Para María Dolores Menéndez López
Soneto XXXII
Alumbra en su mirar la llama ardiente,
Su brillo, su color más encendido,
Un sol que se aventura, decidido,
En un amanecer resplandeciente.
Y busca una sonrisa que, inocente,
Dejó volar al aire inadvertido
El ángel de ternura que, vencido,
Un astro es ya lejano, aunque luciente.
La luz, el oro, el brillo es aderezo
De aquel fanal que irradia, luminoso,
Buscando los amores de su rezo.
Y es dulce aquel suspiro silencioso,
Y el beso y el sonido del bostezo
Que ardieron con el tiempo perezoso.
“Los arqueros del alba”
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