Soneto IX
No pudo consumir lo que la muerte
No quiso para sí el
ardiente fuego,
Que el alma rescató de un
reino ciego
Su espíritu fugaz, libre a
su suerte.
No pudo consumirlo, fue más fuerte
La sed de la ceniza, a cuyo
ruego,
Lo vio navegar mares de
sosiego
La calma que en los mares
hoy se advierte.
No pudo desatar de las espumas
El alma aquella llama que,
encendida,
Con fuerza ardió, si no con
tanto brío.
Cruzar el mar podrá, volar las brumas,
Gozar la libertad más
atrevida,
El aire atravesar a su
albedrío.
2008 © José Ramón Muñiz Álvarez: los lanceros del
ocaso”
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