Para María Dolores Menéndez López
Soneto XXXIX
Mis labios, al rozarla, percibieron
La escarcha de su piel, hilo de plata,
El hielo que, en diciembre, se desata
Sobre los bosques que se adormecieron.
Mis labios, al rozarla, no quisieron,
Huyendo la ventura tan ingrata,
Saber que fue puñal la luz que mata,
Si, al cabo, resignados, comprendieron.
Mis labios, al rozarla, se asustaron
Temiendo que ya hubiera sucedido,
Sabiéndolo en la muerte que besaron.
Y fue al rozar aquel ángel dormido
Cuando, cobardes, necias, lo negaron
Mis lágrimas, palabra del olvido.
“Los arqueros del alba”
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