nuestro mundo onírico, se comunica con los niveles
conscientes, está en íntima relación con las investigaciones de un
médico moravo afincado en Viena y llamado Sigmund Freud, para quien
el camino propuesto por su amigo y maestro Josef Breuer fue, desde un
primer momento, una especie de obertura a una ciencia nueva que
pretendía un nuevo modelo de psicoanálisis. Una de las obras de
Freud, no en vano, se llama “Träum Deutung” o “La
interpretación de los sueños”, asunto este que no ha quedado
claro en lo más mínimo. La interpretación de los sueños sigue
siendo, de hecho, un asunto bastante escabroso y que queda por
demostrar, dado que quienes sostienen esta idea de que los sueños
son interpretables se amparan en conjeturas que no pueden ser negadas
ni confirmadas. En todo caso, es significativo que los primeros
psicoanalistas fuesen judíos (Breuer, Freud, Luisa Gustavovna). Y es
que los judíos son un pueblo de origen oriental para el que los
sueños presentan claras reminiscencias mágicas, ya que, antes
incluso de “Las mil y una noches”, tenemos en la Biblia los
famosos sueños del faraón y las interpretaciones de Josué. Los
sueños deberían saber interpretarse, según esto, si Jeová ayuda
el ingenio del intérprete, desde un punto de vista místico, pero, a
los ojos de un científico, debería suponerse, entonces, que los
sueños son, como el vocabulario de un idioma, un sistema compartido
por quienes sueñan, y que se puede inventariar (¿sería posible un
diccionario de los sueños?).
Breuer
fue el maestro de Freud, pero Freud lo fue de otros intelectuales. La
que fuera amante de Nietzsche y de Paul Rèe, estuvo relacionada con
el mundo del psicoanálisis, antes de ser la anciana a la que Rilke
acompañó al castillo de Duino. Uno de los alumnos más prestigiosos
de Freud fue Karl Gustav Jung, quien se interesó mucho por las
técnicas freudianas, hasta llegar el momento en que decidió
separarse de su maestro. La relación entre los maestros y los
discípulos suele ser cordial hasta ese preciso instante en que los
discípulos deben volar por su propio cielo, del mismo modo que un
polluelo no puede quedarse siempre en el nido. Jung estaba interesado
en el análisis del inconsciente y de los elementos que configuraban
ese particular océano semiótico, ese mundo compartido,
supraindividual, aunque no objetivo, donde una serie de miedos y
tensiones reprimidas esperan a salir a la superficie, idea propuesta
por Freud, pero amplificó esta idea, proponiendo que, en realidad,
tras cada ser humano, existen unos símbolos oníricos, elementos
básicos de su interioridad, compartidos con los demás seres humanos
a través de un conjunto de arquetipos que se repiten de individuo a
individuo, pero que, a su vez, son supraculturales. Estos arquetipos
responden mucho menos a la cultura que presenta la superficie de las
costumbres sociales (cristianismo) y apunta claramente al paganismo,
a lo anterior. La existencia de estos arquetipos sería la clave de
nuestros miedos interiores, de nuestro mundo sustancial inconsciente.
Sin
embargo, no es necesario diseñar una teoría de los arquetipos para
comprender que, esencialmente, las civilizaciones son algo más
resistente y duradero de lo que en principio se podría pensar. Por
esa razón, por ejemplo, el zarismo sigue siendo una estructura
propia del servilismo ruso, ya que, si en tiempos del zar todo era
del zar, en tiempos posteriores al zar, los rusos, acostumbrados ya a
no ser dueños de lo suyo, admitieron siempre sin mayor problema que
todos los bienes fueran estatales. La estructura subyacente es algo
menos pasivo de lo que creemos: Roma está latente detrás de cada
nuevo imperio que surgió, y, al menos para lo que es el mundo de
Occidente, pese a que hubiera imperios anteriores o más extensos,
los romanos crearon las bases sobre lo que es una estructura imperial
que sigue viva donde en lugar de emperadores y reyes hay presidentes
del gobierno. No solamente Estados Unidos es una estructura
subyacentemente imperial, sino que también responden a un modelo tan
jerarquizado, sorprendentemente, las naciones ligadas al sovietismo.
De esta manera, a nivel de cultura, podríamos decir que todo es tan
sumamente sincrético, que la cultura europea actual es sumamente
impura y remite a lo más arcaico: al odinismo.
