Soneto XI
Dejó el tiempo malvado en cada rizo
El blanco más mortal y despiadado,
Haciendo su cabello más callado,
Más claro que la nieve y el granizo.
Su rostro, que era joven, vio
invernizo,
Su piel halló vencida y derrotado
Un rostro por los años ya cansado,
Que, a fuerza de ser bello, se deshizo.
Sus labios un suspiro sacudieron
Dejándola en el lecho, ya rendida,
Las tardes que por ella transcurrieron.
Así cayó y así acabó su vida:
Sus ojos y sus labios descendieron,
Quedando para el sueño allí dormida.
2008
© José Ramón Muñiz Álvarez
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