martes, 24 de febrero de 2015

Jimena Muñiz Fernández y Mael Muñiz Vega

LA MAGIA MISTERIOSA DE LOS BOSQUES”
por José Ramón Muñiz Álvarez
Un escrito para Mael Muñiz Vega
y Jimena Muñiz
Fernández

El bosque del otoño y los helechos dominan los idiomas de los niños, llegando al corazón con su lenguaje: las hojas, malheridas por la brisa, cayeron, tiempo atrás, donde los barros las manchan con sus pardos singulares; su llanto por el suelo nos seduce, nos habla del dolor del aire triste y expresa pensamientos melancólicos. Quizás cuando el verano moribundo, risueño algunas veces, pero herido, nos habla de su marcha a alguna parte; quizás cuando el septiembre indecoroso se vuelve triste, serio y taciturno, y olvida sus promesas juveniles; tal vez cuando es octubre, pues octubre discurre entre nosotros silencioso, se anuncian los inviernos venideros. Y es bello, cuando acaban los veranos, soñar con las nevadas de otras veces, los cielos y la nube ennegrecida. Es bello cuando queda atrás la playa, los juegos en la arena y con las olas, si el agua alcanza acaso la cintura. Es dulce la esperanza de un regalo que venga cuando muera ya diciembre y el tiempo dé lugar a las heladas.
El bosque del otoño y los helechos conocen el dolor del estudiante que olvida ya sus días de reposo. El nuevo curso llega y, con el curso, se van el tiempo libre y los amigos, las tardes como un alma siempre libre. Pero es el bosque todo un escenario, llegados los otoños, si es que el juego se anima entre los chicos todavía. No importan los deberes, los exámenes vendrán de todas formas, pero un viernes pudiera ser recuerdo del verano. Y es bello disfrutar de los festivos, los puentes y los sábados que ofrecen momentos deliciosos a los jóvenes. Por eso está colgando ese columpio no lejos del camino de la fuente, pendiente de la rama del castaño. Y sé que los helechos moribundos adquieren el dorado de ese ocaso que vieron morir triste las montañas. Y existen horizontes que, encendidos, supieron de ese fuego que se pierde, dejando las estrellas de la noche; quizás ese lugar donde se admiran secretos de la luz que se derrama, dejándose llevar hacia el vacío.
Sabed que, en cada bosque, las ardillas, discretas como suelen, se preparan para el invierno duro y el letargo. Y no diréis que es falso que los niños, al verlas trabajar entre los árboles, no sienten sensaciones muy curiosas. Lo cierto es que, de golpe, la poesía parece derramarse en los adentros del alma de los niños sorprendidos. Yo supe del otoño y de los bosques, y pude ver a veces al milano, que vuela por la zona, vigilante; también supe del lobo en las montañas, mas solo vi a los zorros esconderse, prudentes, desde luego, si hay extraños. Y pude ver ardillas en los árboles, calladas, muchas veces, como acaso lo fue la timidez de los cobardes. Y así pude sentir aquella magia que enciende una emoción indescriptible, pues pocos adjetivos sabe un niño. Mas hoy puedo contarlo, y, al decirlo, no puedo renunciar a hablar de hechizos, de embrujos y de raros sortilegios. Me encanta ver la magia del paisaje que muere y resucita con la gracia que sabe como el agua del “orbayu”.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

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