Los
odinistas reciben ese nombre de Odín (también se habla de Wotan y
de los wotanistas). Consideran que el cristianismo es algo meramente
superficial, impuro, y que, por debajo, nuestro ser europeo no ha
traicionado nuestro pasado ancestral, en el que están los valores de
las viejas religiones. Es por eso que muchos de estos odinistas o
wotanistas, algunos incluso acólitos al nacional-solcialismo (si
bien no es necesario que lo sean siempre), sugieren que Jung fue el
descubridor de una dimensión que, sin embargo, está más clara a
niveles de antropología que a niveles de psicoanálisis. Baste
pensar en la Virgen de Covadonga, en su pasado precristiano, porque
la Virgen de Covadonga está menos vinculada al mundo cristiano que
al anterior. En Cangas de Onís hay un megalito (concretamente un
dolmen) en el interior de una iglesia, lo que es testimonio de que
los primitivos pobladores anteriores a las migraciones que llegan con
el hierro (indoeuropeos, muy probablemente celtas), habían levantado
estructuras diversas (pinturas rupestres, megalitismo, petroglifos,
Peña Tú…) que los posteriores habitantes incorporan a una
religión nueva (dichas incorporaciones no son problemáticas para
las conciencias politeístas). Después, está la vinculación del
templo y el dolmen: la evangelización de Asturias no tuvo lugar
hasta casi la época de Pelayo, siendo muy improbable que Asturias
fuera cristiana ya en la época de Constantino. La Virgen de
Covadonga (y también la de la Cueva en Infiesto) habría sido un
tipo de ninfa, una náyade de las cuevas y los ríos, tal vez, una
ondina, y quién sabe si no la habrían imaginado como una madre
parturienta al modo de la Venus de Willendorf: la imagen de la madre
que pare vida, la tierra regalando a los habitantes de la zona una
nueva primavera, caza y prosperidad.
La
hibridación cultural de la santería nos sorprende por lo variado
que vemos y detectamos en la mezcla, algo que a un hispanoamericano
de los lugares donde se practica no le llama la atención. Pero
nosotros no percibimos, en un continente lleno de historia, que cada
vez que damos una patada a una piedra, indudablemente, aparece el
pasado. De esta manera, es preciso fijarse en la mitología asturiana
y ver que, hasta prácticamente nuestros días, ha podido sobrevivir
porque los campesinos vivían en un estado de atraso. Y ese conjunto
de credos nos hace iguales a nuestros vecinos leoneses, cántabros y
gallegos, alejándonos de muchos otros pueblos peninsulares y
acercándonos a otras naciones de Europa. El cuélebre, los trasgos y
“les xanes”, entre otros, se mantuvieron mientras tuvieron un
significado que ahora es imposible por la mundialización vigente
(este es un tiempo de ordenadores que iguala las naciones y las
personalidades étnicas más distintas entre sí). Es curioso que,
donde está nuestro ayer, está nuestra esencia, pero quizás no es
ahí donde tenga ya lugar nuestro futuro.
Si
en épocas`pretéritas la religión era el elemento central de la
cultura, en la actualidad la ciencia ha permitido un desarrollo
tecnológico muy distinto, de manera que estas épocas de ayer se
distinguen necesariamente del tiempo actual en que, precisamente, el
ser humano ha dejado atrás la fase ingenua de su conciencia. El
hombre medieval era inocente como lo son los niños pequeños,
capaces, qué duda cabe, de creerse todo aquello que les cuentan. La
razón de Dios era central en el medievo y para Dios eran las
catedrales, la adoración y los rezos, pero, al decir de Nietzsche,
Dios ha muerto, cambio que, lejos de significar que hubo un tiempo en
que Dios estaba vivo y que ha muerto, presenta la idea de que hubo un
tiempo en que correspondía que la sociedad creyese en una fe que ya
no puede ser posible. Esto quiere decir que el mundo ha cambiado, y
en un mundo distinto, con conciencia positiva, no ha lugar a
creencias posibles solo para la ingenuidad del infante: creer en Dios
era lo más grande que tenía la cultura y se ha frivolizado, creer
en Dios es como creer en el ratoncito Pérez, porque no hay un ligar
para lo divino en la escala de valores del mundo actual. El hecho es
que Dios ha sido reemplazado por lo mediático, además de que las
televisiones y las radios no habían aparecido cuando los filósofos
empezaron a hablar de la muerte de Dios.
La
cultura pagana, competencia de las ideas de la evangelización con la
que entró en sincretismo, está destinada a su devaluación
inmediata, en tanto que las narraciones orales mueren. Mientras
habitó los campos el hombre sencillo, el campesino rústico de
siempre, eran posibles los trasgos, las meigas, los diaños y los
trasnos de las zonas de Asturias y Cantabria, que, lejos de ser seres
del averno, eran el último resto de una religión anterior, los
famosos “daimones” de Grecia, que dan su nombre al demonio
identificado con el Satán bíblico de los hebreos. ¿Pero
sobrevivirán los arquetipos que estas figuras representan? ¿Supone
la tecnificación un cambio en el inconsciente colectivo, suponiendo
que ese inconsciente colectivo exista? ¿Debemos suponer sin más que
es necesario que exista ese inconsciente colectivo del que hablaba
Jung? En cualquier caso, estos arquetipos no son algo corroborado y
forman parte de una compleja teoría que versa sobre abstracciones
que dan forma a la fantasía. Pero la ciencia, con sus errores,
genera fantasías, también, y habría que preguntarse hasta qué
punto Jung no sería más que un hombre capaz de mezclar la realidad
con lo maravilloso, mérito por el que, por ejemplo, juzgamos a
García Márquez un gran narrador. Por lo pronto, los seres
ancestrales serán un aliciente más, una especie de “souvenir”
que vender a los turistas, en zonas desesperadas y con una economía
hundida, puesto que no han resistido a la postindustrialización.
2014
© José Ramón Muñiz Álvarez
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